Comprendiendo que la muerte es imposible en el reino de la Vida eterna, divina y siempre presente, Jesús de Nazaret pudo salir del sepulcro y presentarse a sus discípulos. Esta misma comprensión de que la vida del hombre y su actividad normal y continua dependen de Dios, y no del cuerpo material, facultó a Jesús para sanar a los enfermos y resucitar a los muertos.
En la página 75 de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras”, Mary Baker Eddy explica el modo de pensar que capacitó a Jesús para levantar a Lázaro de la tumba, a pesar de que hacía cuatro días que sus amigos lo tenían por muerto. Ella escribe: “Jesús resucitó a Lázaro por el entendimiento de que Lázaro nunca había muerto, no por la admisión de que su cuerpo había muerto y que después volvió a vivir.” Luego para mejor explicar este punto fundamental de la Ciencia de la curación cristiana, agrega: “Si Jesús hubiera creído que Lázaro había vivido o muerto en su cuerpo, el Maestro hubiera estado en el mismo plano de creencia como aquellos que enterraron su cuerpo, y no hubiera podido resucitarlo.”
La trascendental revelación que le permitió a Mrs. Eddy explicar de tal modo el método de curación empleado por Jesús, le había demostrado claramente que el hombre verdadero no vive en un cuerpo material, y por tanto no puede morir en él. Mrs. Eddy había aprendido a hacer una clara distinción entre el concepto humano o mortal del hombre y el hombre espiritual, que es la eterna imagen y semejanza de Dios. Jesús despertó a Lázaro por la comprensión de que su verdadera entidad era tan permanente y perfecta como Dios, su creador. El hombre espiritual no enferma para luego sanar. No muere para poder ascender a vida eterna. El hombre de Dios es por siempre uno con el Espíritu, y no puede en realidad vivir en un cuerpo material o por medio de él. La materia no crea la vida y no la puede quitar.
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