Uno de los aspectos más importantes de la obra del practicista de la Ciencia Cristiana es el de consolar. Como lo indica este poema:
Mucho se necesitan
consoladores cuyo toque
se asemeje al del Cristo. “Sympathy” por Anna E. Hamilton ;
El mundo necesita consuelo. Siempre lo ha necesitado. Hace miles de años, el profeta clamó: “Consolaos, pueblo mío”. Isa. 40:1; Cristo Jesús ofreció la forma más elevada de consuelo. De su amor y compasión profundos surgió una respuesta que satisfacía toda necesidad individual. Su respuesta se basaba en su convicción de la totalidad de Dios, el bien, y en que Dios está constantemente a nuestro alcance. El resultado era muy superior al de la mera simpatía humana: el resultado era la curación divina.
Cristo Jesús ya no está con nosotros. Pero su promesa: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador” Juan 14:16; se ha cumplido en la Ciencia Cristiana, que ofrece el mismo conocimiento verdadero de Dios, el bien eterno y universal, y del hombre, Su reflejo completo y perfecto. Por medio del Cristo, la Verdad, siempre presente, el practicista de la Ciencia Cristiana puede curar la pena y la tristeza. Así como la luz del sol penetra una habitación obscura a través de un vidrio limpio, iluminándola y disipando las sombras, de la misma manera la luz espiritual, que irradia la clara consciencia del bien del practicista, puede disipar las sombras de pena y soledad en el pensamiento del paciente. El toque consolador del Cristo siempre sana; penetra las tinieblas de tristeza con la luz de la Verdad y trae el gozoso reconocimiento de la identidad espiritual del hombre y de su eterna individualidad, como la imagen y semejanza de Dios, la Vida.
La meta del practicista en el caso de la tristeza, es la misma que en cualquier otro caso — es decir, ver la irrealidad del problema, y no simplemente ayudar al paciente a resignarse a vivir con ese problema. El tratamiento en la Ciencia Cristiana no se basa en personas, o sea, en un mortal ayudando a otro mortal. Consiste en elevar la consciencia a la comprensión de que Dios es el creador y preservador del hombre. La definición de “Jafet”, hijo de Noé, que da Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, ha sido a menudo un pensamiento de consuelo y sostén, un “arca” mental en la cual aquellos enfrentados con al separación o pérdida, pueden mantenerse a flote sobre los agitados argumentos de cambio, incertidumbre, duda, preocupación, o temor a lo desconocido. La definición dice: “Un símbolo de la paz espiritual que emana del entendimiento de que Dios es el Principio divino de toda la existencia, y que el hombre es Su idea, el hijo de Su solicitud”.Ciencia y Salud pág. 589;
Aferrándose al sentido de “Jafet”, o sea, cuidando al paciente por medio de la comprensión de que el hombre siempre está bajo el cuidado del Padre, capacita al practicista para ser un consolador eficaz. La tristeza no se cura por el esfuerzo personal, sino por el Cristo impersonal, que resucita o eleva el pensamiento de la materia hacia el Espíritu. El pesar ocasionado por la muerte de una persona, por la pérdida de una amistad, de una oportunidad o de una esperanza anhelada, es mesmérico e irreal. No es necesario ni que lo justifiquemos ni que nos adaptemos a él, sino que debemos rechazarlo siempre y por completo. La persistencia en rechazar la pérdida en una forma nos ayuda a rechazarla en todas sus formas. ¡Cuán importante es, entonces, desafiar la muerte bajo cualquier máscara que se presente, incluyendo la muerte o pérdida de la alegría, el entusiasmo, o la salud!
El pesar que no se ha curado puede a menudo manifestarse en condiciones físicas dolorosas; en tales casos la curación del pesar resultará en la curación del cuerpo. Esto me sucedió una vez. Mientras estaba de vacaciones en Hawai hace unos años, me corté un pie en una áspera roca; muy pronto la pierna se me inflamó y me dolía. Los nativos que vieron lo que me pasaba, me dijeron que era un caso de envenenamiento coralino, difícil de curar aun por medio de cirugía.
Rechazando por completo este pensamiento, continué orando durante varios días, sin ningún resultado visible. Una mañana, mientras estudiaba y oraba, dos palabras vinieron con toda claridad a mi pensamiento: “secreción morbosa”. Las reconocí como parte de una declaración de la alegoría que Mrs. Eddy presenta de un juicio mental: “Secreción Morbosa hipnotizó al acusado y se apoderó de su mente, sumiéndole en el desaliento”. pág. 431 ;
Recordé entonces que unos días antes de que me lastimara, la noticia del fallecimiento de una amiga muy querida había sumido mi pensamiento en una ola de tristeza. En lugar de rechazar el cuadro de pérdida de un amigo, lo había aceptado y me había lamentado de su fallecimiento. Éste era el veneno, la “secreción morbosa” que tenía que ser expulsada. Al buscar algunas verdades de los hechos iluminadores y purificadores de la Vida, revelados por la Ciencia Cristiana, comencé a reconocer con gratitud la continuidad nunca interrumpida de la existencia eterna, la perfección inmutable del hombre y su identidad espiritual. La convicción de que al hombre jamás le ha ocurrido nada y que jamás puede ocurrirle nada, inundó mi consciencia.
La inflamación desapareció ese mismo día y el problema se resolvió por completo. Además, la clara comprensión que había obtenido de la totalidad de la Vida, fue un apoyo para mí y para mi familia cuando falleció mi madre. Estaba capacitada para enfrentar esta experiencia posterior con un sentido de gozo, paz e inseparabilidad del bien, y liberada para poder consolar a otros.
Nuestro amoroso Padre-Madre Dios cuida tiernamente de toda Su infinita creación. San Pablo se refiere a Dios como: “Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios”. 2 Cor. 1:3, 4; La Ciencia Cristiana ofrece una comprensión de Dios y del hombre que regocija, da seguridad y sana y restaura el corazón quebrantado. Por medio de su mensaje cristiano de salvación, está cumpliendo constantemente la tierna promesa de la bienaventuranza: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”. Mateo 5:4.