Para mí, la Pascua es un recordatorio de que el camino de la Vida eterna es a través de Cristo Jesús, quien declaró: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida...” (Juan 14:6). Es a través del Cristo viviente, la Verdad práctica que Jesús enseñó, la cual está por siempre presente en la consciencia humana, que descubrimos nuestra verdadera identidad inmortal. Esta es una resurrección de pensamiento a la comprensión y regocijo de quiénes somos realmente.
Desde la perspectiva de los sentidos materiales, Jesús había muerto en la cruz y luego vuelto a la vida. Pero cuando se mostró a sus discípulos después de su resurrección, él ilustró algo diferente: que el Cristo eterno, su naturaleza divina o identidad espiritual, jamás había sufrido ni muerto. En La unidad del bien, Mary Baker Eddy escribe: “Para el sentido material, Jesús apareció a primera vista como un niño humano indefenso; mas para la visión inmortal y espiritual, él era uno con el Padre, sí, la idea eterna de Dios, que era —y es— ni joven ni vieja, ni muerta ni resucitada” (pág. 61).
Cristo Jesús enseñó y demostró que, así como él era uno con el Padre, nosotros también lo somos. Por ser una idea espiritual de Dios, cada uno de nosotros tiene una identidad que está intacta para siempre, imperturbable ante la presión, inmune a las leyes materiales de la enfermedad, el pecado y la muerte.
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