¡Cuán a menudo la gente parece insensible a nuestros sentimientos! Pero aun cuando a simple vista nos parece que alguien nos ofende, podemos, en realidad, protegernos de este tipo de sufrimiento.
Consideremos los sentimientos que suponemos han sido heridos. Nuestros sentimientos es lo que permitimos conscientemente que more en nuestro pensamiento. A menudo decimos: “Me siento feliz”, “me siento triste”, “siento temor”, “me siento avergonzado”. Y hasta decimos “me siento mal”. Lo que en realidad estamos diciendo es: “Estoy aceptando que entre en mi consciencia un sentido de gozo, de agonía, de excitación, de terror”.
La Ciencia Cristiana enseña que sólo hay una Mente — Dios, el bien siempre presente, el Padre afectuoso de todos nosotros. En razón de que Dios es el bien, Él no puede transmitirnos malos pensamientos. Porque, en realidad, somos Sus hijos amados, reflejamos Su inteligencia y estamos dotados con la habilidad de gobernar nuestro propio pensamiento, de aceptar en nuestra consciencia sólo lo que es bueno y verdadero. Poseemos el poder divinamente otorgado de rechazar todo lo que es falso o injusto.
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