¿Has tenido alguna vez una experiencia en el desierto? ¿Tal vez una época en tu vida en la que te sentiste agobiado por la soledad, la incertidumbre o el temor, sin un rumbo claro a seguir?
Hace unos años, me encontraba en un desierto mental, abrumada por el miedo y la duda. Me habían ofrecido un cargo de supervisora escolar en una zona marginal de la Ciudad de Buenos Aires, lejos de donde yo vivía. Mi función sería asesorar e inspeccionar a los directivos de instituciones educativas. La sede quedaba a dos horas de viaje en auto de mi domicilio, pero no me sentía cómoda de ir con mi automóvil, debido a los robos frecuentes en ese apartado lugar. Mi familia y mis amigos me aconsejaron no aceptar ese cargo, aunque era el más alto al que podría llegar en mi carrera docente.
A pesar de mis preocupaciones por ser una mujer joven que enfrentaba esta situación, sabía que Dios no me veía limitada por la edad y el género. Por ser el Amor infinito, Él creó al hombre y a la mujer a Su propia imagen y semejanza. Confiando a través de la oración en que Dios me guiaría y protegería, acepté el puesto.
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