Desde afuera, probablemente no parecía que estuviera deprimida. Era el comienzo del bachillerato y me mantenía al día con mis estudios, atletismo y actividades extracurriculares. Pero mis relaciones no eran tan fuertes como antes, y sentía que sufría una crisis de identidad. Estaba constantemente malhumorada y triste, y las cosas parecían ir cuesta abajo.
La depresión fue lo que más afectó mi vida familiar. Realmente necesitaba a mi familia, no obstante, la apartaba y tomaba decisiones que no se alineaban con sus valores. Estaba tan influenciada por los nuevos “amigos” con los que me estaba rodeando que esto afectó negativamente mis relaciones con las personas que más me importaban.
Sabía que necesitaba ayuda y quería sentirme mejor. Pero incluso tratar de descubrir por dónde empezar era abrumador, así que mi mamá me sugirió que llamara a una practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!