En 1957, mi madre cayó muy enferma con artritis en las rodillas. Sólo podía moverse dando pasos muy cortos, y sentía gran dolor. Las dos fuimos a un famoso balneario de aguas minerales, donde fue tratada por un médico muy amistoso, sin embargo, no mejoró. Cuando ella le preguntó si podría volver a caminar, él contestó: “¿Para qué le voy a mentir? Ud. nunca podrá volver a caminar y debiera conseguir una silla de ruedas inmediatamente”.
Después que el médico se fue, mientras llorábamos desesperadamente en nuestra habitación, mi vista se detuvo en el periódico local y en las palabras “Ciencia Cristiana”Christian Science: Pronunciado Crischan Sáiens. que aparecían en los avisos de los servicios religiosos. Como quince años antes nos habíamos enterado por una amiga que la Ciencia Cristiana cura, decidimos probarla. Asistimos a un culto dominical que me disgustó enormemente, porque yo había sido una atea por muchos años y no podía creer que Dios es Amor. Yo creía que Él le enviaba el mal al hombre, y lo hacía caer en tentación para luego castigarlo eternamente porque éste sucumbe al mal que Él envía.
Además, casi no presté atención a la explicación de la amable bibliotecaria de una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana respecto a Dios y el hombre, y la información sobre Mary Baker Eddy y su descubrimiento. Yo esperaba que finalmente ella nos diera una receta de Ciencia Cristiana que pudiéramos presentar, según yo, en una farmacia especial. En su lugar, ella nos dio la dirección de una practicista de la Ciencia Cristiana, la cual nos propusimos ver el día siguiente.
A la mañana siguiente mi madre se vistió sintiendo un fuerte dolor. Yo estaba ya para llevarla hacia el automóvil para ir a ver a la practicista cuando, de momento, se irguió dando una exclamación de asombro. Empezó a caminar por la habitación sin sentir dolor y en completa libertad pudo mover sus rodillas, las que adquirieron súbitamente su forma normal. Llenas de una admiración jubilosa dejamos el autómovil frente a la casa y caminamos hacia el otro extremo del pueblo a ver a la practicista, que lo único que tuvo que hacer fue meramente darnos la dirección de una practicista que vivía en nuestra comunidad, donde también había una Sociedad de la Ciencia Cristiana.
Esta curación tuvo lugar dos días después del deprimente veredicto médico y durante el último día de nuestra estadía en el balneario. Tuvo lugar aun cuando yo — lo contrario de mi mamá — no quería saber nada de Dios; y antes de que se diera un tratamiento de Ciencia Cristiana. Nosotras atribuimos esta curación únicamente a las declaraciones de Verdad expresadas por la bibliotecaria y las expresadas en el culto religioso, y a nuestro deseo de ser ayudadas por medio de la Ciencia Cristiana.
Meses antes de esto, en un momento de profunda desesperación (sufrí por muchos años de una severa depresión), yo había orado: “Padre amado, yo sé absolutamente que Tú no existes. Pero si por casualidad Tú existieras a pesar de ello, entonces muéstrate a mí para que yo pueda realmente reconocerte y sentir que Tú estás aquí”. Y ahora yo había recibido respuesta a esta oración. Me volví a la Ciencia Cristiana, titubeando al comienzo, y experimenté durante el transcurso de los años sucesivos innumerables curaciones, una de las cuales quiero en especial relatar.
Durante el verano de 1969, me lastimé una vértebra, y como resultado no me podía agachar, sentar o acostar sino con dificultad y mucho dolor. Durante la noche por lo general permanecía despierta en la cama porque casi no podía moverme y cambiar de posición; y al levantarme por las mañanas a veces me tomaba cinco minutos ponerme de pie. Por otro lado, podía caminar y estar de pie casi sin ninguna dificultad. No hablé con nadie sobre mi condición, a pesar de que mis compañeros de trabajo me embromaban porque casi todo el trabajo, aun el de escribir a máquina, lo hacía de pie. Por espacio de diez días, durante todo momento libre leía la Biblia, y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mrs. Eddy. Me aferré al pensamiento de que la Verdad es el apoyo espiritual del hombre, y a la perfección y totalidad de Dios y Su idea, el hombre, pero mi condición no cambió.
Una noche mientras estaba despierta debido a fuertes dolores pensando si, después de todo, debía o no llamar a una practicista de la Ciencia Cristiana y pedirle ayuda, me vino el pensamiento enseguida que “Dios reina llames a una practicista ahora o no, sea que despiertes a la verdad ahora o no. Dios gobierna, y la Verdad es suprema aun cuando tú o la practicista no se den cuenta. El hecho es que el hombre como la imagen y semejanza de Dios es perfecto e intacto”. En ese momento sané completamente y pude agacharme, acostarme y sentarme sin sentir dolor, sin dificultad alguna. Desde entonces he levantado cargas pesadas y practicado muchos deportes, sin tener una recaída.
Estoy profundamente agradecida porque Dios respondió a mi oración y me hizo encontrar la Ciencia Cristiana. Instrucción en clase Primaria y la maravillosa e inspiradora reunión de asociación anual me han traído jubilosas realizaciones de la verdad sobre esta enseñanza. Mrs. Eddy escribe (Ciencia y Salud, pág. 420): “Enseñadles a los enfermos que no son víctimas indefensas, puesto que si sólo aceptaran la Verdad, podrían resistir la enfermedad y rechazarla tan positivamente como la tentación de pecar”.
Mannheim, Alemania
