Hay quienes dicen de sí mismos: “¡Así soy yo! Un verdadero holgazán. No hago nada bien”.
Tendemos a personalizar nuestros errores. Nos los atribuimos. Pensamos que son de nuestra propiedad y que forman parte de nuestro carácter verdadero. Hay biólogos y sicólogos que creen que el comportamiento de algunas personas ha sido determinado, aun antes de su nacimiento, por un desequilibrio en los cromosomas que las hace criminales y, por lo tanto, las exonera, en cierta medida, de responsabilidad por sus actos. Esta teoría ha sido usada para la defensa en juicios.
La Ciencia Cristiana enseña que todos los problemas humanos proceden de creencias erróneas acerca de Dios y el hombre. Sin embargo, aun despúes de aprender esta verdad básica en la Ciencia Cristiana continuamos, con frecuencia, pensando en “mi” creencia falsa y en “mi” pensamiento erróneo.
Pero también aprendemos que debemos despersonalizar el pensamiento erróneo. Para sanar y ser sanados es menester que comprendamos que el hombre no es un mortal, sino la imagen y semejanza de Dios, el bien, el reflejo de la Mente perfecta única. El hombre real jamás puede ser tocado o contaminado por las creencias falsas. En la experiencia humana, con todo, esta verdad debe ser probada gradualmente. El campo de batalla es la consciencia humana.
Nuestros problemas se resuelven cuando esta consciencia abandona las creencias falsas y discordes y acepta las ideas espirituales naturales y verdaderas. La experiencia humana mejora sin pausa hasta que se triunfa sobre la muerte. La ascensión de Jesús demostró a los mortales que este proceso de espiritualización puede llevar largo tiempo y requerir un gran esfuerzo antes y después de la experiencia denominada muerte. Pero hay que hacerlo, porque es el único camino para llegar a cumplir el propósito de la vida misma: expresar enteramente a Dios.
En esta diaria lucha tiene gran importancia despersonalizar los errores o creencias falsas. Si pensamos que son “nuestros” o que son inherentes a nuestro carácter, acaso vacilemos en dejarlos de lado, por muy desagradables que sean. Nadie quiere destruir ni siquiera una parte de su ser. Pero cuando vemos que las creencias falsas en modo alguno son “nuestras” y advertimos que son sugestiones engañosas, discordes y contrarias a la naturaleza de nuestro pensamiento y carácter verdaderos como hijos de Dios, nos es más fácil desprendernos de ellas. Las vemos como una confusión diabólica y ansiamos eliminarlas de la consciencia humana.
Es más fácil despersonalizar las malas creencias cuando comprendemos cómo y por qué actúan: el Cristo, o la Verdad, la idea divina encarnada, está naturalmente presente, en cierta medida, en la consciencia de todo individuo. Los pensamientos sabios y puros, esto es, los ángeles, siempre están con nosotros revelándonos que el hombre es la perfecta imagen y semejanza de Dios, y contrarrestando y destruyendo el error o la creencia de que la vida, la substancia y la inteligencia están en la materia.
Sin embargo, el pensamiento espiritualizado parecería exponerse al ataque. No por culpa nuestra, sino porque es el instinto animal del error atacar y tratar de eliminar al Cristo puro e inocente a fin de perpetuarse él en su propia impureza. Mrs. Eddy nos dice en Ciencia y Salud: “La serpiente anda perpetuamente tras los talones de la armonía”. Ciencia y Salud, pág. 564; Como el magnetismo animal, la creencia agresiva de que hay vida en la materia, no puede matar al eterno Cristo, la Verdad, trata de paralizarlo o neutralizarlo. El método de que se vale el mal es la sugestión, esto es, los pensamientos falsos y engañosos susurrados, a menudo silenciosamente, a la consciencia humana.
Cuando no estamos en guardia nos exponemos a la influencia de las sugestiones del mal. Así, toda dificultad humana — enfermedad, falta de armonía en la familia, la iglesia o los negocios, y también la apatía, el mal humor, el temor, la falta de sabiduría o la muerte misma — es resultado de no haber hecho frente al magnetismo animal.
Por cierto que somos siempre responsables de lo que pensamos y, por lo tanto, de cómo vivimos. No podemos culpar a los demás por no haber estado nosotros suficientemente en guardia para vencer el error. Pero en todos los casos estos problemas surgen de las tentativas impersonales de la mente carnal (como la definió San Pablo) de destronar y destruir al puro y amante Cristo, siempre presente en la consciencia humana.
Las sugestiones engañosas siempre se pueden combatir eficazmente; tienen su antídoto integral en la ley del Amor. Jesús nos enseñó cómo aplicarla cuando dijo: “Y lo que a vosotros os digo, a todos lo digo: Velad”. Marcos 13:37; Pero a través de los siglos la humanidad ha sido, en creencia, susceptible al magnetismo animal. El descubrimiento de la Ciencia Cristiana por Mrs. Eddy explica de manera completa las enseñanzas de Cristo Jesús: cómo velar y protegerse eficazmente del error.
En realidad, es sencillo. Se necesita abrir o ceder más nuestro pensamiento a los ángeles, los pensamientos de santidad. Los ángeles dicen la verdad. Dicen que Dios es el bien y que Dios es Todo. Si Dios, el Amor, la Mente, es Todo-en-todo ¿quién o qué son las sugestiones del mal o de dónde vienen? Es obvio que no son nadie ni nada ni proceden de parte alguna.
Esta lógica enfurece a la mente carnal. No es de sorprenderse, pues así se saca a la luz el engaño básico de la mente carnal: la sugestión de que ésta es real.
Sin embargo, esta lógica, cuya pureza se asemeja al pensar de los niños, satisface profundamente nuestra necesidad de poseer intuitivamente las cualidades del Cristo. Nos protege plenamente de los errores sutiles, pues anula la sugestión anormal y totalmente falsa de que son reales. Mrs. Eddy sabiamente nos da la certeza de que “Revestido con la panoplia del Amor, el odio humano no podrá alcanzarte”. Ciencia y Salud, pág. 571; También nos dice categóricamente que “los buenos pensamientos son una armadura impenetrable; revestidos con ella estáis completamente protegidos contra los ataques del error de toda clase”. The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 210.
Cuando humildemente abrimos al Cristo las puertas de nuestro pensamiento, llegamos a comprender y aceptar el estado natural del hombre como un puro y amable reflejo de Dios. Despertamos, así, a la comprensión de que el mal no refleja amor. El paso siguiente es advertir que el mal no es natural en el hombre y verlo como una sugestión impersonal y engañosa que en modo alguno constituye “nuestro” pensamiento. Por último, vemos que el mal no es nada. Alcanzado este punto, el mal desaparece.