En mi adolescencia me di a la bebida. Pasé de una experiencia desenfrenada a otra, sin sentir el más mínimo respeto por la ley y el orden. Cuando estaba bajo la influencia del alcohol me ponía provocativo y hacía lo que quería, sin importarme lo que sintieran mis parientes o amigos. No tenía propósito en la vida y pensaba que podía escapar de todos mis problemas. Nada me importaba.
Mis erróneos deseos me pusieron en muchos aprietos con la ley. Las autoridades emplearon toda clase de métodos correctivos, hasta que finalmente la violencia fue enfrentada con la violencia. Mi amargo odio por la ley y la autoridad fue en aumento.
Una noche, en un arranque de furia y ebriedad tomé una hoja de afeitar e intenté suicidarme. Cuando ví la terrible cosa que había hecho, desperté a mi madre, que era una consagrada Científica Cristiana, y ella me atendió. Yo sólo recurría a mi madre en ocasiones como éstas. Mi madre no tenía miedo de mí, ni siquiera cuando me ponía violento y sumamente peligroso. Ella veía la perfección espiritual allí mismo donde parecía existir esta imagen errónea. Ahora sé que la oración de mi madre fue muy eficaz.
La bebida me llevó a los lugares más perniciosos y fue realmente un milagro que no perdiera la vida. Una vez estaba con otros tres hombres, todos ellos ebrios. El automóvil, en el que íbamos a gran velocidad, se salió de la carretera y nos estrellamos contra un árbol. El impacto me lanzó a través del parabrisas. En el hospital, rodeado de médicos, comencé a sentir miedo. Les dije que tenía veintiún años y que me iría del hospital a pesar de la necesidad de una intervención quirúrgica en un brazo en el que tenía una lesión grave. Este brazo se curó gracias a la oración de mi madre en la Ciencia Cristiana.
Tuve que guardar cama por casi tres meses en los que no bebí nada. Me casé con la muchacha con la que había estado saliendo y prometí que no volvería a beber. Pero pronto olvidé el temor del accidente y el deseo de beber volvió a apoderarse de mí. En muy corto tiempo, debido a mi licenciosa manera de vivir, mi matrimonio se hizo insoportable. Me convertí en enfermo mental por depender del alcohol y busqué curación en la organización de “Alcohólicos Anónimos”, sin encontrar allí bienestar. Ante el terrible temor de perder la razón consulté a varios médicos, que me dieron drogas para calmar mis aprensiones. Como tenía tanto miedo de morir, solía sentarme frente a un hospital, y cuando el temor era muy intenso, entraba en el hospital y les decía a los médicos que me iba a morir. Los médicos eran siempre muy bondadosos y me explicaban que estaba perturbado por causa del alcoholismo. En esta tiniebla mental recurrí a la Ciencia Cristiana.
Mi esposa ya no quería saber de mí; aterrorizado, tomé Ciencia y Salud por Mrs. Eddy. Al llegar a la página 14 leí lo siguiente: “Daos cuenta, aunque no sea más que por un solo momento, de que la Vida y la inteligencia son puramente espirituales, — que no están en la materia ni proceden de ella, — y el cuerpo entonces no proferirá ninguna queja”. Por un instante vislumbré la Verdad, mi pensamiento se iluminó, vi un rayo de esperanza y comprendí que este libro contenía la respuesta que había estado buscando. A la mañana siguiente fui solo a una Iglesia de Cristo, Científico, conocí a una practicista y me puse en camino de desandar el caos en que había sumido mi vida. El camino que me esperaba era largo. Había que vencer los pensamientos de temor que, a veces, eran sencillamente paralizantes. Ni siquiera podía comer por causa de este temor.
Una curación notable en mi experiencia fue la de una afección de parálisis en el sueño. Esta condición persistió durante varios años luego de haber dejado de beber. Cuando le perdí el miedo, la afección desapareció completamente de mi vida. Este pasaje de la Biblia fue de gran consuelo para mí (Rom. 12:1, 2): “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. A menudo pensaba en estos versículos.
A medida que avancé en mi comprensión de la Ciencia, mi vida comenzó a ser más feliz. Mi esposa comenzó a confiar nuevamente en mí. Se había opuesto a lo que ella pensaba que era la Ciencia Cristiana, pero comenzó a ir a la iglesia al ver el cambio producido en mí. Lo que más la impresionó fue la curación de mi carácter violento. En algunos momentos de violencia me volvía destructivo y rompía y aplastaba todo lo que hallaba a mi paso. A medida que fui teniendo más comprensión de la verdad que está aquí y ahora, este carácter se transformó de manera natural en una nueva manera de vivir.
Hoy ambos, mi esposa y yo, somos miembros de La Iglesia Madre y de una iglesia filial, y nuestras tres hijas concurren regularmente a la Escuela Dominical. Mi vida ha sido completamente transformada por las verdades que enseña la Ciencia Cristiana. Cada día que pasa es más luminoso y ahora soy una persona muy feliz. El estudio diario de la Lección-Sermón del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana me ha traído muchas bendiciones, al igual que la experiencia de servir como ujier en una iglesia filial. Mi vida se ha renovado por la comprensión de la eterna presencia de Dios y de la completa inmunidad del hombre como idea de la Mente divina, como el amado hijo de Dios.
Al reflexionar a diario sobre la vida de Cristo Jesús, veo cuán claramente comprendió él el poder del Espíritu divino sobre la materia, y voy adquiriendo más y más consciencia de la presencia divina. Estoy también muy agradecido por Mary Baker Eddy, que nos dio esta maravillosa religión a la que debo mi vida.
East Islip, Nueva York, E.U.A.
