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“Preséntame”

Del número de agosto de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Todos los días, los sentidos físicos tratan de hacernos ver a nuestros amigos, compañeros de negocios y familiares, como mortales, imperfectos y materiales. Pero, el esforzarnos por guardar en mente la perfección del hombre real, creado a la semejanza del Espíritu, es un incentivo diario que puede proporcionarnos progreso espiritual y satisfacción crecientes.

Percibir al hombre que Dios ha creado requiere que mentalmente veamos que vive bajo la ley divina. Esta ley de Dios es del todo benéfica; asegura la salud y actividad perfectas del hombre. Siendo ésta la ley del Amor infinito, constantemente mantiene al hombre en buenas relaciones con Dios y con su prójimo. Excluye absolutamente la posibilidad de que el hombre haya podido alguna vez caer de la gracia de Dios, y, por lo tanto, lo exime de toda maldición o de la creencia en el pecado original. Este hombre está separado del todo de la debilidad o de la maldad de la cual los sentidos materiales a menudo dan testimonio. Este hombre sólo puede percibirse por medio de los verdaderos sentidos espirituales del Alma, Dios.

Esto no sugiere que existan dos clases de hombre. En lugar de eso, la Ciencia Cristiana nos ayuda a comprender, o reconocer, al hombre tal como es en realidad y no como parece ser. El concepto mortal del hombre que lo presenta como persona, a menudo y en variado grado, desagradable, necesitada, enferma o pecaminosa, es lo aparente que desaparece a medida que el verdadero hombre inmortal se vuelve más y más real para nosotros. Éste es el hombre perfecto que Jesús podía percibir allí mismo donde el concepto mortal aparecía al pensamiento falto de iluminación e inspiración. El efecto de la percepción espiritual de Jesús fue la curación física y moral.

Una situación discordante puede parecernos muy real. Es entonces que nos enredamos temporalmente en la ilusión de una existencia material, ignorando u olvidando la ley del Amor omnipotente que nunca permite que la discordancia reine en la expresión de Dios, o sea, en el hombre y el universo.

Una situación triste y frustratoria parecía muy real a una conocida mía que estudiaba Ciencia Cristiana. Tenía un hermano que por largos períodos de tiempo solía no comunicarse con su familia. Esta situación preocupaba a sus familiares y, de vez en cuando, procuraban encontrarlo. En una de esas ocasiones, mi amiga pensaba visitar la ciudad que, según ella, había sido la última residencia de su hermano. Consideró detenidamente cómo podría encontrarlo ya que sus cartas no habían tenido respuesta, pero nunca hallaba la solución.

Una noche, poco antes de la visita que había proyectado, repentinamente le vino con gran fuerza un inspirado pensamiento: “¿Quisieras verdaderamente conocer a tu hermano?” Con el pensamiento espiritualmente iluminado se dio cuenta de que nunca había conocido verdaderamente a su hermano. Durante cuarenta años había vagado ella por el desierto de su creencia en un hermano mortal, y absolutamente ninguna parte de la historia material de esta experiencia formaba parte de la historia del hombre verdadero. Respondió agradecida: “Sí, Padre, me encantaría conocerlo. Preséntame”.

Con el pensamiento iluminado, vio claramente que el hombre es una idea espiritual de la Mente divina, del todo consciente de su dominio como hijo de Dios y como heredero de la armonía continua de su existencia relacionada con el Amor y suministrada por el Amor. Se dio cuenta de que las sugestiones agresivas que le decían que el hombre es corpóreo y limitado y que está azotado por el temor, la enfermedad y el desaliento, por la carencia, el fracaso y la soledad, eran sugestiones que el pensamiento material erróneo imponía a su consciencia humana.

Las verdades del parentesco inmortal del hombre como hijo de Dios predominaron en su pensamiento y la señora se sintió libre. ¡Había encontrado a su hermano! Había utilizado los medios eficaces que tenía a su disposición, es decir, la oración tal como se enseña en la Ciencia Cristiana; y la curación fue el resultado natural.

Sintió cierta afinidad con Jacob, quién había tenido una experiencia parecida antes de reunirse nuevamente con su hermano Esaú. Las palabras de Jacob, “Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma”, Gén. 32:30; resonaban vívidas en su pensamiento. Las palabras de Mary Baker Eddy del libro de texto, Ciencia y Salud, resumen su experiencia: “Las creaciones toscas del pensamiento mortal tienen que ceder finalmente a las gloriosas formas que a veces vemos en la cámara obscura de la Mente divina, cuando el cuadro mental es espiritual y eterno”.Ciencia y Salud, pág. 264.

Esta estudiante de la Ciencia Cristiana comprendió claramente que había sufrido, no porque su hermano estaba perdido, sino porque ella lo había creído perdido. La curación se logró únicamente al elevar su pensamiento para percibir al hombre en la Ciencia.

Tres días más tarde, su hermano se comunicó con ella por teléfono. La conversación fue tan natural como si se hubiesen hablado el día anterior. Desde entonces han ocurrido cosas maravillosas en la vida de él. Se ha vuelto a casar, se ha puesto en contacto con sus familiares, inclusive con los hijos de su primer matrimonio, y ha comenzado nuevamente a estudiar Ciencia Cristiana y a asistir a la iglesia.

Toda vez que nos sintamos tentados a aceptar las sugestiones de que el hombre es un mortal, que tiene una mente propia limitada, y que vive como entidad separada de Dios, decidámonos a rechazar estas mentiras con el vigor y la certeza con que Cristo Jesús rechazaba el mal. El hombre de Dios está constantemente en comunicación con Dios y con su prójimo. Dios mantiene al hombre en perpetua armonía. El hombre real recibe su completa entidad de Dios y sólo puede ser lo que Dios lo hace ser. Es la expresión, la incorporación de ideas y cualidades buenas. La concepción carnal o mortal del hombre, que lo representa hecho, animado y dirigido por la materia, jamás se mezcla con la idea divina.

Es así que, cuando un concepto erróneo de nuestro prójimo trata de imponérsenos, tenemos la habilidad de reconocer de inmediato que esto no es la manifestación de la Mente y que, por lo tanto, no puede atribuírsele verdad, vida o substancia. Careciendo de vida, verdad y substancia este concepto erróneo no tiene valor ni poder, y no es nada.

El hombre verdadero y perfecto, no tocado por el mal, y por siempre bien relacionado, vive y se mueve en Dios. La creación es la emanación espontánea de la actividad de Dios. El percibir este hecho claramente pone a la ley divina del bien en pleno juego en nuestra experiencia.

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