¿Qué debemos hacer cuando hay que tomar una decisión importante, cuando no estamos seguros de qué dirección seguir o cuando un problema parece no tener respuesta? Si compartimos nuestro dilema en voz alta, no faltan amigos, conocidos, colegas o incluso completos extraños que ofrecen consejos bien intencionados. O bien, quizá seamos nosotros los que queremos ayudar a los demás recomendando una solución. Este tipo de consejos pueden ser algo útiles, o tal vez hagan que el destinatario vaya en la dirección equivocada, lo que quizá empeore la situación. De cualquier manera, no puede proporcionar la guía infaliblemente clara y confiable que viene a través de la comunicación directa con Dios y Su profundo amor por cada uno de nosotros.
Durante miles de años, la Biblia ha sido una fuente consistentemente confiable de firme sabiduría. En el libro de Isaías encontramos esta promesa: “Tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda” (30:21). Y cuando un intérprete de la ley le preguntó a Cristo Jesús: “¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?”, Jesús lo remitió inmediatamente a la Biblia: “¿Qué está escrito en la ley?” (Lucas 10:25, 26).
En lugar de buscar una solución ideada por el hombre, debemos dirigirnos directamente a Dios, nuestro Padre-Madre Amor. Al volvernos a Dios, acallamos las opiniones humanas y buscamos la guía de la fuente de todo el bien. Estamos de pie bajo la cascada de Su gracia, abriendo nuestros corazones a Su amor, profundizando nuestra confianza en el bien supremo y viviendo nuestras vidas con la confianza espiritual que Dios nos ha dado, que Él protege y dirige.
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