"Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias" (Salmo 103:2, 3).
Hace unos veinticinco años, recibí un ejemplar de El Heraldo de la Ciencia Cristiana (edición en alemán), por el cual me enteré por primera vez de esta religión.
Después de recibir dos años de tratamiento médico de varios especialistas, había consentido hospitalizarme a fin de recibir mayor atención médica que me aliviara de lo que consideraban una inflamación crónica del estómago e intestinos y de una úlcera intestinal.
Los testimonios de curación que leí en el Heraldo despertaron en mí una nueva esperanza, y le dije al médico que quería esperar algún tiempo antes de ingresar al hospital porque deseaba pasar unos días de mis vacaciones en las montañas.
Ahí comencé a leer de nuevo la Biblia después de muchos años, y el libro de texto Ciencia y Salud por Mrs. Eddy, que había comprado. Pronto perdí el temor de comer que me había dominado antes de cada comida.
Abandoné la dieta que seguía y apenas sentí la pequeña molestia que aparecía de cuando en cuando. Sin embargo, al regresar de las montañas el sentido mortal me indujo a llamar al médico, quien notó un aumento de peso y dijo: "Todavía podemos esperar para hospitalizarlo. ¡Continúe con las medicinas prescritas!"
No pude resistir la tentación, y pensé que aunque las medicinas no me hicieran bien, por cierto que no podrían hacerme daño. Sin embargo, inmediatamente que comencé nuevamente a tomar las medicinas sufrí una recaída.
Muy decepcionado, me pregunté a qué se habría debido esta contrariedad. Por medio de la oración encontré la explicación en el hecho de que había estado tratando de servir a dos señores. En lugar de atribuirle el poder a Dios únicamente, involuntariamente se lo había atribuido otra vez a la materia, y también así había sido infiel al Principio divino.
Entonces comprendí claramente que en la Ciencia Cristiana no podía haber más que un camino, a saber, el del Espíritu. Por lo tanto, saqué del botiquín todas las medicinas y las tiré a la basura, firmemente decidido a no volver a tomarlas.
Al día siguiente, después de haber dormido muy bien durante la noche, noté que había sanado completamente.
También estoy muy agradecido por curaciones de aparente envenenamiento de la sangre, de jaquecas, de dolencias resultantes de resfriados, y de difteria. Estas curaciones que han experimentado mi esposa e hijos, por medio de la aplicación de las reglas de la Ciencia Cristiana, se han logrado en parte por la ayuda de una fiel practicista de la Ciencia Cristiana, y en otras por medio de la propia comprensión de ellos.
Estoy muy agradecido por las bendiciones que la Ciencia Cristiana trae a la humanidad; por Cristo Jesús, nuestro Mostrador del camino; por Mrs. Eddy; y por todos los que están aplicando la Ciencia Cristiana en la vida diaria. Doy a Dios la gloria.
Basel, Suiza