Hace unos cuantos años, mi familia y yo visitamos un parque en el estado de Florida, en los Estados Unidos, y entramos a unas cavernas muy profundas que realmente nos impresionaron. Dentro de ellas reina la más absoluta oscuridad; una oscuridad desconocida para mí. Era densa y silenciosa, a pesar de la cantidad de personas que estaban haciendo el recorrido junto a nosotros. Estuvimos unos momentos casi conteniendo la respiración ante la opresiva majestuosidad del lugar. Pero bastó que el guía encendiera una pequeña linterna para que esa oscuridad impenetrable se despejara. Justamente ese es el recuerdo más vívido que una de mis hijas aún conserva: las densas tinieblas desapareciendo instantáneamente ante la presencia de esa luz diminuta.
Cuando una de mis hijas me lo comentó, me recordó la cantidad de veces que se menciona la luz en la Biblia, desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento. Cristo Jesús habló de sí mismo diciendo: “Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas” (Juan 12:46). Jesús hablaba del Cristo, la Verdad, que él demostraba de tal manera que podía vencer todo tipo de obstáculos. La luz del Cristo, la naturaleza divina de Jesús, se hacía perceptible donde fuera que anduviera: por los caminos, en las ciudades, en los campos e incluso sobre la furia de las olas. Y esa luz despejaba las tinieblas de la enfermedad, de la esclavitud, del temor. Su comprensión de Dios como Espíritu, como el único creador, y de la naturaleza espiritual de la creación de Dios, hacían que la enfermedad y la muerte no lo impresionaran ni atemorizaran. Él estaba consciente solo de la luminosa realidad espiritual. Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, afirma: “… a medida que nos aproximamos al Espíritu y a la Verdad, perdemos la consciencia de la materia” (pág. 278). Cuanto más comprendemos la Verdad, más comprendemos acerca de la naturaleza verdadera del hombre (todos) creado por Dios.
Hace unos años, un buen amigo mío comenzó a notar que su visión disminuía, especialmente cuando conducía de noche. Cuando leía tenía que acercarse lo más posible a la luz de la ventana o de una lámpara para poder distinguir las letras. Pero entonces fue elegido Segundo Lector en su iglesia filial. (En las Iglesias de la Ciencia Cristiana, el Segundo Lector lee de la Biblia durante los servicios religiosos de los domingos.) Alguien que había notado la situación por la que estaba pasando, quiso regalarle una Biblia grande con letras muy fáciles de leer. Él le agradeció, pero decidió adquirir una de tamaño normal y orar para sanar.
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