La influencia de la Christian Science, que nos guía, protege y sana, se ha manifestado tan abundantemente a través de toda mi vida, que me es difícil elegir de todo el bien que he recibido, aquellas curaciones y experiencias que más podrían ayudar a otros. Fui bendecido con una madre que hacía uso de la Christian Science constantemente en su vida diaria, así es que a temprana edad aprendí que el conocimiento de esta Ciencia sana, protege, y nos suple de todo lo bueno. De modo que desde la infancia el apoyarse en Dios y tener una completa fe en El eran algo espontáneo y natural. Mi madre usaba la Christian Science con una confianza absoluta basada en la clara comprensión de que esta Ciencia encierra la solución de todo problema humano. Por medio de ella, demostraba la abundancia de la provisión de Dios, desacreditaba los achaques de la vejez, curaba la enfermedad, y se sobreponía a las dificultades más increíbles.
En una ocasión nos mudamos a una ciudad distante, para que mi hermano pudiera completar sus estudios. Llegamos a ella sin conocer a nadie, con muy poco dinero y pocas posesiones materiales. Confiando enteramente en la Christian Science, al mes de nuestra llegada mi madre tenía un hogar, una casa llena de muebles y una renta. Durante este tiempo no se hicieron planes materiales frenéticos ni búsquedas, pero sí se hizo trabajo incesante en la Christian Science.
Años más tarde, cuando ya había cumplido con las responsabilidades que implica criar una familia, mi madre decidió tomar un curso especializado en un ramo que le había interesado desde mucho tiempo. Al hacer esto, hizo caso omiso por completo de su edad, obedeciendo la admonición de nuestra Guía, quien nos dice (Ciencia y Salud, pág. 246): “Modelemos pues nuestros conceptos de la existencia sobre la base de la belleza, lozanía y continuidad, en lugar de la vejez y decrepitud.” El estudio parecía ser sumamente difícil, y sus jovenes compañeros fueron al principio poco amistosos. Con completa y continua confianza en que Dios la guiaría paso a paso, ella terminó su curso con honores y con un sinnúmero de amigos estudiantes. Trabajando de nuevo en la Christian Science fué guiada a comprar un negocio que demandaba justamente de la clase de especialización que ella acababa de recibir. Luego siguieron muchos años de felicidad y trabajo fructífero.
Siempre ha sido motivo de gran gozo para mí no sólo la protección misma que experimentamos en la Christian Science, sino la plena consciencia de protección que nos depara esta religión. Sabemos que toda actividad reside en la Mente. La rápida aplicación de esta verdad me ha protegido en muchas ocasiones. Hace algunos años aprendí a conducir un avión. Me había estado perfeccionando durante un período de varios meses en las diversas pruebas de vuelo que eran necesarias para pasar el exámen que exegía el gobierno. Tenía confianza en que mi preparación era adecuada, sin embargo cada vez que pensaba en la futura prueba me sentía aflijido, sensación esta que no podía definir ni vencer. Cuando llegué al aereopuerto el día del examen persistía aún esta sensación de temor, de manera que se llamó a un practicista para que me ayudara.
El día era poco apropiado, pues el viento cambiaba constantemente. En una ocasión cuando me aprontaba para aterrizar, una repentina ráfaga de viento empujó de lado a mi avión a través del campo. Siéndome imposible aterrizar, me elevé otra vez pero descubrí que mi avión, cuyos motores habían dejado de funcionar normalmente, se veía impelido hacia tres torres de radio que bordeaban un ángulo del campo. Como un relámpago pasó por mi mente una parte de un versículo del libro de Deuteronomio (33:27): “Por debajo tienes los brazos sempiternos.” Después comprendí que no había nada que el ser humano podía hacer en situación tal. Pero aquí se presentaba la oportunidad de probar todas esas maravillosas verdades en las cuales había estado confiando desde mi niñez. Todo estaba en manos de Dios. O El me salvaba o yo no me salvaría. Comprendiendo esto, desapareció por completo la tensión que me embargaba. La situación se había convertido en responsabilidad de Dios y yo era meramente el privilegiado observador de cómo El me protegería. No hallo palabras con que expresar la sensación que me embargó cuando el ala de mi avión pasó a salvo la última torre. Continué volando varias millas sólo consciente de la dulce convicción de que Dios es Amor. Volví entonces al campo y con entera confianza terminé la prueba.
En otra ocasión un dentista que vivía en una ciudad distante nos llamó por teléfono para decirnos que mi padre, que contaba con ochenta y ocho años, había ido a consultarle acerca acerca de sus dientes. Nos había llamado solícitamente para decirnos que mi padre estaba sufriendo de un cáncer a la boca que ya había afectado la mandíbula. Sugerió que fuera atendido por un médico inmediatamente ya que una demora aun de pocos días podía ser fatal.
No perdimos tiempo en traer a mi padre a nuestra casa. Toda la familia se unió para refutar esta mentira acerca del hombre verdadero. Nunca, ni por un instante, fué reconocida o admitida ni se le dió realidad alguna. Un practicista comenzó a trabajar inmediatamente, y mediante su comprensión de la eternidad de la vida, pocos meses después aquella condición quedó completamente eliminada.
En los muros de muchas iglesias de la Christian Science podemos leer las siguientes palabras: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (Ciencia y Salud, pág. 494). Estoy tan agradecido de que nuestro vasto movimiento está contribuyendo diariamente a que esta declaración sea una potente realidad para millones de seres a través del mundo, recalcando así nuevamente la sabiduría y semejanza a Cristo manifestada por nuestra venerada Guía, Mary Baker Eddy.—Mankato, Minnesota, E.U.A.