“No puedo amarlos”, pensé más de una vez.
“Es imposible.
No comprenden lo que yo comprendo.
Me exasperan,
y logran que mi amor se desvanezca,
agotando mi paciencia”.
¡Ah, pobre de mí!
Creyendo que yo era
el origen y fuente del amor,
donde se gesta la paciencia misma.
Pero un día, casi al amanecer,
llegó Su dulce voz hasta mi oído:
“Tú no amas con tu propio amor,
sino con el Mío, y no se agota; permanece
por toda la eternidad para Mis hijos”.
¡Cuánta paciencia, Padre!
¡Con qué ternura susurras Tus palabras
al corazón vacío!
Necesito aprender.
Enséñame a no ver lo que no hiciste
y a elevar lo que miro;
a amar lo que parece imposible de amar
y a no creer que tal amor es mío.
¡Ah, Padre-Amor, enséñame!
A reflejar lo que Tú eres,
a mirar con Tus ojos
y sobre todo, a amar,
amar sin límites con Tu amor infinito.
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