La Ciencia Cristiana, descubierta por Mary Baker Eddy, es cristiana en el sentido de que se basa enteramente en las enseñanzas de Cristo Jesús. Y es científica en el sentido de que tiene una lógica interna que es consistente y demostrable.
Lo que podría llamarse un vocabulario teológico cristiano ya había sido establecido en el momento del descubrimiento de Eddy. Ella se sintió impulsada a redefinir espiritualmente varios de los términos básicos de esta teología, como Dios, Cristo y pecado. Un término cuyo significado invirtió totalmente es la palabra sustancia. Una definición estándar de sustancia en un diccionario dice: “un tipo particular de materia con propiedades uniformes”, o “la materia física real de la que consta una persona o cosa y que tiene una presencia tangible y sólida” (Diccionario Google).
Por el contrario, en respuesta a la pregunta: “¿Qué es la sustancia?”, Eddy responde, en parte: “La sustancia es aquello que es eterno e incapaz de discordancia y decadencia. … El Espíritu, el sinónimo de la Mente, el Alma, o Dios, es la única sustancia verdadera” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 468). En otro lugar, Eddy identifica al hombre —la verdadera identidad de cada uno de nosotros— como constituido por el Espíritu (véase Ciencia y Salud, pág. 316)
Cuando era adolescente y estaba aprendiendo por primera vez sobre la Ciencia Cristiana, me encontré con lo que parecía ser un verdadero desafío en mi pensamiento: ¿Cómo podía comprender que yo mí mismo estoy constituido por el Espíritu; que mi sustancia es completamente espiritual? ¿Y qué es realmente esta sustancia espiritual?
Entonces sucedió algo extraño. Asistí a una ópera, Madame Butterfly de Puccini, donde fui transportado por la belleza de un aria. Solo podría describirse como celestial. Pensé que esta belleza debía ser la sustancia espiritual que estaba buscando, y los músicos la expresaron fácil y naturalmente. Era, en cierto sentido, de lo que estaban hechos, y lo expresaban con naturalidad. Parecía ser una parte inherente de su ser, algo realmente muy tangible. Sentí que esto fue un gran avance para mí, el comienzo de una mejor comprensión de este concepto.
Tiempo después, en mi clase de geometría del bachillerato, me di cuenta de la lógica simple de lo que estábamos estudiando: el teorema de Pitágoras. El razonamiento detrás de esto es muy sólido. Comencé a ver que mi comprensión de esta lógica era parte de mi sustancia espiritual, el material del que estoy hecho.
En otro momento, recuerdo que me sorprendió cuando vi a mi tía en la caja de un supermercado ofreciéndose a ayudar con el pago a una vecina cuando la vecina descubrió que no tenía suficiente efectivo para pagar sus comestibles. Sentí que podía reconocer que su generosidad era parte de la esencia espiritual de mi tía. Era parte de su verdadera identidad como creación de Dios, del Espíritu.
Poco a poco, me fui dando cuenta del hecho de que la verdadera sustancia no es ni materia ni un conjunto blando de valores morales, sino algo… bueno, sustancial. Algo real, tangible y sólido. Algo a lo que Eddy se refería como la esencia de nuestro ser.
Ahora agrega a este cuadro la comprensión de que Dios, nuestro Padre-Madre, es la fuente de la armonía, la inteligencia y la generosidad, y las proporciona constantemente a toda Su creación. Se podría decir que Dios las incorporó en la verdadera identidad de cada uno de nosotros.
No hace mucho, me rompí la pierna. Fue una pequeña pausa y la curación no tardó mucho. Luego, tan solo unos meses después, mientras andaba en bicicleta, me “abrieron la puerta”: un conductor abrió la puerta de su automóvil justo cuando yo pasaba. Volé por encima de la puerta y me rompí la otra pierna.
No puedo decir que recibí con beneplácito esta secuencia de eventos, pero sentí que era una clara llamada de atención. El pensamiento materialista —una visión de la vida como algo físico— me veía vulnerable, hecho de una sustancia frágil. Claramente, necesitaba obtener una comprensión más espiritual de mi verdadera identidad, que estaba hecho de la sustancia indestructible del Espíritu.
Fue una oportunidad para mí de corregir mi comprensión de mi verdadero ser. Empezaba a entender que yo mismo estaba hecho exclusivamente de sustancia espiritual. Y ahora estaba mentalmente preparado para sanar este problema mediante la oración.
Comencé reconociendo que estaba hecho de cualidades divinas, cualidades que existen independientemente de cualquier estructura material. Después del segundo incidente, me hicieron una radiografía de la pierna y me colocaron el hueso en su lugar. Pero en mi pensamiento, oré para profundizar mi comprensión de mí mismo, no solo que estaba hecho de la sustancia indestructible de la bondad, la honestidad y la sabiduría, sino que también vivía en el reino de los cielos, donde la sustancia de esas cualidades se renovaba constantemente.
Razoné que las cualidades espirituales de las que estaba constituido —bondad, compasión, valor moral y muchas otras— no solo estaban intactas, sino que eran inquebrantables. Tienen su origen en Dios. Al ser hechas por Dios, son mantenidas por Dios.
Me llamó la atención que tuve la oportunidad durante este período de oración de redefinirme mentalmente. Aunque pueda parecer egoísta identificarnos con estas nobles cualidades que son el material del que todos estamos verdaderamente hechos —la sustancia pura y espiritual— este es el modelo que Jesús estableció para sus estudiantes: identificarse a sí mismos y a los demás como hijos de Dios. Él dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). Así es exactamente como me esforcé por identificarme a mí mismo, como todos los individuos pueden identificarse correctamente: totalmente uno con nuestro perfecto Padre-Madre Dios.
El ortopedista que me atendía me dijo en nuestra segunda reunión que nunca había visto una curación tan rápida como esta. Muy pronto mi pierna se sanó por completo y pude reanudar toda actividad normal.
Todavía estoy en el proceso diario, momento a momento, de definirme espiritualmente. Pero es maravilloso saber que la sustancia de la que todos estamos hechos es eternamente espiritual y perfecta.