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A salvo en Sus brazos

Del número de agosto de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En períodos de desaliento quizás pensemos que realmente no comprendemos a Dios y no podemos sentir Su amor. Sin embargo, aun cuando creemos que no Le comprendemos, Dios siempre nos comprende.

Nuestro ser verdadero, inseparable del Amor, es Su amado reflejo espiritual. Con la misma certeza con que sabemos que cuando el cielo se nubla el sol sigue brillando detrás de las nubes y que volverá a asomarse donde podamos percibirle, podemos saber que el amor de Dios para nosotros es permanente. Dios puede, ciertamente, hacernos sentir este amor de manera tangible y real en nuestra experiencia humana.

En una época de profunda depresión emocional, una estudiante de la Ciencia Cristiana salió una tarde a caminar por la playa. Horas antes se había desencadenado una fuerte tempestad y el mar y las nubes se veían grises y sombríos. Esta Científica Cristiana había estado contendiendo por varias semanas con un sentimiento de total desesperación. Hasta el canto y contracanto de los pájaros parecía aumentar su desesperación y la sensación de que estaba excluida de esa felicidad. Sin embargo, al ir caminando, vio repentinamente unos rayos de luz rosada que tocaban un faro distante, el campanario de una iglesia y una ventana, con un brillo resplandeciente en la fugaz aparición del sol poniente. Aunque las nubes volvieron a ocultar el sol, nuestra estudiante había vislumbrado un símbolo de promesa en esta cálida luz. Sintió que la curación de su pesar había comenzado en su consciencia.

Al día siguiente pudo disfrutar de una mañana luminosa y clara y del vivo azul del mar y el cielo. Su pesar había empezado a ceder ante la comprensión del gran amor de Dios para con toda Su creación, incluso ella misma. Al avanzar su pensamiento en esa dirección, comenzó a ver que sólo hay una Vida, Dios, que todo lo abarca, y que nadie está excluido de ella. Advirtió que su vida individual estaba comprendida en esta Vida única y singular y que nunca podía estar separada de ella. Sintió la seguridad y protección implícitas en la verdad de que el calor del Amor divino omnipresente siempre estaba con ella, sin ninguna interrupción. Comprendió que estaba en los brazos de Dios y con esta comprensión vinieron la fortaleza y la bendición de haberse liberado de la tensión emocional.

Cuando algo precioso parece haber salido de nuestra experiencia y las circunstancias nos gritan que nunca recuperaremos nuestra paz y nuestra felicidad, hay consuelo para nosotros y un modo de afrontar la sensación de vacío. El amor de Dios está cerca. Dios nos ama singularmente a cada uno de nosotros.

La Biblia nos dice: “El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos”. Deut. 33:27; Dios descansa en Su amor para con nosotros. Como en realidad somos Su reflejo, podemos experimentar y comprender que somos amados y descansar en ese entendimiento. El primer paso es tornarnos a Dios, en humildad y confianza, pidiéndole que nos ayude. A renglón seguido debemos estar dispuestos a dejar que el poder de Dios controle toda nuestra experiencia. Debemos afirmar que estamos siempre bajo Su control. Debemos saber que ninguna pretensión de renuencia o duda puede impedirnos aceptar la profunda satisfacción de sencilla quietud y confianza que nos da esta comprensión. Entonces el reposo reemplazará a la contracción atemorizada a medida que dejemos que nuestros corazones sean consolados y sostenidos por el afecto divino.

En la Mente divina no hay angustias, sino que todo nos bendice. En nuestro ser verdadero existimos tan inseparablemente unidos a esta Mente, el Amor divino, que no hay espacio que medie. Como dice San Pablo: “En él vivimos, y nos movemos, y somos”. Hechos 17:28;

En nuestro a veces desesperado anhelo de consuelo, nuestro reconocimiento de la posibilidad de que somos los amados hijos de Dios, allanará el camino para que el Cristo venga a nosotros, para que nos consuele y nos llene a tal punto con la comprensión de su proximidad que toda la tristeza será expulsada de nuestro pensamiento.

Dios nos ama: ahora. ¡Verdad gloriosa que espera nuestra aceptación! Nuestro Mostrador del camino, Cristo Jesús, comprendió y vivió su inseparable relación con el Amor divino, pues nos dice: “Yo y el Padre uno somos”. Juan 10:30; Sus enseñanzas muestran que toda la humanidad puede reconocer la unidad con Dios. Al aceptar esta relación descubriremos que éste es el camino para percibir la inevitable naturalidad de la experiencia de felicidad. Y veremos que las circunstancias materiales no pueden destruirla.

El descubrimiento que hizo la Sra. Eddy de las leyes divinas de la Ciencia Cristiana ha demostrado que las muy desoladoras experiencias de pesar en la vida humana se derivan de la creencia de que el bien es finito y que puede terminar, esto es, que podemos ser separados del bien. El amor de Dios y Sus leyes de perpetuo bien, armonía, felicidad e integridad sanan esta creencia y satisfacen la necesidad de consuelo. La Sra. Eddy dice: “Las dolorosas experiencias que resultan de la creencia en la supuesta vida de la materia, así como nuestros desengaños e incesantes aflicciones, nos tornan como niños cansados a los brazos del Amor divino. Entonces empezamos a conocer la Vida en la Ciencia divina”.Ciencia y Salud, pág. 322;

Aun la apariencia del fin o la muerte en relación con una valiosa relación humana no puede impedir que continuemos siendo bendecidos por la corriente de amor y bondad en esta relación. El amor puro nunca termina: es, y siempre ha sido, de Dios. Todo lo que tiene su origen en Dios es eterno y nunca puede detenerse, morir o ser arrancado u obstruido. El amor individual que refleja el Amor divino siempre puede alcanzarnos y bendecirnos.

Como, en realidad, estamos en la presencia de Dios, y también lo están todos nuestros seres queridos, la corriente del bien es tan indestructible y permanente como lo es Dios. Todo el bien está eternamente con nosotros, y todos los hijos de Dios están en el Amor divino. La continuidad de toda existencia verdadera es segura y está intacta. Por lo tanto, podemos saber que tenemos con nosotros todo el afecto y ternura comprensivos que tuvimos en el pasado. El bien nunca ha sido quitado de nuestra experiencia. Nunca estamos privados de contacto con ese afecto y esa ternura. Podemos confiar en que el Amor divino nos revelará nuestro sentido espiritual innato, que nos da la seguridad de que sabemos que esto es verdad para nosotros, ahora.

En una carta de consuelo enviada a una persona que sufría la angustia de un gran pesar, la Sra. Eddy dice: “Confía en Aquél cuyo amor te rodea. ‘Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado’. ‘De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo’. El Amor divino nunca está más cerca que cuando todos los goces terrenales parecen más distantes”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 290.

Nosotros también podemos encontrar nuestra paz en la comprensión de que Dios nos sostiene a nosotros y a nuestros seres queridos en Sus brazos, y que en Él moramos a salvo.

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