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LA CONTINUIDAD DE LA BIBLIA

[Una serie señalando el desarrollo progresivo del Cristo, la Verdad, a través de las Escrituras.]

Israel: Príncipe de Dios

Del número de agosto de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Uno de los pasajes notables del Antiguo Testamento es el que relata cómo en Peniel el nombre de Jacob fue cambiado al de Israel; pero las circunstancias que precedieron a este cambio también merecen consideración ya que explican la naturaleza de los problemas que Jacob tuvo que superar en esta ocasión.

Después de haber llegado Jacob finalmente a un acuerdo con Labán después de largos años a su servicio (ver Génesis 31:41, 52), pacto que se hizo probablemente cerca de la frontera noreste de Canaán, Labán volvió a su hogar en Harán, Mesopotamia, mientras que Jacob, su familia, y su séquito continuaron su viaje hacia el sur. Por cierto que debe haberse alentado Jacob al ver que en esta ocasión, después de su larga estadía fuera de Canaán, vinieron a recibirlo los “ángeles de Dios” (Génesis 32:1), a quienes él acogió como “campamento de Dios” (versículo 2); y tanto más, puesto que ahora se venía aproximando a Seir, o Edom, cerca del Mar Muerto — territorio de su hermano Esaú, a quien Jacob había desheredado muchos años antes y quien, en aquella ocasión, se había propuesto matar a Jacob (ver Génesis 27:36, 41).

Las noticias que Jacob recibiera poco después acerca de los movimientos de su hermano fueron, para no decir más, portentosas, especialmente en vista de que Jacob obviamente estaba lleno de remordimiento. Los hombres que Jacob había mandado por adelantado para encontrarse con su hermano, le habían dado la noticia de que Esaú se acercaba con una fuerza de cuatrocientos hombres bajo su mando. “Jacob tuvo gran temor, y se angustió” (Génesis 32:7).

Enfrentando esta aparente dificultad, dividió su séquito, como así también sus numerosos rebaños y vacadas en dos grupos a fin de que si uno fuere destruido, el otro sobreviviera. Hizo arreglos especiales para la protección de los miembros de su familia, y, al mismo tiempo, delegó a algunos de sus sirvientes para que se adelantasen con magníficos obsequios para Esaú con la idea de apaciguarlo y de tal manera evitar el ataque que se esperaba.

Pero, más que nada, Jacob, sabiamente, se volvió hacia su Dios en oración, admitiendo su indignidad y su gran temor, expresando agradecimiento por “todas las misericordias y... toda la verdad” (versículo 10), que Dios había usado para con él en el pasado, y suplicándole de todo corazón que lo liberara en esta gran necesidad.

Habiendo tomado así medidas para precaverse con toda la seguridad que aparentemente le fuere posible, Jacob tuvo finalmente que hacer frente, cara a cara, a sus propios pensamientos, dudas y temores — a su propia consciencia. En las palabras gráficas de la Biblia (versículo 24), “se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba”.

Los escritos bíblicos nos dan pocos detalles específicos acerca de la lucha del patriarca, pero sí indican que luchó valientemente y con éxito toda la noche hasta que la obscuridad dio lugar a la madrugada. Está claro que Jacob consideró esta experiencia de gran importancia espiritual pues dejó constancia de que “vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma” (versículo 30), y se sintió guiado a llamar el lugar de su prueba Peniel (literalmente, “cara de Dios”). Esta experiencia no sólo lo bendijo, sino que también, al igual que Abraham, él recibió su nuevo y significativo nombre, borrando las inferencias de su primer nombre Jacob (“suplantador” o “engañador”) y reemplazándolo con el respetable título de Israel, que algunos creen significa “un príncipe o soldado de Dios”, y otros interpretan como “el que persevera con Dios”.

Al salir el sol, sus temores y dudas desaparecieron con la obscuridad. El encuentro con su hermano Esaú entonces resultó ser una tierna y gozosa experiencia y de ningún modo pavorosa (ver Génesis 33:4).

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