Hace unos años, al caer la tarde, el que esto escribe bajaba por una angosta escalera de caracol en la tranquila y pequeña aldea de Betania y se encontró parado junto a la tumba que la tradición ha llamado la tumba de Lázaro. Aquí, de pie, en una cueva escasamente iluminada por la vela sostenida por el chiquillo que lo guiaba, en el lugar mismo donde se dice que estuvo Cristo Jesús parado hace casi 2000 años, el autor recordó las palabras poderosas y firmes de nuestro Maestro: “Padre, gracias te doy por haberme oído.
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