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¿Quiere usted ser sanado?

Del número de octubre de 1975 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Sabemos que en más de una ocasión, Jesús preguntó a sus pacientes qué querían. A los dos ciegos sentados junto al camino, les dijo: “¿Qué queréis que os haga?” Mateo 20:32; Y le preguntó al hombre en el estanque de Betesda: “¿Quieres ser sano?” Juan 5:6; Después de oír sus respuestas los sanó de inmediato.

En la actualidad también es importante que un paciente anhele ser sanado. Pero aunque se podría suponer que todo aquel que está sufriendo tiene ese anhelo, la experiencia demuestra que esto no es necesariamente siempre así. Varios impedimentos emocionales y mentales quisieran impedir que uno anhele ser sanado. A veces yacen en lo profundo del pensamiento, sin que se les descubra porque no se les reconoce. Bien vale la pena que los enfoquemos con la luz de la Verdad para descubrirlos.

Una de las formas de resistencia a ser sanado espiritualmente es la creencia de que uno tiene que sacrificar y abandonar cosas que tiene en alta estima. Sin embargo, en realidad, esto se reduce a hacer una nueva evaluación y corregir nuestra escala de valores.

En la Ciencia Cristiana una persona jamás tiene que sacrificar nada verdaderamente bueno o beneficioso — sino sólo aquello que de todos modos le será para mejor. Esto último incluye cosas tales como esperanzas y confianzas materiales equivocadas, falsa opinión acerca del mero placer sensual, o conceptos erróneos sobre la familia o los amigos, contemplándolos como personalidades limitadas y corpóreas en las que se combinan cualidades buenas y malas, en lugar de verlas como expresiones perfectas y espirituales de Dios. A la larga nada se pierde y todo se gana al modificar nuestra actitud en estos asuntos. Entonces uno se da cuenta de que realmente quiere estar bien.

Otro argumento que inhibe la curación de algunos casos es que no somos merecedores de ser sanados. Esto no es sino el mal, aunque disfrazado, intentando que no se le haga frente y se lo destruya. Entre los conceptos equivocados que el mal emplea para sus propios fines, está el de que el hombre tiene algunas características que difieren del Principio divino de su ser, que de alguna manera inexplicable ha caído o se ha separado de su Padre, el Amor divino. La mejor manera de abandonar estas creencias que no tienen vestigio alguno de verdad, es hacerlo cuanto antes y sin rodeos. Siempre somos merecedores de reflejar la salud divina y otras cualidades.

En realidad no podemos evitar ser la expresión completamente perfecta de Dios. Puesto que Dios, la Mente que todo lo sabe, es omnipotente y bueno, Su creación espiritual, incluso el hombre, permanece para siempre intacta y en completa armonía. La enfermedad y todas las demás discordancias no tienen presencia o poder verdaderos.

Una creencia que puede ser bastante insidiosa es que el sufrimiento, en sí mismo, es algo meritorio. Uno puede pensar que al resignarse al dolor y soportarlo como una realidad, está obedeciendo noblemente a la Verdad y a la bondad. No obstante — excepto sólo en la medida en que nos hagan volver hacia Dios en busca de alivio — no hay nada laudable en el dolor o en la tristeza. No forman parte de la creación de Dios, y evidentemente el mejor servicio que puede rendírsele a Dios es el de ser sanado rápidamente — para que los demás se sientan alentados y para poder emplear toda nuestra energía y toda nuestra atención trabajando para Dios y para nuestro prójimo.

Aunque pueda parecer paradójico, el mero anhelo — o, por otra parte, el deseo vehemente de ser sanados, puede desviarnos. Puede hacernos sentir que la curación que queremos está muy distante. De hecho, la palabra “querer” tiene dos significados: desear y necesitar. Debemos querer ser sanados en el sentido de desearlo pero de ninguna manera en el sentido de necesitarlo. El Salmista cantó: “Jehová es mi pastor; nada me faltará”. Salmo 23:1;

El poder sanador que Cristo Jesús demostró no está lejano ni nos falta hoy en día. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “No está bien imaginarse que Jesús demostró el poder divino de curar sólo para un número selecto o por un período limitado de tiempo, puesto que a la humanidad entera y a toda hora el Amor divino suministra todo el bien”.Ciencia y Salud, pág. 494;

Por cierto que todo lo que inhiba o impida este poder no tiene nada que ver con nosotros, ya que en nuestra identidad genuina expresamos la libertad y el gobierno de Dios. A veces una interpretación errónea o la dureza de corazón, quizá bajo la forma de menosprecio propio o de indiferencia, puede pretender adherirse a nosotros como una rémora, pero semejantes creencias materiales simplemente no son nuestras. Desaparecen cuando vemos que nuestra verdadera y única consciencia refleja la Mente divina y que no tenemos que luchar para pasar del mal al bien, de la enfermedad a la salud, o de la imperfección a la perfección.

“Ahora somos hijos de Dios”, 1 Juan 3:2. escribe Juan. Esto ya es verdad. No tenemos que trabajar para que lo sea. Es una verdad presente, demostrable ahora, y no en algún tiempo futuro. Cuando tenemos una comprensión suficientemente clara de la bondad y omnipotencia presentes de Dios, que nosotros, como hijos Suyos manifestamos, estamos sanados.

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