Mi madre encontró la Ciencia Cristiana antes de que yo naciera, y mis dos hermanas y yo crecimos aprendiendo a recurrir a Dios en busca de ayuda en lugar de recurrir a medios materiales cuando necesitábamos una solución para cualquier problema.
A través de los años hemos tenido muchas pruebas del poder sanador de la Ciencia Cristiana. Escarlatina, tos ferina, asma y varicela, son algunas de las curaciones que recuerdo. Pero fue después que nació mi hijo que verdaderamente comencé a estudiar esta Ciencia a fondo. Su nacimiento fue lo que los médicos llamaron “un milagro”. Se presentaron complicaciones y el médico dijo que el niño podía haber nacido muerto. Mi madre fue mi practicista de la Ciencia Cristiana y se encontraba en la maternidad conmigo acompañándome. Me dijo después que le había venido al pensamiento una sugestión de posible muerte y que la había rechazado con el claro entendimiento de que Dios es la única vida del hombre.
Mi hijo tuvo algunas buenas curaciones durante su infancia. Su maestra lo trajo a casa un día y nos dijo que tenía paperas y que no debía regresar al colegio hasta que el médico lo diera de alta. Por medio de la oración científica fue sanado durante la noche y disfrutó de dos semanas de vacaciones.
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