En un hermoso día de primavera detuve mi automóvil en un parque junto al océano. Tenía las ventanillas abiertas y una abeja de gran tamaño entró volando y luego trató de salir por la parte curva del parabrisa. Cada vez que yo intentaba ayudarla a encontrar la ventanilla abierta, zumbaba desatinadamente por el automóvil volviendo al parabrisa. Parecía muy segura de llegar a las hermosas flores del parque volando a través del parabrisa. Podía decirse que las apariencias habían “aprisionado” a la abeja dentro del auto.
A menudo vemos a una persona aparentemente aprisionada en el mal genio, lo cual limita su progreso. Tal vez nosotros mismos tenemos algunos defectos que impiden que seamos felices, que tengamos éxito o que se nos quiera. Con frecuencia clasificamos estos defectos como tendencias temperamentales, como rasgos desagradables de carácter o como características nacionales heredadas.
Algunos de estos defectos son la impaciencia, los celos, la obstinación, el mal genio, el egotismo, el egoísmo, la manía de criticar, los caprichos, y ellos pueden hacer que nuestra vida y la de los que nos rodean sean muy desdichadas. Aun cuando los reconozcamos por lo que son y deseemos liberarnos de ellos, pueden parecer como si nos fueran inherentes, a tal grado que nos sentimos “aprisionados” en ellos.
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science: Pronunciado Crischan Sáiens., expone los peligros que acarrean las características mortalmente mentales cuando escribe: “El odio, la envidia, la improbidad, el temor y otras propensiones similares enferman al hombre, y ni la medicina material ni la Mente pueden ayudarle de modo permanente, ni aun en el cuerpo, a no ser que le mejoren mentalmente, rescatándole así de sus destructores”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 404;
¿Existe realmente algún modo de liberarnos de los defectos perjudiciales y destructivos del pensamiento mortal? Generalmente se cree que es muy difícil, y hasta imposible. Quizás hayan ustedes escuchado a alguien decir, o puede que lo hayan dicho ustedes mismos: “¡Pero yo siempre he tenido mal genio!”, o “siempre he sido impaciente”, o “soy susceptible y criticón”. Pueden haberlo oído de otra manera: “Todos en nuestra familia somos así”, o incluso, “la gente de esa nacionalidad es testaruda, cruel y egoísta”, llegando a la conclusión de que los defectos son parte de su naturaleza y que tienen que vivir con ellos.
¡Esto no es verdad! No estamos aprisionados en una naturaleza malsana. Estos defectos están en nuestro pensamiento y podemos cambiarlos al dejar que la verdad pura y fundamental de la Ciencia Cristiana penetre el pensamiento. Esa composición mental inevitablemente imperfecta, esa mente mortal con la que pensamos que tenemos que convivir, no constituye nuestra identidad de ningún modo. Allí mismo donde hemos estado aceptando sus pretensiones, está Dios, el Amor divino e infinito, la verdadera fuente y substancia de nuestro ser.
Esos defectos que deploramos parecen tener un hogar permanente en nuestra consciencia porque “siempre” los hemos tenido. Pero nunca han tenido un lugar en la presencia del Amor. Podemos eliminarlos de nuestro pensamiento inundándolo de Amor. “La manera de extraer el error de la mente mortal”, señala la Sra. Eddy, “es vertiendo en ella la verdad por medio de inundaciones de Amor”.ibid., pág. 201;
¿Cómo podemos empezar a “inundar de Amor” el pensamiento si queremos librarnos de rasgos o características indeseables? Primero debemos tener el sincero deseo de hacerlo, y una vez que lo tengamos, estaremos dispuestos a esforzarnos, es decir, a realizar el esfuerzo. El esfuerzo consiste en percibir nuestra verdadera identidad como hijos de Dios, que vierte “inundaciones de Amor” sobre nosotros y sobre la humanidad. El paso siguiente es poner en práctica — vivir — lo que vamos aprendiendo.
Bien podríamos preguntar: ¿Cómo puedo aprender acerca de esta identidad verdadera? Podemos empezar con la verdad de que Dios, Vida y Amor divinos, es la única causa y creador, que Él es el Principio divino de todo lo que existe realmente. Dios, el Espíritu infinito, es el bien infinito y no hay otra fuente de bien. Todo lo real le pertenece a Dios, la sabiduría, la verdad, el amor y la vida. Él lo es Todo y no hay ningún poder contrario.
Puesto que Dios es el único creador, se deduce que Él ha creado al hombre, como lo declara la Biblia. También se deduce que el hombre tiene necesariamente que ser espiritual, la manifestación de Dios, y debe reflejar todas las cualidades de la Mente divina, de la Vida, de la Verdad y del Amor. El hombre de la creación de Dios expresa cualidades espirituales verdaderas y permanentes, tales como ternura, amor, pureza, sabiduría y alegría.
Entonces ¿qué son esas tendencias temperamentales que nos ocasionan tantos problemas? Son las impurezas, lo diamentralmente opuesto a los atributos de Dios; pero como Dios, el Amor, lo es Todo y no incluye nada que se le oponga, estas características destructivas tienen que ser opuestos hipotéticos, es decir, irreales. No tienen poder para gobernar nuestro pensamiento o nuestras vidas. El comprender la totalidad del Amor hace que las “inundaciones de Amor” limpien completamente las impurezas.
Respecto a la herencia ¿qué decir de esos rasgos familiares, raciales o nacionales? ¿Acaso la herencia no ha sido por generaciones una ley y por eso siempre será cierta? El claro entendimiento de que Dios es el único creador, el único Padre-Madre y que Él hizo al hombre perfecto, muestra que la pretensión de la herencia es una teoría mortal falsa.
El profeta Ezequiel lo expresó de esta manera: “Vino a mí palabra de Jehová diciendo: ¿Qué pensáis vosotros, los que usáis este refrán sobre la tierra de Israel, que dice: Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera? Vivo yo, dice Jehová el Señor, que nunca más tendréis por qué usar este refrán en Israel”. Ezeq. 18:1–3. Dios, y no los padres humanos, es la única causa; por eso la teoría mortal sobre la herencia no tiene base verdadera.
Aprender algo de la verdadera filiación del hombre como el amado hijo de Dios es el punto de partida. Como heredero de Dios, el hombre tiene por reflejo las bellas cualidades que son semejantes a Dios. Luego se requiere que permanezcamos firmes en esta verdad cuando se nos presenta la tentación de enfadarnos o de sentir rencor, miedo, ser ímprobos, es decir, manifestar cualesquiera de las múltiples pretensiones falsas contrarias al ser verdadero del hombre.
El reconocimiento de que Dios no sólo provee cualidades verdaderas y bellas, sino que imparte la fortaleza y el valor para perseverar en el intento de expresarlas, nos sostiene. El esfuerzo consistente y persistente por manifestar a Dios no solamente nos ofrece como recompensa la liberación de los rasgos esclavizantes, sino también la liberación de la enfermedad.
Yo tuve esa experiencia. Durante muchos años padecí periódicamente de fiebre del heno. Dediqué mucho tiempo y oración a este problema, pero sin señales evidentes de progreso para su solución. Después, por una razón completamente distinta, empecé un estudio profundo para obtener un mejor concepto de Dios y de mi parentesco con Él. Durante este período ni me acordé de la fiebre del heno. Gradualmente fui adquiriendo un sentido de la totalidad de Dios y de Su omnipresencia. Comencé a ver más claramente que Dios, la Mente divina, lo sabe, lo ve y lo hace todo, y que el hombre no hace nada por sí mismo sino que todo lo hace por reflejo.
Con esto adquirí un conocimiento más claro de mi verdadera identidad. En lugar de orgullo intelectual, orgullo de talento y orgullo de habilidad, empezó a desarrollarse en mi consciencia un nuevo sentido de humildad. El orgullo y sus defectos concomitantes: el egoísmo, la envidia y la obstinación, fueron desapareciendo, y junto con ellos, desapareció la fiebre del heno. Desde entonces no he vuelto a sufrir de esto.
Hablando de las cosas que contaminan, Cristo Jesús dijo en substancia que no son las cosas que rodean al hombre las que lo contaminan sino los malos pensamientos que provienen del corazón.
No son las condiciones que nos rodean las que determinan nuestras acciones y reaciones; no es lo que nuestros antepasados hicieron o creyeron ni tampoco el clamor de nuestra personalidad humana. ¡Es lo que pensamos de nosotros mismos! Cuando este pensamiento se basa en el entendimiento de nuestra filiación como hijos de Dios, encontramos que tenemos libre acceso a los graneros del Amor y que éstos están llenos de todo lo bueno. De manera que ya no estamos mesmerizados por las apariencias ni esclavizados por el mal carácter. Podemos probar que ninguna creencia falsa respecto a nuestro carácter puede dañarnos o interponerse a la alegría y armonía que Dios nos ha dado y que Él mantiene. Podemos ser liberados.