En el choque de la política electoral, el insulto es un contaminante que llena la atmósfera mental de acritud personal. Un espíritu hiperpartidista, ya sea a favor o en contra, representa una mentalidad de “yo primero” que pone el interés propio de algunos adelante del bien común y exalta el dogma político por encima de la sabiduría de Dios, el Principio universal que reina sobre toda Su creación de manera equitativa.
La oración que Jesús dio a sus discípulos manifiesta el espíritu del Cristo que todo lo abarca, la verdadera idea del Principio divino, el Amor. El espíritu-Cristo fomenta en nuestras vidas una perspectiva de “nosotros” en lugar de un enfoque de “yo”. “Padre nuestro que estás en los cielos” toca la nota clave del Padre Nuestro (Mateo 6:9). Esta oración sagrada es tan neutral como generosa, tan inclusiva como imparcial, tan inmediata como atemporal. No importa cuántas veces la ores, nunca pronunciarás las palabras yo, mí o mío. Embeberse en el espíritu del Cristo, el espíritu de la Verdad y del Amor, es abrazar a toda la familia humana en un solo afecto.
En medio del rencor político, tú y yo tenemos la oportunidad (en realidad, el deber moral inexcusable) de aferrarnos a la gran verdad implícita en estas palabras bíblicas: “¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios? ¿Por qué, pues, nos portamos deslealmente el uno contra el otro, profanando el pacto de nuestros padres?” (Malaquías 2:10).
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