¡Cuán a menudo la gente parece insensible a nuestros sentimientos! Pero aun cuando a simple vista nos parece que alguien nos ofende, podemos, en realidad, protegernos de este tipo de sufrimiento.
Consideremos los sentimientos que suponemos han sido heridos. Nuestros sentimientos es lo que permitimos conscientemente que more en nuestro pensamiento. A menudo decimos: “Me siento feliz”, “me siento triste”, “siento temor”, “me siento avergonzado”. Y hasta decimos “me siento mal”. Lo que en realidad estamos diciendo es: “Estoy aceptando que entre en mi consciencia un sentido de gozo, de agonía, de excitación, de terror”.
La Ciencia Cristiana enseña que sólo hay una Mente — Dios, el bien siempre presente, el Padre afectuoso de todos nosotros. En razón de que Dios es el bien, Él no puede transmitirnos malos pensamientos. Porque, en realidad, somos Sus hijos amados, reflejamos Su inteligencia y estamos dotados con la habilidad de gobernar nuestro propio pensamiento, de aceptar en nuestra consciencia sólo lo que es bueno y verdadero. Poseemos el poder divinamente otorgado de rechazar todo lo que es falso o injusto.
De manera que uno, al comprender su unidad presente con la Mente divina, tiene la habilidad y la responsabilidad de mantener pensamientos positivos, puros y buenos. Esto incluye la capacidad de rechazar cualquier sugestión de sentirse herido como resultado de opiniones de censura acerca de nosotros.
Nadie se sentiría dispuesto a abrirle la puerta de su casa a un extraño que le estuviera apuntando con un revólver. Nadie diría: “Adelante — ¡apriete el gatillo y dispáreme!” Entonces, ¿por qué cuando se nos ataca con palabras hirientes, uno abre su puerta mental y dice: “Venga, entre y hiérame”?
Supongamos que alguien nos critica, y en ese momento nos consideramos mortales, con ciertas habilidades y atractivos propios, independientes de Dios, la única Mente, sentimos entonces que algo que nos pertenece ha sido atacado. Nuestra primera reacción, muy problamente, sea de indignación.
Ahora bien, supongamos que en vez de sentirnos orgullosos por esas habilidades y atractivos, reconocemos que sólo poseemos lo que la única Mente nos da. Al reconocer que no somos los creadores del bien que expresamos sino que es nuestro por reflejo, sabemos al instante que el bien que expresamos no puede ser atacado.
Si realmente estamos expresando el bien, este bien es verdadero y sería imprudente sentirnos molestos o perturbados porque se nos censura a causa de ese bien. Si por el contrario, no hemos estado reflejando el bien, y los comentarios se justifican, ¿no sería mejor considerar la censura, humilde y honestamente? En cualquier caso, ya sea que creamos que la censura se justifica o no, nos sentimos heridos por nuestra propia reacción al comentario de otra persona, y no por el comentario en sí.
Jesús dijo: “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará”. Lucas 10:19; Al aceptar totalmente este hermoso don, se elimina la posibilidad de sentirse herido por cualquier causa — incluyendo nuestros propios sentimientos.
Nadie ha estado sometido a tanta censura como lo estuvo Cristo Jesús, quien por ningún concepto merecía ninguna. Sin embargo, continuó ocupándose de los negocios de su Padre, imperturbable ante la actitud hostil de los que lo rodeaban. Puede considerarse que la cruz fue la cruel culminación de la intensa y maligna censura. Pero aun en ese punto de su carrera, ¿cuál fue su respuesta? “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. 23:34; Si cada vez que nos Viéramos tentados a sentirnos heridos, recordáramos esta declaración y las circunstancias bajo la cual fue pronunciada, ¿por cuánto tiempo nos sentiríamos heridos?
Cuando me he sentido inclinada a sentirme herida por la crítica destructiva, me ha sido muy útil hacer un minucioso análisis para examinar si yo misma estoy condescendiendo con alguna crítica innecesaria. Recientemente descubrí que cuando me siento ofendida, estoy pensando negativamente de la persona que supongo me ha ofendido. He comprobado que el invertir rápidamente mi propia actitud contemplando al hombre espiritual y perfecto, obra maravillas.
La obstinación es un mal que a menudo se disimula a sí misma con bastante habilidad bajo el disfraz de justicia y rectitud. A veces nos sentimos tan seguros de que tenemos la razón que nos convencemos a nosotros mismos de que el que está en desacuerdo o se opone a nosotros está definitivamente equivocado. En tales circunstancias, el único modo de librarse de sentimientos irritados es el de orar fervientemente para discernir si estamos siguiendo la guía de Dios o si nos dejamos llevar por la obstinación. Dios no conoce desavenencias irreconciliables. Cuando sinceramente deseamos sanar de la obstinación, y nuestra oración es sincera, somos guiados a las respuestas correctas, y éstas ciertamente incluyen el amor hacia otros y el juicio imparcial de sus palabras y acciones.
Cuando creemos que alguien ha dudado de nuestra integridad, habilidad, carácter o apariencia, la egolatría también a menudo nos hace sentirnos ofendidos. Pero Mrs. Eddy pregunta: “¿Qué es el ego material, sino la falsificación del espiritual?” Miscellaneous Writings, pág. 375. Así como no aceptaríamos dinero falso a sabiendas, ¿por qué debemos aceptar un sentido errado acerca de lo que somos que nos induce a creer que alguien pretende ofendernos y perjudicarnos? Si reconocemos a Dios como el Ego verdadero, ya no seremos engañados por una creencia en un ego mortal falso y vulnerable.
El amar a Dios y el depender constantemente de Su dirección, nos ayudará a sanar de los sentimientos heridos. De este modo, no sólo nos ayudamos a nosotros mismo, sino que evitamos controversias innecesarias, y todos pueden ser beneficiados y bendecidos.