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Tuve mi primer contacto con la Ciencia Cristiana...

Del número de diciembre de 1973 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Tuve mi primer contacto con la Ciencia Cristiana a los 1 7 años de edad cuando encontré Ciencia y Salud, por Mrs. Eddy, en un estante de libros. Aunque entendía muy poco, el libro me cautivaba y lo llevaba a la escuela para leerlo en los períodos de descanso. Me estaba preparando entonces para el examen de ingreso a la Universidad de Oxford, y la lectura del libro de texto de la Ciencia Cristiana parecía dar claridad y sentido a mis estudios. El resultado fue que mi nota en este examen me hizo acreedora a una beca para asistir al instituto de estudios superiores de mi preferencia.

La asistencia a las reuniones de la organización universitaria de la Ciencia Cristiana me fue de gran ayuda durante mis años de universidad, y con el apoyo metafísico de una practicista de la Ciencia Cristiana pude pasar los exámenes finales con serenidad. Vislumbré que la Mente gobierna la consciencia verdadera y es fuente de toda la sabiduría e inteligencia. De camino al examen oral, que era el último de mis exámenes finales, me sentí guiada a entrar en una librería y consultar un punto del programa de estudio. Una hora después, en el examen, me interrogaron precisamente sobre ese punto.

Sentí una gran gratitud por esta ayuda en mis estudios y, tiempo después, por haber sido guiada a encontrar una colocación en el mundo de los negocios que me llevó, en condiciones satisfactorias, a más de diez mil kms. de distancia, a la Argentina. Mientras me encontraba en ese país experimenté la curación más extraordinaria que jamás he tenido.

Se me infectó una picadura de mosquito en el codo. Mi brazo se hinchó de manera alarmante. Pedí tratamiento a una practicista de la iglesia filial a la que pertenecía. Otro miembro de la iglesia, que era enfermera competente, venía a mi domicilio diariamente a limpiar mi brazo. Un día, mientras ella me lavaba y vendaba el brazo, repetíamos el Padrenuestro para elevar nuestro pensamiento y alejarlo del cuadro físico. La frase “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10) me pareció más notable que nunca, y pensé que era de toda lógica suponer que si Dios era, en verdad, todo poder y acción, tenía también que serlo en ese momento. Mientras disfrutaba de este interesantísimo pensamiento mi brazo comenzó a supurar y volvió a su tamaño normal. Fue un momento maravilloso. La condición mejoró a partir de entonces y en breve pude volver al trabajo, con la felicidad de saber que esa condición se había sanado gracias a la aplicación de la Ciencia Cristiana.

Sin embargo, todavía comprendía muy poco de la enseñanza de la Ciencia Cristiana; después de mi matrimonio observé que los interrogantes y argumentos que se me presentaban no tenían respuesta y muy a mi pesar llegué a creer que mi interés en esta enseñanza había sido causado por un idealismo inmaturo. Pero la curación de mi brazo siguió siendo para mí muy preciosa, y al pasar los años advertí que solía aplicar los puntos de vista que había aprendido en la Iglesia de Cristo, Científico.

Nos trasladamos a otro país y algunos años después comencé a estudiar muy cuidadosamente la Lección-Sermón del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana todas las mañanas, para conocer las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. Una hermana, que se había dedicado al estudio de Ciencia Cristiana mientras yo me encontraba en América del Sur, me enviaba el Trimestral para este estudio, desde el lugar en que se hallaba en ese momento, a veces desde Londres, y otras veces desde Singapur. Al cabo de dos años de este solo estudio, fui guiada, de una manera que me pareció notable, a encontrar un pequeño grupo de Científicos Cristianos que se reunían informalmente. Durante los tres años siguientes este grupo se hizo más numeroso, auspició su primera conferencia pública y se transformó en Sociedad de la Ciencia Cristiana, registrada en el The Christian Science Journal. A pesar de que los miembros no podían comunicarse fácilmente entre ellos en un idioma común, a todos nos unía el interés fundamental de estudiar la Biblia y las enseñanzas de Mrs. Eddy.

Cuando abandonamos ese país y volvimos a vivir en Gran Bretaña pude, por primera vez, suscribirme al The Christian Science Monitor, el Christian Science Sentinel el Journal y el Trimestral, y gozar de la continua corriente de instrucción espiritual que estos periódicos traían a nuestro hogar. Pude hacerme miembro de una iglesia filial y desempeñar diversos cargos, incluido el de Primera Lectora. En 1970 tuve también el privilegio de tomar clase de instrucción.

Para consuelo de quienes tienen hijos y amigos que parecen haberse alejado del estudio activo de la Ciencia Cristiana, debo decir que nunca se pierde lo que se vislumbra de la Verdad. Esa vislumbre permanece como una pequeña, pero inextinguible luz guiadora que nos hace volver al estudio de la Ciencia Cristiana. Mrs. Eddy dice “La semilla de la Verdad, dejada a su propia vitalidad, se propaga: la cizaña no puede estorbarla (Miscellaneous Writings — Escritos Misceláneos, pág. 111).

Estoy muy agradecida por el dinamismo y la felicidad que la Ciencia Cristiana ha traído a mi vida, por el gozo de participar en las actividades de La Iglesia Madre que abarcan, iluminan y protegen al mundo, y por estudiar semanalmente con tantas personas de distintas razas, las inspiradas Lecciones-Sermones, preparadas para todos nosotros.


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