Cuando era una niña pequeña, amaba la Ciencia Cristiana y pensaba que era Científica Cristiana. Mis padres habían crecido yendo a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y confiaban en esta Ciencia para todas nuestras necesidades.
Un día, cuando apenas tenía edad para ir a la escuela, estaba jugando con unos amigos y alguien mencionó que “nadie es perfecto”. Si bien la perfección humana no es la meta en la práctica de la Ciencia Cristiana, con la inocencia propia de un niño insistí en que todos éramos perfectos, ¡los hijos perfectos de Dios! Además, una de mis abuelas había mencionado que no hay otro poder más que el bien, y eso permaneció conmigo. Mi otra abuela a menudo me cantaba himnos de Mary Baker Eddy, y mi tía abuela me contaba de sus viajes alrededor del mundo como institutriz y sus curaciones en la Ciencia Cristiana.
Me casé con un hombre que era de otra denominación cristiana, así que asistíamos a las iglesias uno del otro. Poco después, sentí que mi lugar era servir en la iglesia de la Ciencia Cristiana. Mi esposo se unió a mí. Nuestros hijos fueron a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, y un domingo, cuando salíamos de la iglesia, el Secretario salió y se acercó a nuestro auto con solicitudes para afiliarse, invitándonos a hacernos miembros.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!