Cerca de treinta y cinco años después de haber experimentado una curación en la Ciencia Cristiana, mi primer testimonio apareció en el The Christian Science Journal de septiembre de 1965. Antes y después de esa fecha, la Ciencia Cristiana me ha bendecido de innumerables maneras.
En una ocasión me hallaba jugando al golf con unos amigos, uno era Científico Cristiano y los otros dos, que eran compañeros de trabajo en la oficina, no lo eran. Yo había ejecutado un tiro y la pelota había caído en la maleza y mientras yo salía de ella uno de mi grupo gritó: “¡Cuidado!”. En ese instante una pelota que había sido lanzada desde el punto de saque sin la señal de regla “Cuidado”, me pegó en la clavícula a más o menos tres centímetros de la mandíbula. La fuerza del golpe de la pelota me aturdió y me estremeció, y caí al suelo dos veces antes de que pudiera ponerme en pie. En vez de esperar para reconvenir a la persona que había tirado la pelota, seguí jugando, rechazando todo pensamiento de resentimiento y recriminación, y agradeciendo profundamente a Dios Su bondad y eterno cuidado. A los pocos días los efectos del incidente habían sido olvidados.
Antes de jubilarme, hace de esto unos doce años, y dado que era un empleado administrativo, tenía que someterme anualmente a un examen físico llevado a cabo por el departamento médico de la compañía. El médico que me examinaba solía poner en su informe que yo estaba sufriendo de “un leve caso de hemorroides”, pero el médico-jefe, sabiendo que yo era Científico Cristiano, nunca había hecho recomendación alguna para remediar esta condición. Dado que no me causaba molestia, yo no le había prestado mucha atención.
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