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La Vida, manantial inagotable

Del número de noviembre de 1973 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cristo Jesús manifestó la Vida intacta que se expresa por sí misma. ¡Qué concepto tan ilimitado nos dio! ¡Cómo elimina las telarañas de los comienzos y fines del tiempo! ¡Cómo desafía a los pensadores a mirar más allá de la periferia de la materia para obtener respuestas del porqué de la existencia!

Personas concienzudas en diferentes campos del conocimiento, se preocupan por la vida y su conservación. Los ecólogos se caracterizan por su respeto y amor a la vida. Para ellos es algo que hay que proteger y preservar. Muchos sienten que una ley de vida está gobernando en la naturaleza, y que toda la creación se desarrolla al ritmo de esta ley. Ven cosas vivientes sostenidas entre sí por un parentesco de vida. Dañar a una es dañar a todas. Bendecir a una es bendecir a todas.

El estudiante de Ciencia Cristiana también venera la vida. Aprende, a través de esta Ciencia, un hecho básico y fundamental: que la Vida es Dios y que Dios es poderosamente omnipresente y perpetuo. Inherente a esta Vida omnipresente está su desbordante poder de expresarse a sí misma en armonía inteligente, pues la Ciencia enseña que no hay muchas vidas particulares tratando de manifestar común acuerdo, sino una Vida, Dios, expresándose por sí misma como la Vida de todos. En este parentesco no puede haber ni conflictos, ni desperdicios ni contaminantes.

En cierto sentido, un Científico Cristiano podría ser llamado un ecólogo espiritual. Él ve la creación como una relación con su creador, Dios, que jamás ha sido interrumpida, y se esfuerza por manifestar esta relación constructiva en su contacto con los demás. El Científico Cristiano que se mantiene alerta, está probando más y más que el hombre, como imagen de Dios, está gobernado por esta Vida infalible. Cada detalle de su existencia — su salud, su progreso, la calidad de su consideración por los demás — todo esto lo determina su reflejo de la Vida que es Amor, en su vida diaria.

Al contemplar las maravillas de la naturaleza, el Científico Cristiano comprende que su ambiente es muy distinto de lo que los sentidos materiales perciben. El fresco verdor primaveral, la frondosidad de los helechos, los retoños que apuntan hacia lo alto, son símbolos de la belleza que debe apreciarse. Ellos le dicen algo del poder renovador de esta Vida siempre presente. En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras Mrs. Eddy escribe así sobre este poder: “Por su propia volición, ni una brizna de hierba brota, ni un vástago retoña en el valle, ni una hoja despliega sus lindas formas, ni una flor sale de su celda enclaustrada”. Ciencia y Salud, pág. 191;

Hace poco, una amiga y yo caminábamos hacia mi coche que estaba estacionado sobre la carretera asfaltada. Era un día de primavera y todo a nuestro alrededor evidenciaba vida nueva. De pronto las dos nos quedamos absortas. Allí mismo, a nuestros pies, un lirio del valle había crecido rompiendo la dura superficie del asfalto para encontrar la luz. Parecía imposible que algo tan delicado pudiera abrirse camino a través del asfalto. Pero allí estaba, expresando vida y elevando al cielo su propio cántico de alegría. No aceptó que nada lo detuviera.

¿Nos parece estar atrapados bajo la dura corteza de algún problema? ¿Hemos aceptado como parte de nuestra experiencia la frustración de esperanzas marchitas? ¿Estamos permitiendo que la apatía y el decaimiento se apoderen de nosotros? ¡Recordemos a ese frágil lirio; busquemos nosotros también la luz a través del asfalto!

La energía y la devoción que expresamos en una actividad progresista dirigida por Dios, no deben ser consideradas meramente como un esfuerzo personal, como una animación que se agota. Son reflejos de la Vida infatigable que es Dios, y, como tal, traen consigo su justo fruto. Los verdes renuevos de nuestro pensamiento espiritual, nuestra ascendente inspiración que nos lleva hacia adelante, están destinados, como ese delicado lirio, a desarrollarse y florecer en acción. Pero no dejemos que nuestro pensamiento haga las veces del duro asfalto que hubiera impedido su desarrollo.

Los temores y las dudas obstaculizan. Las especulaciones y conjeturas mortales sobre nuestra salud y nuestra provisión, sobre nosotros y nuestras oportunidades, son cercos que construimos a nuestro alrededor limitándonos a nosotros mismos. Son productos de la mente carnal que contaminan. Se transforman en densa convicción para quien tiene su mirada puesta en la materia, pues pierde de vista el activo poder de la Vida.

A través del estudio de Ciencia Cristiana, aprendemos a aceptar la Vida divina como nuestra propia Vida en reflejo completo. El destello y la energía identificados con esta Vida están expresados en el hombre como la imagen de Dios. Cuando vemos que en realidad nosotros somos este hombre, aquí y ahora, comenzamos a vivir una nueva vida. Nuestros ojos mentales se abren a las maravillas y posibilidades que están a nuestro alcance, a la no imaginada abundancia ya preparada para nosotros. Aprendemos algo de este verdadero ambiente que los Evangelios llaman el reino de los cielos.

Cristo Jesús tenía una comprensión sin igual de la ecología. Reconocía la unidad del ser, del creador y su creación unidos en un amor indisoluble. Le era tan universal este Amor que todo lo incluye, que pudo decir: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Mateo 25:40; Una economía divina abarcándolo todo.

Jesús nunca dejaba trás de él rastros de desorden, asuntos sin terminar, problemas sin resolver, o pacientes sin sanar. Su trabajo era instantáneo y ordenado. Su historia no registra ni tardanza ni pérdidas de tiempo. A través de toda su misión vemos la Vida infinita expresándose. Dijo: “El Padre que mora en mí, él hace las obras”. Juan 14:10;

Los crueles cuadros de la enfermedad cedían a la salud. Los límites de tiempo y espacio se desvanecían. Dio prueba de la Vida que no podía ser mutilada o lisiada, extinguida o aniquilada. Ni la enfermedad ni el pecado podían vencerlo. Mrs. Eddy escribe: “El Profeta Nazareno pudo demostrar la irrealidad de ambos instantáneamente”. Miscellaneous Writings, pág. 60.

Pensemos en las posibilidades que se nos ofrecen a medida que esta Vida se vaya desarrollando en nuestros asuntos y en nuestras relaciones, cuando vayamos abandonando lo que acostumbramos llamar nuestra naturaleza humana, dejando que esta naturaleza ceda a la naturaleza divina, y dejando que nuestra identidad verdadera resplandezca. Entonces no habrá lugar para el aburrimiento, para el trabajo descuidado, para la monotonía entorpecedora. La vida de cada uno de nosotros — su vida, mi vida — cuando se comprende que es el reflejo de lo Divino, se transforma en una emocionante aventura espiritual. Nuevos descubrimientos acerca de la verdadera individualidad nos llevan rápidamente a reinos inexplorados de pensamiento y acción.

Pensemos en el poder que podemos poner en práctica a medida que el Amor nos impulsa hacia adelante, hacia conceptos ilimitados de nosotros mismos y de nuestro mundo — ¡el poder del bien para forjar una nueva imagen de hermandad! Este amor que sentimos exige que lo pongamos en acción.

La sabiduría aconseja: Ama, o perderás la capacidad de amar.

La Vida, manantial inagotable, declara: ¡Vive el amor y dálo!

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