Si uno está perdido en un desierto, tiene que proceder inteligentemente para salir de él. De igual manera si uno se encuentra en el desierto de la materialidad hay medidas que, dirigido por la sabiduría, puede tomar para salvarse. Una de ellas es la demostración del poder de Dios para conferirle salud y armonía al cuerpo humano. Este requerimiento no se puede evadir. La muerte no ofrece solución. El requerimiento continúa hasta que, mediante una mayor comprensión de Dios, se ve cumplido. La Christian Science revela que cada uno puede cumplir con esta demanda, por la espiritualización de sus pensamientos y de su vida. Si esto no se hace en este mundo habrá que hacerlo en el más allá. No hay manera de evitarlo.
Durante su misión terrenal, el Maestro empleó la mayor parte de su tiempo enseñando que todos pueden valerse del poder de Dios para sanarse, tanto mental como corporalmente. Dijo: "El que creyere en mí, las obras que yo hago, él las hará también" (Juan, 14:12). La salvación—que cierto diccionario define como liberación de todo el mal y entrada al cielo—se logra paso a paso. Uno de los pasos indispensables consiste en obtener un cuerpo sano por medio del entendimiento del Cristo, la idea espiritual de la Vida y del hombre.
Citando la declaración de Juan: "El Verbo fué hecho carne" (Juan, 1:14), Mary Baker Eddy la comenta así: "La Verdad divina tiene que ser conocida por sus efectos en el cuerpo así como en la mente, antes de que la Ciencia del ser pueda ser demostrada" (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 350). Este requisito fué indiscutiblemente reconocido por Jesús, y las curas de toda clase de enfermedades por él efectuadas dejaron un ejemplo que deben seguir todos los que aceptan sus enseñanzas. "Sanad enfermos" (Mateo, 10:8), fué su mandato incondicional para los cristianos de todas las épocas.
¿Cuál fué su método de sanar? y ¿cómo es posible que se efectúen curas hoy en día por ese mismo método?—estas son preguntas que parecen perturbar a muchos clérigos consagrados de las iglesias ortodoxas, en quienes se ha inculcado la creencia de que la función de la religión consiste en salvarnos del pecado, pero que es prerrogativa de los médicos el salvarnos de la enfermedad; a quienes se les ha enseñado a pensar que cuando se trata de la salud, la materia puede más que Dios.
La Christian Science acepta las declaraciones del Maestro. No intenta evadirlas con argumentos. Más bien enseña, como lo hizo él, que es tanto la prerrogativa de Dios proveer al hombre de salud como ayudarle a vencer el pecado. Aunque sus adherentes todavía no han alcanzado el entendimiento de Dios y de Su poder curativo, poseído por el Maestro, ellos han dado pruebas abundantes de que el poder espiritual sana hoy en día tal como lo hacía en tiempos de Jesús. Tan es así, que las leyes de los Estados Unidos, el Imperio Británico y muchos otros países reconocen este método de curación a la manera de Cristo.
Pero, y estas curaciones, ¿cómo se efectuan? ¿Puede Dios gobernar un cuerpo físico, compuesto de moléculas? La Christian Science declara que Dios es Espíritu, Mente divina, y que el hombre que El creó no se compone de materia enigmática y transitoria, sino de elementos, energías, pensamientos, ideas de la Mente perfecta, la inteligencia, de la cual el hombre es para siempre el representante o la idea. La única y verdadera individualidad del hombre es eternamente armoniosa y sana, porque expresa a Dios. En el universo y en el hombre que son productos de la inteligencia perfecta, no existe ningún concepto discordante, ninguna aflicción, incapacidad o enfermedad. Lo discordante y aflictivo jamás denotan la inteligencia.
El diablo, y no Dios, produce los cuerpos enfermos así como los pensamientos erróneos. Los unos son el producto de los otros. Y el diablo ¿qué es? ¡Lo opuesto de Dios! Dios es la Mente única, enteramente buena e inteligente. Su opuesto, el diablo o el mal, es la mente mortal, material y negativa, que pretende operar por medio de los mortales e identificarse con ellos y sus cuerpos, tan a menudo enfermos.
El Maestro resumió muy sencillamente la base de la curación espiritual cuando dijo: "Si permaneciéreis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Juan, 8:31, 32). El no dijo: "Conoced lo que es verdad y estaréis libres del pecado, mas usad la materia no espiritual para sanar el cuerpo. Su declaración no admitía excepciones. Para estar libre de toda clase de mal hay que conocer—no simplemente creer—la verdad, la causa y el efecto verdaderos, la verdad acerca de Dios, la creación y el hombre.
A medida que el discípulo comprende y afirma valerosamente lo que es verdad referente a Dios y el hombre, en su naturaleza espiritual, nota que su temor a la enfermedad va disminuyendo. Empieza a confiar su ser y su condición al Padre omnipresente, Dios, y va sobreponiéndose a la creencia de que está sujeto a un poder místico y capaz de afligirle, llamado materia o el mal. Aprende que el Cristo es la idea verdadera de Dios y el hombre, el Salvador que le ha sido proporcionado de una manera natural por la Mente que todo lo sabe. Esta idea verdadera de la Vida ilumina su conciencia con la realidad espiritual de tal manera, que se hace cargo del dominio que Dios le ha dado sobre el pecado y la enfermedad.
Estas verdades con sus numerosas adaptaciones, él las aplica a sus problemas particulares. Encuentra que la Palabra de la Verdad que él declara está dotada de poder, no porque él la declare sino porque la Mente divina la emite y le confiere poder. El Salmista lo expresa como sigue: "Envía su palabra, y los sana, y los hace escapar de sus destrucciones" (Salmos, 107:20). Esta Palabra de la realidad, que Dios envía al pensamiento de los hombres, calla y anula las falsas pretensiones de la mente mortal que dice crear y afligir al hombre.
Conforme el discípulo va aceptando estas verdades espirituales y libertadoras, ellas surten efecto. Anteriormente él había creído que ciertos poderes místicos y materiales le habían creado y luego enfermado, pero empieza a darse cuenta del verdadero carácter de Dios, verdadera causa, y de la verdadera identidad del hombre—la imagen de Dios—y esta comprensión, por limitada que sea, disminuye la pretensión del mal de que puede dominar su ser. Percibe en cierto grado el hecho espiritual de que Dios es el único gobernante del hombre, Su reflejo, y esta percepción obliga a la mente mortal a ceder su pretensión de ejercer un indisputable dominio sobre el hombre y su cuerpo. Puesto de frente al Verbo de la Verdad, esta mentira se rinde ante el mandato divino de que el hombre exprese salud y armonía. La mente mortal cede al Verbo divino, gobierna armoniosamente su cuerpo y así reconoce en cierto grado su propia impotencia y la supremacía de la Mente divina.
Es así como, al percibir que Dios es Todo, uno demuestra paso a paso la omnipotencia de la Verdad y comprueba que Dios está siempre presente para dotar al hombre tanto de salud como de rectitud. Lejos de ser un esclavo atribulado y encadenado por la materia, el hombre es la obra más perfecta de Dios. Comprendiendo y afirmando la verdad acerca de Dios y de la identidad del hombre como inseparable de El y expresándole, se subyuga la mente mortal y su cuerpo material. Este es un paso indispensable hacia la completa aniquilación de la mente mortal y de la materia, mediante la plena comprensión del hecho de que Dios es Todo y que el hombre mora en El eternamente.