Uno de los pasajes notables del Antiguo Testamento es el que relata cómo en Peniel el nombre de Jacob fue cambiado al de Israel; pero las circunstancias que precedieron a este cambio también merecen consideración ya que explican la naturaleza de los problemas que Jacob tuvo que superar en esta ocasión.
Después de haber llegado Jacob finalmente a un acuerdo con Labán después de largos años a su servicio (ver Génesis 31:41, 52), pacto que se hizo probablemente cerca de la frontera noreste de Canaán, Labán volvió a su hogar en Harán, Mesopotamia, mientras que Jacob, su familia, y su séquito continuaron su viaje hacia el sur. Por cierto que debe haberse alentado Jacob al ver que en esta ocasión, después de su larga estadía fuera de Canaán, vinieron a recibirlo los “ángeles de Dios” (Génesis 32:1), a quienes él acogió como “campamento de Dios” (versículo 2); y tanto más, puesto que ahora se venía aproximando a Seir, o Edom, cerca del Mar Muerto — territorio de su hermano Esaú, a quien Jacob había desheredado muchos años antes y quien, en aquella ocasión, se había propuesto matar a Jacob (ver Génesis 27:36, 41).
Las noticias que Jacob recibiera poco después acerca de los movimientos de su hermano fueron, para no decir más, portentosas, especialmente en vista de que Jacob obviamente estaba lleno de remordimiento. Los hombres que Jacob había mandado por adelantado para encontrarse con su hermano, le habían dado la noticia de que Esaú se acercaba con una fuerza de cuatrocientos hombres bajo su mando. “Jacob tuvo gran temor, y se angustió” (Génesis 32:7).
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