Los sociólogos y otros expertos afirman que vivimos en una época de cambios intensos. Y advierten que es probable que el ritmo de cambios se acelere. Generalmente se piensa que la tensión de los cambios acelerados causan colapsos mentales, físicos o sociales. La industrialización, unida a la urbanización, está haciendo que las formas de vida tradicionales se hallen en un estado de confusión. Se están abandonando muchas costumbres familiares antiguas y, en muchos casos, nuevas actitudes que son indeseables están ocupando su lugar.
Pero los malos efectos de los cambios pueden ser neutralizados en nuestra vida por medio de una mayor comprensión espiritual de Dios, el hombre y la vida. Las verdades espiritualmente científicas están ayudando a muchos a permanecer imperturbables frente a los continuos cambios. Además, estas mismas verdades producen cambios y ajustes en la escena humana, cuyo efecto final será totalmente bueno.
Los hechos fundamentales de la existencia son espirituales y no materiales. El hombre no es un mortal social golpeado por condiciones extrañas que no puede dominar por no estar bien preparado. Tiene únicamente una identidad espiritual y refleja la naturaleza invariable de la Verdad universal, Dios. Nada es más seguro y consolador, cuando estamos rodeados de evidencias de malos cambios, que comprender que el progreso del hombre es completamente espiritual. Es la manifestación de la Mente.
¿Nos hace sufrir realmente una época de cambios?
Como la expresión de la Mente inmutable, el hombre no vive en un período de tiempo, sea cambiante o no. Su vida es tan eterna como su eterno creador. El ser del hombre se caracteriza por una continuidad del bien que no está dividido en experiencias discordantes. Tampoco está dividido en un pasado satisfactorio pero aparentemente perdido, un presente confuso y un futuro incierto y amenazador. Mary Baker Eddy nos alienta al asegurar: “La Mente inmortal es Dios, el bien inmortal; en quien las Escrituras nos dicen que ‘vivimos, y nos movemos, y somos’. Luego esta Mente no está sujeta a desarrollo, cambio o disminución, sino que es la inteligencia divina, o Principio, de todo el ser real; que mantiene al hombre eternamente en el ciclo rítmico de la felicidad que se desarrolla como testigo viviente e idea perpetua del bien inagotable”.Miscellaneous Writings, págs. 82–83 ;
En la medida en que damos la bienvenida a estas realidades divinas en nuestro pensamiento, enfrentamos seguros una era de cambios. Nos regocijamos en la espiritualización y en la confianza y esperanza que la acompañan. Reconocemos que el hombre de Dios no es la víctima de ciclos turbulentos de cambios sociales relacionados con la industrialización, urbanización, desambientación, porque él está sostenido por la Mente “eternamente en el ciclo rítmico de la felicidad que se desarrolla”.
Las actitudes hacia el hogar y la familia parecen estar sufriendo cambios que muchos consideran muy perturbadores, en la creencia de que costumbres y normas antiguas y conocidas han sido dejadas de lado por teorías dudosas y casuales sobre relaciones humanas. Nos preocupamos menos y ayudamos más cuando reconocemos que la relación primaria del hombre es su unidad con Dios. Esta relación perfecta nunca está bajo presión y nunca es perniciosa. Y ésta es la verdad del ser ahora mismo. No tenemos por qué intentar que el reloj social vuelva atrás para establecer nuevamente esta relación perfecta. Debido a su naturaleza divina, nunca puede perderse. Esta relación divina de unidad no puede ser la causa de la ansiedad. Por el contrario, es una fuente permanente de felicidad y satisfacción.
La industrialización hace que muchos abandonen el círculo familiar rural, a menudo de muy jóvenes, para encontrar empleo en una ciudad cercana o en otra lejana. Pueden sentirse solos y dejados de lado. El crecimiento rápido de las ciudades trae como consecuencia una multiplicación del número de personas que viven en ambientes que no les son familiares, que carecen de amigos y del contacto con los parientes que les dan seguridad. La verdad espiritual que ayuda a arreglar este desorden social es que el círculo familiar de las ideas espirituales de Dios no tiene límites y, por lo tanto, nadie queda fuera de él. Todos están incluidos en él; cada idea le es indispensable. Ninguna idea espiritual es extraña en ese círculo; ¡lo único que es extraño es la pretensión de soledad! Puesto que el hombre, la idea divina de la Mente, vive en la Mente, nunca se encuentra en circunstancias desconocidas o desagradables.
De esta forma pueden ser neutralizados y destruidos los malos efectos de los cambios sociales porque, en la Ciencia absoluta, esos malos efectos no tienen en verdad substancia o realidad. A medida que dejamos que nuestros pensamientos provengan de las realidades espirituales de Dios y el hombre, crecemos en la convicción sanadora de que todo lo que es negativo e indeseable no es algo que en verdad debe ser cambiado o neutralizado, siempre fue nulo y se excluye a sí mismo del ser verdadero. Jamás pudo tener comienzo.
Esto es lo que diferencia a la Ciencia Cristiana de otros métodos que se relacionan con los malos efectos sociales de los cambios, métodos que, aunque bien intencionados y humanitarios, se apoyan en la premisa equivocada de una persona física en un mundo material. Esto limita la posibilidad de que sus soluciones sean viables. Cuando mucho, hacen más tolerables algunos aspectos del descontento social. Pero la solución metafísica no solamente disminuye y destruye los malos efectos de los cambios, sino que también eleva el pensamiento humano hacia una vista más espiritual. Esto es de valor amplio y permanente. Esto fortalece el fundamento que permite resolver todos los problemas — sean sociales, físicos o financieros.
Podemos hacer frente a los cambios y neutralizar sus efectos a veces malos, adhiriéndonos a las verdades inmutables de Dios y el hombre, como se explica en la Ciencia Cristiana. Estas verdades sanan porque expresan el poder del Cristo, la actividad de Dios, que es tan aplicable y eficaz ahora como siempre lo fue. Como lo prometió Jesús al referirse al Cristo siempre presente: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Mateo 28:20. El Cristo cambia nuestra perspectiva del hombre, de nosotros y de nuestro ambiente, relacionándonos con el Espíritu y no con la materia. Este cambio le trae substanciosos resultados al sentido humano, que no pueden ser neutralizados por las falsas pretensiones de que el hombre es una simple partícula que gira en una estructura social turbulenta y cambiante.
