Quien pone su entera confianza en Dios se ve inmediatamente capacitado para lograr cuanto sea necesario para su bienestar. La conciencia que confía completamente en Dios no da cabida a pensamientos erróneos, y así llega a percibir y comprobar que el bien está siempre presente y es en todos momentos asequible.
La mayoría de las personas creen que si tuvieran suficiente fe en Dios les sería posible llevar a cabo cualquier propósito bueno, pero que el problema consiste en no saber cómo hallar esta fe. Como ocurre en la consecución de todo lo que es bueno, la fe se obtiene partiendo de una premisa correcta. Cuando uno llega a comprender que el hombre es en cierto grado tan perfecto como su creador, que permanece inseparable de El y que refleja todas sus cualidades, percibe que la fe es un don que ya le pertenece. Pero debe reconocerla como perteneciéndole y en seguida emplearla para destruir cualquier sugestión del mal que se le pudiera presentar.
Una Científica Cristiana que recientemente se había mudado a una casa nueva, cierto día oyó un gran ruido. Asomándose a la ventana, observó que un obrero que había estado limpiando los vidrios se había caído desde un piso más alto hasta el pavimento. Estaba sola en la casa y por unos instantes un temor muy grande se apoderó de ella y tuvo la tentación de pedir auxilio, ya que el hombre parecía estar sin vida.
Luego le vino el siguiente pensamiento: Puesto que Dios es la Vida omnipresente, bien puedo poner mi entera confianza en El. Al poco rato su temor desapareció y recordó la experiencia de Eutico, quien según el relato bíblico, "cayó del tercer piso abajo, y fué alzado muerto" (Hechos, 20:9), pero a quien Pablo restauró por medio de su entendimiento espiritual. Las palabras de Pablo: "No os aflijáis; porque su vida está en él", asumieron para ella una autoridad y significado nuevos, pues ahora las interpretaba como diciendo:—"su vida está en él [en Dios]." Bajó las escaleras y a pesar de que aun no se percibían señales de vida, siguió afirmando la verdad continuamente en alta voz. Momentos después notó que el hombre respiraba, y al poco se incorporaba. Luego fué llevado a su casa, donde no tardó en reponerse. En la completa seguridad de que Dios lo había restaurado, la Científica Cristiana se sintió llena de una gratitud indecible. Comprendiendo que Dios es Principio, Vida inalterable, había puesto toda su confianza en El, y esto le había quitado el temor, capacitándole para probar la totalidad del poder divino.
Por la siguiente declaración del profeta Isaías: "Confiaré y no tendré temor" (Isa., 12:2), es evidente que el profeta asociaba la confianza con la ausencia del temor. a medida que empezamos a entender que Dios es el bien siempre presente, comprendemos que no hay nada que temer. En su obra titulada "Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras" (pág. 203), Mary Baker Eddy escribe: "Si se entendiera a Dios en vez de creer en el meramente, este entendimiento establecería la salud." La confianza que Jesús ponía en Dios era tan absoluta que al parecer no dejaba cabida al temor en su conciencia, por lo cual le era posible sobreponerse a cualquier circunstancia adversa que se le presentara.
El esfuerzo justo y vigoroso para permanecer conscientes de la omnipresencia de Dios cada momento del día, tiende a eliminar el temor y a mantenernos en un estado de vigilancia espiritual continua, por cuyo medio podemos probar nuestro dominio sobre cualquier sugestión del mal.
Un niño pequeño generalmente tiene una fe absoluta en su madre. Sabe que ella es bondadosa, sensata y cariñosa, y que piensa en su bienestar por encima de todo, de manera que no tiene temor alguno al cruzar una calle de mucho tráfico si ella lo lleva de la mano. El primer paso que hay que dar para aprender a confiar en dios es comprenderle, saber que El es omnipotente, omnipresente y enteramente bueno, y que el hombre jamás se puede separar de El. No es posible tener fe en algo que uno no comprende, algo en que uno no confía y que no ama.
Para comprender a Dios es preciso vivir una vida pura. La perfección espiritual no puede ser entendida por la persona que tenga la conciencia ofuscada por el pecado y la materialidad. No existe poder alguno que pueda perjudicar o poner obstáculos al que esté expresando la pureza del Cristo. Sus pensamientos son estables, conoce el camino y tiene la fortaleza y la visión necesarias para seguir adelante. Cuando reflejamos la bondad de Dios, percibimos su presencia. Los pensamientos que se asemejan a Dios pueden comprender a Dios, y dichoso y seguro se siente aquel que decide abandonar la materialidad y obedecer la dirección divina con humildad y confianza.
Quienes se afanan por libertar a la humanidad, por preservar la libertad de culto y promover la religión, pueden reclamar para sí con toda seguridad las bondadosas promesas de la protección divina dadas en la Biblia. El que confía en la omnipotencia, no necesita temer el mal. Aceptemos de todo corazón la siguiente promesa del Salmista (Salmos, 91:5, 7): "No tendrás temor de espanto nocturno, ni de saeta que vuela de día. ... Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; pero a ti no llegará."
Nos es, en efecto, posible alcanzar esa elevación de pensamiento espiritual que oye la voz de Dios. Entonces obraremos de acuerdo con esta voz y nos hallaremos seguros. En su obra Ciencia y Salud (pág. 308), Mrs. Eddy escribe: "Los patriarcas, inspirados por el Alma, oían la voz de la Verdad y hablaban con Dios tan conscientemente como un hombre habla con otro hombre." Estos antiguos patriarcas no fueron escogidos para recibir un don especial, sino que su gran percepción espiritual era el resultado de su cultivado entendimiento espiritual. Esto lo pueden lograr todos los que llevan una vida recta y que mantienen los pensamientos puros. Es divinamente natural expresar el bien, y lo contrario es contranatural. Esa es la razón por la cual la armonía es el fruto del pensamiento espiritual. Finalmente todos tendremos que inclinarnos ante el poder de la pureza y la espiritualidad. Entonces se habrá de actualizar en nuestra experiencia la visión del apóstol Juan, por él descrita como sigue (Apoc., 21:1): "Y ví un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra han pasado."
    