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Fuerza para triunfar

Del número de agosto de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Paz, gracia, coordinación — el atletismo brinda la oportunidad de ejercitar las cualidades espirituales como hijos de Dios. Debido a que el hombre, como la fácil expresión de Dios, ejercita la fuerza verdadera sin agotamiento, no tenemos por qué dudar jamás del poder de Dios para levantar, impulsar, y dar energía a cada acción nuestra.

A veces viene el temor de que nos faltará la fuerza, o de que somos básicamente torpes. Estas sugestiones no son legítimas, y no tenemos por qué aceptarlas. Son ellas distracciones, falsos temores, que quisieran estorbar innecesariamente nuestras habilidades. La Sra. Eddy declara: “No podemos sondear la naturaleza y cualidad de la creación de Dios, sumergiéndonos en los bajíos de la creencia mortal. Tenemos que invertir nuestros débiles aleteos — nuestros esfuerzos por encontrar vida y verdad en la materia — y elevarnos por encima del testimonio de los sentidos materiales, por encima de lo mortal, hacia la idea inmortal de Dios. Estas vistas más claras y elevadas inspiran al hombre, creado a la semejanza de Dios, a alcanzar el centro y la circunferencia absolutos de su ser”.Ciencia y Salud, pág. 262;

La Ciencia Cristiana nos insta a que busquemos vida en el sentido inmortal del ser, dejando atrás la debilidad y cansancio materiales. Este proceso de abandonar lo físico por lo espiritual es un proceso de cambio. Cuando aceptamos la infinita habilidad que Dios está expresando por medio del hombre, podemos cambiar el estancamiento por el crecimiento, la debilidad por la fuerza, y el aburrimiento por la facultad creadora. Si esto pareciera difícil, podemos recordar que el bien es la única atracción real como también el único poder impulsor. Cuando comprendemos que Dios sabe lo que es mejor para nosotros, aprendemos a tomar el camino de Cristo Jesús de querer que se haga la voluntad de Dios. Y buscaremos el valor positivo en toda experiencia que encaremos.

“¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra”. Salmo 139:7–10; No hay lugar en la tierra donde la presencia de Dios no se haga sentir.

En cierta ocasión me resentí cuando fracasé en una prueba de educación física de natación y tuve que inscribirme en una clase de principiantes. Este curso exigía más de lo que físicamente era capaz. Todos me llevaban la delantera. Yo no estaba dispuesta a aceptar al principio el cambio radical de pensamiento que necesitaba. Me sentí tentada a abandonar la clase hasta más tarde. Dándome cuenta de que esto no resolvería nada, recurrí a Dios en oración en busca de fortaleza para cumplir con mi responsabilidad.

Tuve una sensación de confianza cuando recordé lo que la Sra. Eddy dice respecto al deber: “Todo lo que sea de vuestro deber, lo podéis hacer sin perjuicio para vosotros mismos”.Ciencia y Salud, pág. 385. Tuve la firme convicción de que este desafío era sólo una oportunidad para progresar. Cada vez que me sentía tentada a considerar la situación material, me aferraba, en cambio, a la verdad espiritual. Empecé a reconocer las divinas cualidades espirituales que yo reflejaba, tales como fuerza, paz y perfección.

Gradualmente empezó a aumentar mi resistencia. El temor desapareció, y permaneció un gran sentido de amor hacia la profesora y mis compañeras estudiantes. Cada vez que iba a practicar estaba motivada por el deseo de servir a Dios y ejercitar el dominio que Él nos da a todos.

La lección que aprendí de esto fue una lección muy importante. Comprendí que lo que me hundía cuando trataba de nadar era la pesada creencia de que yo era sólo un mortal. Estaba tratando de obedecer, a la vez, la ley de Dios y la supuesta ley de la materia. Cuando comprendí que mi naturaleza era la fácil expresión de la Vida divina, pude dejar de luchar, y estar en paz. Pude nadar con más facilidad.

El reino espiritual en que vivimos y nos movemos como reflejo de Dios es un reino de paz. Podemos demostrar esto, sea que estemos en una cancha de tenis, en un campo de golf, o en una piscina de natación. Sostenidos por el Padre, la condición legítima del hombre es pacífica y poderosa. Cuando lo comprendamos, no permitiremos que condiciones negativas se adhieran tan fácilmente a personas, lugares o acontecimientos en nuestra experiencia.

Cerciorémonos de que no estemos llevando a cuestas ninguna creencia de que vivimos con nuestros propios recursos, sin la ayuda de Dios. El ser del hombre, nuestro ser verdadero, es reflejo, sereno y claro como el reflejo en la superficie de un lago. No tenemos que luchar para existir; ya somos.

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