Hace algunos años, pocas semanas después de haber llegado a París, comencé a tener gran dificultad para respirar. Esto hizo que cualquier actividad me resultara una carga, y casi me era imposible caminar y subir escaleras. Dormía muy poco de noche. Sentí que no podía continuar con mis clases diarias ni mis compromisos. En tres días tenía que emprender viaje a Inglaterra. La autocompasión y el miedo invadieron mi pensamiento. Pero las siguientes palabras del himno de la Sra. Eddy vinieron a mí (Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 304):
Fiel Tu voz escucharé,
para nunca errar;
y con gozo seguiré
por el duro andar.
De pronto comprendí que no estaba verdaderamente escuchando la voz de Dios, ni estaba siguiendo con gozo. Inmediatamente decidí llamar por teléfono a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara a comenzar a escuchar la voz de Dios, a seguir con gozo, por difícil que la senda pudiera parecer. Ésta fue para mí una maravillosa oportunidad para llegar a comprender, más claramente que nunca, la verdadera substancia y acción del hombre como idea de Dios.
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