En el ejemplar de marzo de 1967 de la edición francesa de El Heraldo de la Ciencia Cristiana, apareció un testimonio en el que expresé mi profunda gratitud por las bendiciones que había recibido al aplicar esta Ciencia del Cristo, revelada por Mrs. Eddy.
Estas bendiciones han continuado embelleciendo mi vida, y deseo compartir mi alegría con todos aquellos que lean estas líneas, para que ellos también puedan ser bendecidos.
Cuando conocí la Ciencia Cristiana, había estado padeciendo durante veinte años de dolores de estómago. Me alivié algo cuando comencé a orar como nos enseña la Ciencia. Sin embargo, en lo profundo de mi ser continué albergando un temor latente que me hacía evitar ciertos alimentos.
Cuando tuve que pasar por la dolorosa prueba de quedar viuda, estos dolores de estómago volvieron a manifestarse de un modo agresivo. Mi sufrimiento llegó a tal punto que me di por vencida y consulté un médico. Su diagnóstico fue que se trataba de un caso de úlcera, la que debía ser cuidadosamente atendida para evitar que se convirtiera en cancerosa. Al principio este diagnóstico me aterrorizó, pero recordando las bendiciones que había recibido en la Ciencia Cristiana, resolví recurrir sin reservas a esta Ciencia y pedí a una practicista que me diera tratamiento.
Ella me explicó que la causa fundamental de mis sufrimientos era el temor y que debía refutarlo enfáticamente. Me aconsejó que me aferrara más firmemente a la verdad de que el alimento no puede dañar al hombre. Me apoyé especialmente en este pasaje de Ciencia y Salud por Mrs. Eddy (pág. 180): "El único camino que conduce a esta Verdad viviente, que sana a los enfermos, se halla en la Ciencia de la Mente divina, tal como ésta fue enseñada y demostrada por Cristo Jesús".
La practicista me recomendó que antes de las comidas pensara en este pasaje de la Biblia (Éx. 23:25): "A Jehová vuestro Dios serviréis, y él bendecirá tu pan y tus aguas; y yo quitaré toda enfermedad de en medio de ti".
Para mi gran alegría, en unos pocos días fui completamente liberada, y desde entonces nunca he tenido ninguna molestia, coma lo que coma.
Mi gratitud a Dios es muy grande, y mi gratitud por el ejemplo sanador de Cristo Jesús y por Mrs. Eddy, y por la practicista que me ayudó, es sincera.
Hace varios años tuve una experiencia nueva y maravillosa del Amor divino.
Como tenía que cambiar las lentes de los anteojos que usaba para leer, a fin de corregir lo que se conoce como presbicia, fui a ver a un oculista. Me recetó, además, algunos remedios que debía tomar "por el resto de mi vida". Pero estaba decidida a no aceptar esto, y por eso no compré los remedios. Hice lo posible por orar y entender con más consagración, que la vista, teniendo su fuente en Dios, no puede perder su perfección, puesto que Dios permanece por siempre perfecto.
Una noche, después de un día de mucho trabajo, recibí mi recompensa. Mis patrones estaban agasajando a una docena de amigos y yo sola tuve que encargarme de todo el trabajo, que era pesado. Durante todo el día, mientras trabajaba, le pedía a Dios que me ayudara para hacer bien mi tarea. Cuando terminé, me fui a la cama. Al prepararme para leer algunos pasajes de la Biblia y de Ciencia y Salud, como lo hago casi todas las noches, me encontré con que había dejado mis anteojos en la cocina. Para traerlos tenía que pasar por la habitación donde estaban los invitados todavía reunidos, y no me atreví a hacerlo. No obstante, en mi anhelo por leer estos libros que me hacen tanto bien, empecé a leer los pasajes que más conocía. Después de un momento, tratando de continuar con la lectura, me di cuenta de pronto, que aún teniendo el libro a una distancia normal, podía ver las letras con claridad y podía leerlas fácilmente.
¡Con gran alegría comprendí que mi creencia en la presbicia había desaparecido y que la condición física había sanado! Esta alegría fue tan grande, a la que se unió una profunda gratitud a Dios y a Su Cristo, que toda la fatiga de ese día tan difícil, desapareció instantáneamente.
Mientras trabajaba para liberarme, este pasaje en particular de Ciencia y Salud me ayudó (pág. 183): "La Verdad echa fuera todos los males y métodos materialistas con la verdadera ley espiritual, — la ley que da vista al ciego, oído al sordo, voz al mudo, pies al cojo".
Es un gran honor para mí ser miembro de La Iglesia Madre y de nuestra iglesia filial, en la cual estoy muy feliz de servir, teniendo en mi corazón la alegría de servir a Dios mientras sirvo a mi prójimo.
(Sra.)
Nice, Francia