A menudo nos sentimos tentados a pensar que controlamos nuestras propias vidas, que tomamos decisiones y somos responsables de los resultados, buenos o malos. Pero este es un punto de vista erróneo, porque deja a Dios al margen. Se basa en la creencia de que tenemos una mente humana falible separada de Dios.
Conozco muy bien tanto el sentimiento de ser personalmente responsable de mi trabajo como las consecuencias de tratar de hacer que sucedan cosas buenas. Hace algunos años, compré dos teatros en mi ciudad con la intención de iniciar un centro de artes escénicas para niños. Hubo muchos reportes de noticias locales elogiando mis esfuerzos, y las redes sociales me respaldaron a medida que avanzaba.
No obstante, muy pronto fue evidente que había sobreestimado mi capacidad para gestionar una empresa tan grande. Me sentí abrumado. Luché infructuosamente para llevar adelante el proyecto, hasta que finalmente colapsó por su propio peso.
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