La Ciencia Cristiana es la luz que orienta mi vida. Con palabras jamás podría expresar adecuadamente mi gratitud por lo que la Ciencia Cristiana ha hecho por mí, por mi esposa y por nuestros tres hijos. Hemos tenido curaciones casi de todo tipo: físicas, financieras y emocionales.
Una curación reciente que experimenté fue la de una completa liberación del temor cuando, en nuestro velero de 40 pies de eslora, participaba en la Regata Transpacífica de San Pedro, California, a Honolulú en 1971. Mi tripulación se componía de dos de mis hijos y otros cuatro hombres. En esta regata parecía que en todo momento nos amenazaban los huracanes que se formaban al sur de nuestra posición. Cuando ya nos habíamos alejado unos 2400 kilómetros de la costa, uno de mis hijos que, como era costumbre, preparaba el informe meteorológico diario, me hizo notar que en un par de días tendríamos en nuestro camino un huracán con vientos de más de 150 kilómetros por hora. Decidimos que no era necesario, por el momento, analizar la cuestión con el resto de la tripulación. Ambos oramos conforme a la enseñanza de la Ciencia Cristiana y afirmamos que, por ser ideas de Dios, siempre estamos en el lugar correcto. Las palabras del Himno No. 53 del Christian Science Hymnal
Los sempiternos brazos del Amor En lo profundo, en lo alto, a nuestro alrededor están;
vinieron entonces a mi pensamiento, como también en muchas otras ocasiones durante la regata. Ambos nos sentimos libres del temor y dispuestos a dejar las cosas en manos de Dios.
A la mañana siguiente sentí lo que aparentemente era un gran temor y una exagerada sensación de responsabilidad personal por nuestra seguridad. Oré otra vez para saber que toda la responsabilidad era de Dios y que todos los veleros que participaban en la regata se encontraban bajo Su cuidado protector. Aun cuando había orado específicamente, todavía me parecía sentir miedo. Pensé entonces en algo que había leído en el libro de texto, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, donde Mary Baker Eddy dice (pág. 327): “La razón es la facultad humana más activa”.
Teniendo en mente este pensamiento angélico, razoné que Dios, en verdad, no podía sentir miedo; esto sería imposible. Pensé, además, que el hombre está hecho a la imagen y semejanza de Dios. Yo, como idea bienamada de Dios, no podía abrigar pensamientos de temor. Me pregunté: “¿Qué es este fuerte y desagradable sentimiento de temor que todavía parece dominarme?” Podía ser una sola cosa: la mente mortal que sentía y creaba el temor. La mente mortal, el “mentiroso, y padre de mentira”, para usar las palabras de Cristo Jesús (Juan 8:44). Continué razonando que la mente mortal es la suma total de todo error, que se resume en la nada total, y que no tenía nada en absoluto que ver conmigo, como hijo de Dios que reflejaba la inteligencia divina. Con este razonamiento me sentí completamente libre y lleno de gozo. Ese mismo día los partes radiales anunciaron que el huracán se había disipado, sin causar daño a ninguno de los veleros que participaban en la regata.
En más de dos semanas de regata tuve magníficas oportunidades de demostrar la maravillosa factibilidad de la Ciencia Cristiana, que es la verdadera ley de Dios. Tuve que aceptar que no era posible que yo estuviera todo el tiempo al timón, y pensar que con prescindencia de quien estuviera guiando el barco, Dios era realmente el timonel. Tuvimos muchos momentos excitantes al maniobrar bajo la acción de fuertes vientos alisios y en dos ocasiones soportamos turbiones que escoraron la embarcación. Estoy agradecido porque en todas estas circunstancias prevaleció una constante atmósfera de serenidad, que fue sentida por toda la tripulación. Mis hijos y yo teníamos consciencia de que la única actividad real era la omniactiva presencia de la Mente infinita, Dios.
Once años atrás nos hubiera sido imposible considerar siquiera la posibilidad de esta aventura, y mucho menos intentarla. En esa época yo dependía del uso diario de medicamentos por causa de una grave afección en la piel. Sufría de hemorroides y de lo que parecía ser una úlcera hemorrágica. Ante las dificultades físicas que se acumulaban y la falta de curación en la medicina, me convencí de que sólo obtendría la liberación volviendo a las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, que había recibido en mi infancia. Así lo hice. Nunca podré agradecer suficientemente a Dios por las magníficas y completas curaciones que siguieron. La declaración de Mrs. Eddy, en el libro de texto (pág. 492): “La Ciencia dice: Todo es Mente y la idea de la Mente. Tenéis que luchar hasta el fin según este plan. La materia no os puede auxiliar”, ha sido para mí como un faro que me ha sostenido y guiado. Al mismo tiempo que esas curaciones físicas, otras maravillosas bendiciones se sucedieron, entre ellas la liberación del uso de bebidas alcohólicas.
Mi esposa y yo estamos agradecidos por haber recibido instrucción en clase y por ser miembros de una iglesia filial y de La Iglesia Madre. Estamos, también, muy agradecidos por la organización universitaria de la Ciencia Cristiana, que tanto significó para nosotros en nuestros años de estudiantes, y por la maravillosa circunstancia de que esta misma organización está ahora bendiciendo a nuestros hijos.
Marina del Rey, California, E.U.A
Yo soy el hijo que redactaba el parte meteorológico en nuestro velero. Puedo confirmar el testimonio de mi padre y decir que es absolutamente verídico; quisiera, además, expresar mi gratitud por la guía y protección de Dios durante la regata y en toda mi vida.