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Lo que exige el Amor

Del número de julio de 1948 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Los tiempos actuales ponen a prueba de una manera decisiva la profundidad e integridad de nuestro amor. Constantemente nos vienen llamadas a la puerta de nuestra conciencia para que perdonemos, para que rehusemos atribuir al hombre mal alguno. Perdonar, esta es la gran demanda del amor.

Raro es el caso de la persona que no haya tenido alguna vez ocasión de perdonar o de pedir perdón. ¿Y no es verdad que todo sincero pensador se arrodilla mentalmente ante su Padre celestial en humilde petición de perdón—esto es, corrección o eliminación de algún error? Toda la cristiandad conviene en que el perdonar es una virtud cristiana y, valiéndose del padrenuestro, ora por el perdón, reconociendo asimismo la necesidad de perdonar a los demás. En su interpretación espiritual de la petición: "Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores", Mary Baker Eddy, la inspirada Guía de la Christian ScienceEl nombre dado por Mary Baker Eddy a su descubrimiento (pronunciado Críschan Sáiens) y que, traducido literalmente, es la "Ciencia Cristiana"., nos define el completo y verdadero perdón con estas palabras (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 17): "Y el Amor se refleja en amor."

Un diccionario nos dice que perdonar es "abandonar el resentimiento o el derecho al desquite por algún agravio u ofensa." Renunciar a todo deseo de represalias o venganza es el primer paso hacia el verdadero perdón. Purificar los pensamientos de todo resentimiento es el paso siguiente y más difícil. En tanto que quede rastro alguno de resentimiento o agravio, no se ha perdonado. Es de gran importancia que el Científico Cristiano no se entregue al resentimiento ni a la conmiseración propia, pues estas fases del pensamiento erróneo son pesadas cargas que le impiden progresar.

Cuando uno de sus discípulos se acercó al gran Mostrador del camino, preguntándole si bastaba perdonar siete veces, Jesús respondió: "No te digo: Hasta siete, sino: Hasta sententa veces siete." En su propia experiencia Jesús llegó hasta la cima del perdón, tal cual lo describe Mrs. Eddy en estos hermosos términos (Miscellaneous Writings, pág. 124): "El último acto de la tragedia del calvario rasgó el velo del templo de la materia y desveló el gran legado del Amor a los mortales: El Amor perdonando a sus enemigos. Este sublime acto coronó y aun corona al cristianismo: manumita a los mortales; interpreta el amor; da al sufrimiento, inspiración; a la paciencia, experiencia; a la experiencia, esperanza; a la esperanza, fe; a la fe, entendimiento; y al entendimiento, ¡Amor triunfante!"

Este último acto del amor que todo lo perdona, fué expresado por Jesús cuando, aun estando en la cruz, dijo: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." ¿Comprende uno verdaderamente lo que está haciendo cuando daña o perjudica a otro? Si lo comprendiera no lo haría porque el mal, tarde o temprano tiene que ser perdonado, esto es, destruído, para que tanto el que perjudica como el que es perjudicado sea liberado de cadenas esclavizantes. La crítica inconsiderada, la condenación mordaz, los chismes, la tergiversación de los hechos, los esfuerzos por desacreditar el trabajo de otro a fin de lograr su desalojo, la mala interpretación de los motivos y envidia del progreso de los demás—no cometeríamos ninguno de estos errores si percibiéramos su efecto rebotador. Sin embargo, el perjudicado no debiera resentir tales errores, sino excluirlos de su pensamiento, separarlos de la persona, y así perdonarlos.

¿Cómo podemos separar el error de la persona? ¿Cómo podemos vencer el resentimiento y los agravios, y así perdonarlos? Podemos lograr este correcto estado de pensamiento mediante una percepción de la verdad absoluta de que no hay nada que perdonar, ya que el hombre verdadero, el hombre creado por Dios—y no hay otro—jamás ha perjudicado ni ha deseado perjudicar a nadie, puesto que refleja y expresa a Dios. Es sólo en la creencia ilusoria de un universo falso, donde al parecer una persona perjudica a otra, provocándole indignación y resentimiento, acompañados a veces de odio y venganza.

Perdonar es elevarse en pensamiento hasta percibir sólo el universo real, incluso el hombre espiritual. En este universo del Espíritu no existe más que el bien, no hay nada que pueda entorpecer ni desorganizar, y la individualidad de nuestro prójimo está por encima de toda censura. Este verdadero estado de existencia ha sido descrito por Isaías con estas palabras: "No dañarán ni destruirán en todo mi santo monte; porque estará la tierra llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar." En el estado mental indicado por estas palabras, no hace falta el perdón.

Hoy en día no basta perdonar a nuestros vecinos más cercanos. Quizá haya ciertos grupos o naciones que estén reclamando nuestro amor y perdón. ¿Cómo podemos vencer mejor la sensación de que hemos sido agraviados, ya sea como individuos o naciones? Mediante el amor y sólo el amor. Esto no significa amar la manifestación humana imperfecta, sino mirar más allá de tal falsificación para percibir al hombre perfecto, a quien Dios creó y a quien Dios conoce. Percibiendo a este hombre real, el único hombre que verdaderamente existe, vemos que realmente nunca ha errado, y que jamás ha perjudicado o dañado a su prójimo.

En el libro de texto de la Christian Science, Ciencia y Salud (págs. 476, 477), nuestra Guía, Mary Baker Eddy, escribe: "Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que aparecía a él allí mismo donde a los mortales aparecía el hombre mortal y pecador. En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios y este concepto correcto del hombre curaba al enfermo." Esto se refiere no sólo a los padecimientos físicos sino también a todos los males de cualquier índole, pues Mrs. Eddy agrega: "Así Jesús enseñó que el reino de Dios está intacto y es universal, y que el hombre es puro y santo." ¿No es este el verdadero camino del perdón—ver al hombre "puro y santo", habitando en el reino de Dios, que es universal y está intacto? Aquí no hay lugar para la ilusión del mal, el resentimiento, los agravios, al venganza ni el odio. Solamente hay lugar para la perfección—Dios perfecto y hombre perfecto. La codicia, el odio, la avaricia, la crueldad, la venganza, el egoísmo, y demás manifestaciones de la mente carnal, no forman parte alguna del hombre creado por Dios; más bien son ilusiones que no existen sino en el sueño de la vida material. Comprender espiritualmente que estas creencias carnales son ilusiones insubstanciales equivale a dejar de verlas como reales y así destruirlas.

Para alcanzar el sagrado concepto de Dios perfecto y hombre perfecto, debemos amar cada vez más, hasta que raye en la conciencia humana el día del perfecto entendimiento espiritual. Sólo mediante la reflexión podemos amar verdaderamente, ya que es por nuestra comprensión de Dios como el Amor, y el reconocimiento de nuestra relación con el Amor, que podemos mantener nuestros pensamientos en una escala ascendente. Así nos elevamos progresivamente hasta que alcanzamos a ver tal como Dios ve y a saber lo que Dios sabe.

Esforzándonos día a día por pensar científicamente acerca del caos y la destrucción que parecen prevalecer en el mundo de hoy, veremos que el hombre es la imagen y semejanza de Dios, completamente aparte de todos los conceptos ilusorios que falsamente pretenden ser el hombre. Esto se logra, como lo afirma repetidamente nuestra Guía en el libro de texto, mediante la comprensión de que sólo existe una Mente y una creación. No hay mente carnal ni hombre mortal, y en el grado en que entendemos la unidad de Dios y el hombre, vemos y reconocemos la perfección. Así se nos hace posible perdonar o destruír las creencias erróneas acerca del hombre y el universo. Y esto es lo que nos exige el Amor.

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