En 1879, un pequeño grupo se reunió en Boston, Massachusetts, y dio un paso formidable. “A moción de Mrs. Eddy, se acordó: — Organizar una iglesia destinada a conmemorar la palabra y las obras de nuestro Maestro, la cual habría de restablecer el Cristianismo primitivo y su olvidado elemento de curación”. Manual de La Iglesia Madre por Mrs. Eddy, pág. 17;
Hace más de diecinueve siglos, el Fundador del cristianismo había establecido una norma de curación para todos sus seguidores: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también”. Juan 14:12; Aunque los Evangelios se escribieron después que la creencia y las obras se habían separado considerablemente, no dejan ellos ninguna duda acerca de la naturaleza de la curación cristiana y de la esperanza de que continuaría.
Esta esperanza se desvaneció muy pronto. Alrededor del siglo tercero, los escritores religiosos informaban solamente sobre “indicios” de curación, y hacia fines del siglo cuarto la Iglesia estaba dispuesta a justificar la pérdida. Un sincero reformador religioso, San Juan Crisóstomo, escribió: “¿Por qué ... no hay ahora quienes resuciten a los muertos y efectúen curaciones? ... Cuando la naturaleza del hombre era más débil, cuando la fe tenía que implantarse, todavía había muchos de ellos; pero ahora Dios no quiere que nos apoyemos en esas señales”. Homily VIII on Colossians (Nicene and Post-Nicene Fathers);
Mrs. Eddy no se entretiene en ese limbo de curación declinante. Ella va directamente a Cristo Jesús en busca de ejemplo, sin depender para nada de la práctica o de la doctrina de los siglos intermedios. La Ciencia Cristiana, de la manera en que fue fundada por ella, rechaza el punto de vista, por mucho tiempo aceptado, de que la curación cristiana fue un instrumento milagroso, especial, destinado a un período o propósito limitado. La curación se ve una vez más íntimamente unida al cristianismo, la evidencia necesaria de que el omnipresente reino de Dios se está manifestando en la tierra.
Además, la Ciencia Cristiana hace a un lado el concepto decadente y limitado acerca de la curación cristiana que se mantuvo durante casi los tres primeros siglos. El estudio de estos primeros siglos, le muestra al Científico Cristiano de hoy en día la fidelidad con que Mrs. Eddy llevó a cabo su obra, y la importancia de que la manera en que la fundó sea continuada, preservando su pureza y poder. La curación no tiene por qué perderse otra vez.
¿Qué le ocurrió realmente a la curación cristiana después de Cristo Jesús?
Quienquiera que estudie los escritos de la Iglesia primitiva, aparte del Nuevo Testamento, pronto se da cuenta de que la norma universal de Jesús, que requería que todo creyente efectuara curaciones, no se cumple. Ni siquiera se piensa en ella. Existen varias referencial al deber de visitar a los enfermos y proveer a sus necesidades — pero no al deber de curarlos.
Además, ya en la carta de Pablo a los Corintios, se habla de la curación como un don especial. Como Pablo la ve, puede ser un poco más elevada que los dones de la organización humana, pero menos elevada que la profecía o la enseñanza. No tiene ninguna relación particularmente inmediata con el amor cristiano, el camino de vida disponible para todos. Véase 1 Cor. 12, 13;
Pablo mismo curó con autoridad espiritual. Sin duda pensó que esto no era más que parte de su apostolado, el cual consideró como el más elevado de todos los dones. Pero al ver que la teoría de Pablo sobre los dones se insensibiliza convirtiéndose en dogma en los últimos escritos de la Iglesia, uno se vuelve con gratitud a la rehabilitación de una única norma universal, que la Ciencia Cristiana hace posible hoy en día. ¡Cada uno está capacitado para curar y avanzar en la ciencia de la curación, ahora, según el modelo a la manera de Cristo!
La gran fuerza que impulsaba las vidas de los primeros sanadores cristianos, nació de lo que ellos vieron en Cristo Jesús, y recibieron de sus enseñanzas. A menudo reclamaban la curación “en su nombre”, como cuando Pedro dijo al mendigo inválido en la puerta del templo: “en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. Hechos 3:6;
Los Cristianos posteriores tomaron como fórmula el “nombre” al sanar, una práctica alentada por la creencia de esa época en demonios o diablos, capaces de entrar en un hombre y enloquecerlo o enfermarlo. A través de todo el mundo antiguo la gente usaba exorcismos — echaba fuera demonios en algún “nombre” que, según se suponía, tenía poderes. Existía el peligro de que la genuina curación cristiana, — tanto de acuerdo con la naturaleza como con el nombre de Cristo Jesús — fuera absorbida por esta práctica vacía.
Gran parte de la actividad sanadora del cristianismo de que se tiene noticia, ocurrida después de la era apostólica, entra en la categoría de exorcismo. Lo notable es que el exorcismo de los cristianos no se parecía al de los paganos de su época, sino que mantenía cierta cualidad espiritual propia. Orígenes, escritor del siglo tercero, es uno de los que más claridad vierte sobre este punto: “El nombre de Jesús puede todavía eliminar desvaríos de las mentes de los hombres, expulsar demonios y también eliminar enfermedades, y producir una maravillosa mansedumbre de espíritu y un completo cambio de carácter, y una benignidad y bondad y dulzura...” Explica que los cristianos están usando no sólo el nombre de Jesús sino episodios de su vida; “porque la narración de estos episodios ha sido frecuentemente el medio de echar demonios fuera de los hombres, sobre todo cuando aquellos que los narraban lo hacían con un firme y genuino espíritu de fe”. Against Celsus I.6 (Ante-Nicene Fathers);
Todos los relatos sostienen que los cristianos están echando fuera demonios no sólo con más eficacia que otros, sino sin drogas, fumigaciones o encantamientos. Yendo más lejos, un escritor cristiano muestra la notable intuición para dejar de lado todos los medios materiales para sanar. Taciano, a mediados del siglo segundo, dice de los demonios: “Cualquiera que quiera dominarlos, que repudie la materia”. Escribe enérgicamente contra el uso de medicamentos y exhorta: “¡Ceded al poder del Logos!” Address to the Greeks, 16, 18 (ANF);
El problema de la materia ocupaba mucho el pensamiento de esos días. Aquellos que intentaban negar la materia — aunque sin la comprensión sanadora que eleva la vida humana disminuyendo así las pretensiones de la materia — parecen haber sido incapaces de mantenerse firmes. Como docetistas, negaban la lucha de Jesús en la carne; como agnósticos, cayeron en los excesos del ascetismo y el libertinaje. El mismo Taciano dejó la Iglesia cristiana para convertirse en líder de una secta asceta.
Los mártires cristianos realizaron un progreso más efectivo al probar, por una fe pura en Cristo Jesús, la supremacía del Espíritu sobre la carne. Ellos trajeron a una era material, un ideal de vida más puro y, aunque no buscaron el cielo y la curación en este mundo, encontraron un gran apoyo espiritual. Una carta de las iglesias de Gaul, narrando la persecución allí en 177 a.d., da testimonio de una sorprendente supervivencia, renovación de la fuerza y, aun por un tiempo, de la restitución del cuerpo. Lo que notaban los observadores en estos cristianos, era fe, alegría y amor. Presentaban una “clase de modelo a los demás”, como las iglesias galicanas escribieron de uno de sus miembros: “No hay nada terrorífico donde el amor del Padre predomina, nada doloroso donde la gloria de Cristo prevalece”. Ecclesiastical History by Eusebius, V. 1;
Al explicar por qué se perdió la curación en el período cristiano primitivo, Mrs. Eddy usa más de una vez la palabra “Principio”. Escribe: “En la proporción en que el elemento personal y material se fue introduciendo furtivamente en la religión, ésta perdió el cristianismo y el poder curativo; y las cualidades de Dios como persona, en lugar del Principio divino que engendra la cualidad, absorbió la atención de los siglos”. Y agrega: “Puesto que Dios es el Principio de la curación cristiana, tenemos que comprender en parte este Principio divino, o no podremos demostrarlo en parte”. La Curación Cristiana, pág. 3;
El elemento que uno anhela encontrar en la historia de estos primeros siglos de cristianismo, es alguna percepción clara de Dios como Principio más que como persona — en cualquier sentido finito de personalidad. Al faltar este elemento, las oraciones, por más fieles que sean, se transforman en peticiones para ganar favores que pueden o no ser otorgados. La curación se vuelve un milagro y la habilidad para curar, un don personal.
Mucho antes del siglo tercero — cuando el materialismo se hace visible en la Iglesia — hay signos de cambios más profundos. Uno siente el empuje de fuerzas actuando en todas direcciones, pretendiendo separar lo cristiano de las exigencias y enseñanzas radicales del Fundador del cristianismo. Muy pronto Jesús comienza a ser objeto de adoración; se apela a su poder, pero su ejemplo sanador queda aparte del hombre corriente. El reino de Dios del cual él dijo está “entre vosotros” Lucas 17:21; se hace cada vez más remoto. La Iglesia se vuelve un intermediario entre el cristiano y Cristo.
Esta posición mental que se está desmoronando, es lo que Mrs. Eddy corrige al retornar ella con una radical visión espiritual al cristianismo sanador de Cristo Jesús mismo. La curación que ella restaura no es milagrosa sino científica — imparcial y universal, y nunca desaparecerá.
“El tiempo oportuno para la reaparición de la cura divina”, escribe en Ciencia y Salud, “es a través de todos los tiempos; y quienquiera que coloque su todo terrenal sobre el altar de la Ciencia divina, beberá ahora de la copa del Cristo y será dotado del espíritu y del poder de la curación cristiana.
“En las palabras de San Juan: El Padre ‘os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre.’ Este Consolador, según yo lo entiendo, es la Ciencia Divina”. Ciencia y Salud, pág. 55.