Hace algunos años mi familia y yo tuvimos la oportunidad de ir a pasar un fin de semana que incluía un día feriado, a una isla privada, accesible sólo por lancha. Al atardecer del segundo día de nuestra llegada, me estaba trepando a un árbol cuando de repente la rama sobre la cual me apoyaba completamente, se rompió y caí desde una altura de aproximadamente tres metros. Cuando intenté levantarme, noté que tres clavos oxidados que estaban en una tabla sobre el suelo se me habían incrustado en una pierna.
Mi primer pensamiento fue: “No hay vida, verdad, inteligencia ni substancia en la materia” — la primera línea de “la declaración científica del ser” que se encuentra en la página 468 de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Cuando niño había aprendido de memoria en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana esta declaración completa. Con la ayuda de otra persona pude levantarme e ir cojeando hasta la zona principal de las cabañas. Comencé a orar para reconocer mi perfección como hijo de Dios, pero me acometió el temor de que se produjese una infección que me causase la muerte. Repetí una y otra vez: “Dios es mi Vida”.
Poco después trajeron una lancha y un amigo ofreció llevarnos de regreso a la ciudad. A pesar de mis oraciones todavía sentía temor, de manera que nos detuvimos en el camino para llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana en una ciudad distante. La pierna se me había puesto rígida y me costaba moverla. A pesar de que era la una de la mañana cuando llamé por teléfono al practicista, su tranquila paciencia y su bondad me tranquilizaron.
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