Disfruto mucho ir a caminar a diversos parques en la comunidad donde vivo. Mi preferido es uno en donde encuentro con regularidad una garza blanca, a quien nombré “Pequeña blanca”. Siempre la he visto sola; no hay otras garzas alrededor. Yo también estoy ahí sola. Me siento en el césped verde a observarla, y oro.
Vuela en busca de alimento, extendiendo sus blancas y brillantes alas. Camina, picotea el prado. Con gracia chapotea y se remoja en el lago. Pero he observado que pasa la mayor parte de su tiempo deteniéndose y haciendo largas pausas en sus rocas preferidas, sosteniéndose solo en una pata con su bello plumaje enroscado como arropándose a sí misma.
Se mantiene quieta. Así es como me siento yo al orar mientras observo el mundo y escucho. Dos citas de la Biblia que me vienen a la mente son: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmos 46.10) y “Escucha esto, … detente, y considera las maravillas de Dios” (Job 37:14).
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