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Enfocando mi vida correctamente

Del número de octubre de 1975 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Sé por experiencia que la Ciencia Cristiana sana el pecado completa y permanentemente.

Pero durante mucho tiempo antes de mi curación me estuve contemplando a mí misma como un mortal desvalido, queriendo hacer el bien pero siendo incapaz de hacerlo. Me sentía bajo el dominio de algún poder que podía obligarme a hacer cosas contra mi voluntad. No podía entender cómo un Dios amoroso podía abandonar a alguien que sinceramente estaba pidiendo Su ayuda y que realmente quería hacer el bien.

Fui criada en la Ciencia Cristiana, pero decidí que no podía creer que Dios era Amor si Él no me estaba ayudando cuando yo lo necesitaba tan desesperadamente. Y por esa causa pensé que ya no podría aceptar honestamente lo que la Ciencia Cristiana enseñaba acerca de Él.

En esencia, esto me dejó en un vacío. La Ciencia Cristiana enseña que Dios es Principio, que hay leyes espirituales que gobiernan al hombre y al universo. Al desechar todo esto me encontré en un mundo gobernado por el azar. Nada era seguro, no había nada que fuera digno de confianza, nada que pudiera dirigir mi vida. Me sentí completamente sola.

Ya desde algún tiempo antes de dejar la Ciencia Cristiana, había estado teniendo relaciones íntimas con mi novio. Había intentado explicar esto racionalmente, pero nunca pude convencerme del todo de que lo que estábamos haciendo era honesto o correcto. El hecho de que ninguno de mis intentos de terminar con esta situación había tenido éxito debilitó mi confianza en mi habilidad para hacer algo bien. Pero cuando abandoné la Ciencia Cristiana, pareció que ya no había ninguna razón para seguir luchando.

Mi novio decidió que quería casarse conmigo, y de pronto sentí temor de llegar a decir que sí. Durante años mi vida se había centrado en la idea de casarme con él. Pero ahora no estaba para nada satisfecha con lo que yo había llegado a ser, y no podía ver ninguna esperanza de mejoramiento si me casaba, porque eran nuestras relaciones las que habían contribuido a que yo estuviera tan confundida. Pero nunca había podido decirle que no antes, y realmente ahora tenía miedo de no tener las fuerzas necesarias para hacerlo.

Fue entonces que descubrí que esperaba un bebé. Mi novio vivía en otro estado, así que estaba sola para resolver lo que debía hacer.

Para empeorar las cosas, me enfermé seriamente. No tenía fe en la medicina, pero al no ser más una Científica Cristiana, no tenía otro método curativo al que recurrir. Como la enfermedad se prolongaba, mi desesperación aumentó hasta que ésta debe haberse convertido en una especie de oración, porque ciertamente fui guiada y protegida. Finalmente llamé a mi mamá y le pedí que me diera tratamiento en la Ciencia Cristiana. Le dije que estaba enferma, pero no le expliqué que estaba embarazada.

Nuevamente comencé a leer la Lección-Sermón Lecciones Bíblicas del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana; y las publicaciones de la Ciencia Cristiana, pero leía sin esperanza de entender lo que decían. Al parecer no podía encontrar ninguna forma de aplicar la verdad que estaba leyendo en la Biblia y en el libro de la Sra. Eddy, Ciencia y Salud, a la aparente realidad de desarmonía en mi experiencia humana. Cuanto más leía, más preguntas tenía.

Mi mamá no me pidió que dejara de hacerme preguntas, sino que las dejara de lado por un tiempo. Un entendimiento de Dios empieza con la fe. Mientras continuara negando la existencia de Dios, me iba a ser muy difícil ver alguna evidencia de Su presencia. Por eso mamá me pidió que supusiera que el punto básico de la Ciencia — Dios es Todo — era verdadero. Frente a esto podía verificar la lógica de todo lo demás que dice Ciencia y Salud, porque la Sra. Eddy escribe: “Para comprender la realidad y el orden del ser en su Ciencia, tenéis que empezar por considerar a Dios como el Principio divino de todo lo que existe realmente”.Ciencia y Salud, pág. 275; Para mi sorpresa encontré que la lógica de la Ciencia era innegable.

Todo lo que leía parecía estar hablando del gobierno supremo de Dios y de la libertad que tiene el hombre del pecado. Pude comprender que se me estaba ofreciendo una visión distinta del universo. Se me decía que el hombre es espiritual, gobernado solamente por Dios, amado y protegido por Él, y también que estas verdades son demostrables en la experiencia humana.

Necesitaba algo que cambiara mi pensamiento y mi manera de vivir, y no simplemente que me permitiera enfrentarme a los problemas obvios de estar enferma y esperando un bebé. Por esta razón decidí seguir la Ciencia Cristiana.

Todavía sentía temor de decirle a mi mamá que estaba embarazada, de manera que le pedí que dejara de trabajar por mí, y llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana. Por primera vez fui totalmente honesta con alguien. Por teléfono le dije solamente que estaba enferma, pero después que terminé de hablar con él, le escribí una carta explicándole todo. Nunca dejaré de estar agradecida por el amor a la manera de Cristo que el practicista expresó. No expresó ninguna sorpresa ni condenación. Él sabía quien era yo realmente — el reflejo de Dios, la evidencia de que Él existe. ¡Qué hermoso fue para mí ver que Dios se regocijaba por la manera en que Él me había creado! El practicista me pidió que leyera un artículo de la Sra. Eddy titulado “Ways that are Vain” (Caminos que son vanos). Me sorprendió el hecho de que pudiera describir tan exactamente el estado mental en el que había yo caído. El hecho de que la Sra. Eddy pudiera detallar tan específicamente mi caso me convenció realmente de que sus obras fueron inspiradas divinamente, y de que yo también debería aceptar lo que ella tenía que decir sobre la causa de esta clase de pensamiento y el método de curarlo.

En el artículo ella dice cómo el magnetismo animal (la creencia de que existe inteligencia en la materia) tienta al inocente con argumentos silenciosos. Ella escribe: “Invirtiendo los modos del bien, con sus tentaciones silenciosas contra la salud y la santidad, impele a la mente mortal al error de pensamiento, y la induce a perpetrar actos ajenos a las inclinaciones naturales. Las víctimas pierden su individualidad, y se prestan a sí mismas como herramientas voluntarias para llevar a cabo los designios de sus peores enemigos, aun de aquellos que quisieran causar su propia destrucción”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 211;

Durante todo este tiempo había considerado que el acto sexual tenía un valor intrínseco. Sostenía que era un acto natural y que, por lo tanto, no tenía sentido limitarlo. Entonces pude ver que en sí misma la materia no tenía nada bueno que ofrecerme. Mi conocimiento de mi unidad con Dios como Su expresión espiritual cobró una importancia primordial. Pero las relaciones sexuales irresponsables me habían alejado de Dios.

Me quité una gran carga de los hombros cuando comprendí que el corto placer que pensé era tan importante no era nada realmente en comparación con la necesidad vital de conocer y expresar a Dios. Pude ver que dentro del matrimonio una unión sexual podría ser una expresión normal de ese amor especial e intimidad que comparten el esposo y esposa; pero es un aspecto incidental en sus relaciones. Sin embargo, cuando se la mantiene fuera del matrimonio pronto toma una posición injustificable de consecuencias perjudiciales para nuestro adelanto espiritual. ¡Qué bueno fue saber finalmente por qué las relaciones sexuales prematrimoniales no eran correctas!

Poco a poco me empecé a sentir cerca de Dios. Dejé de exigir que Él se demostrara a Sí Mismo ante mí. Di un gran paso cuando comprendí que la omnipotencia de Dios no quería decir que Él tenía todo el poder para hacer lo que yo quería que Él hiciese, sino que Él tenía el poder para hacer lo que era mejor. Entendiendo esto, comencé realmente a escuchar lo que Él me estaba pidiendo a mí que hiciera o supiera. En vez de decir: “¿Por qué estoy enferma? ¿Por qué Tú no me curas?”, comencé a preguntar: “¿Qué es lo que Tú quieres que vea?” Las respuestas que obtuve siempre me alejaban del problema físico, y al aumentar mi comprensión espiritual se produjo la curación de mi enfermedad. ¡Qué conmovedor fue ver que la verdad podía probarse realmente!

“Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. 2 Cor. 5:17. La idea de que todas las cosas podían hacerse nuevas gradualmente me sacó de la confusión que se había ido formando en el transcurso de los años. No se trataba de que tenía que esforzarme por lograr ciertas cualidades de las que carecía; sino que tenía que ceder a Dios. Él me había creado perfecta, para incluir toda idea y cualidad que es buena. Lo único que yo tenía que hacer era aceptar lo que Él me había dado. Lo más importante de todo para mí fue ver que Él era mi fuente, que era Dios, no la material, el que me había creado y que podía contar con Él para que me proveyera de todo lo que necesitaba, de una manera que yo pudiera entender. Dios tenía un propósito para mí; Dios Mismo me necesitaba. Yo podía ser un ejemplo del poder sanador de Dios, de Su tierno amor por el hombre.

Pasé los siguientes seis o siete meses estudiando y orando. Empecé a entender la completa irrealidad del pecado y comprendí que cualquier historia del error era simplemente un sueño. Si Dios gobierna el universo, ¿hubo alguna vez un momento en que Él dejara de gobernarlo todo? Mientras tanto, mi fe en Dios tuvo en qué fundarse. Entonces tuve curaciones físicas de resfríos y dolores de cabeza y pruebas de la guía de Dios. Aun una sola curación por medio de la oración demuestra que la materia no tiene poder. Comprendí que para ser consistente tenía que aceptarlo totalmente y admitir que mi perfección era eterna.

Al principio me resultó sumamente difícil pensar que yo había reflejado siempre a Dios. Pero sabía que yo no era más fuerte que Dios y que por eso no podía yo misma haberme echado fuera del ámbito de Su gobierno. Entonces, ¿cómo podía explicar lo que obviamente parecía una experiencia humana de actos pecaminosos? El practicista me explicó que si yo hubiera estado pasando diapositivas y una hubiera estado fuera de foco, no habría tenido la necesidad de cambiar la diapositiva o preocuparme porque algún desastre le había sobrevenido a la imagen. Todo lo que habría que hacer era enfocar el proyector. La diapositiva misma nunca había sido dañada por la imagen mal enfocada, lo mismo que mi ser espiritual nunca había sido tocado por el pecado.

Este entendimiento de mi bondad intacta me liberó de todo sentido de culpa o vergüenza. En realidad, ahora sentía que tenía una gran misión que cumplir. La Ciencia Cristiana podía curar el pecado, y yo podía compartir este conocimiento con otros por el modo en que expresara a Dios.

Mis necesidades humanas fueron bellamente satisfechas durante este tiempo. Cada paso que di fue dirigido por Dios, y crecí en fortaleza y entendimiento a medida que seguía Sus instrucciones. Decidí no casarme, y mi novio y yo finalizamos nuestras relaciones armoniosamente. Sentí que en mi caso no debería quedarme con la criatura y di los pasos humanos para que fuera adoptada después de su nacimiento. En muy poco tiempo la agencia encontró una familia de Científicos Cristianos que pudieron llevarse al niño unos días después de nacido. Percibiendo que Dios es el Padre y la Madre del hombre, pude poner el cuidado humano de este niño en manos de otra persona sin ningún sentido de pérdida.

Muchas mentiras sobre mi verdadera identidad fueron descubiertas y corregidas durante ese tiempo. Por fin pude aceptar honestamente mi pureza original, inmaculada. Comencé a salir con jóvenes nuevamente, y, ¡qué liberación fue saber que mi naturaleza no era pecadora sino semejante a Dios! También pude ver que el “ceder” a alguien en una forma que magnifica el error nunca es un acto de bondad. El regalo más grande que se puede dar es el amor que hace que las personas se aferren a su expresión más elevada de Dios, ya sea que lo aprecien o no en el momento.

Mi creciente deseo de depender sólo de Dios para mi salud y felicidad no me ha alejado del mundo, sino que ha despertado mi aprecio por el bien que hay en el mundo. Ahora estoy casada felizmente; y cuando compartí esta curación con mi esposo antes de casarnos, no lo hice desde el punto de vista de una confesión sino con la idea de compartir algo de la admiración que sentí por todas las verdades que había descubierto. Su regocijo fue todavía una prueba más de lo completa que había sido mi curación. No quedaron “residuos” mentales, emocionales o físicos del pasado. Todas las cosas en verdad “son hechas nuevas”.

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