Como estudiante de la Ciencia Cristiana he tenido muchas oportunidades de probar el amoroso cuidado de Dios por Sus hijos. La operación de la única Mente divina fue muy evidente para mí durante la siguiente experiencia.
A fines de la primavera de 1970 recibí, en el jardín de infantes donde trabajo, una llamada telefónica de un hospital informándome que mi esposo había tenido un accidente automovilístico y me pedía que fuera a verlo. Sentí que debía tratarse de algo grave pues, dentro de lo posible, mi esposo y yo nos telefoneábamos siempre personalmente. El fichero de la escuela estaba abierto en el nombre de un alumno cuyo padre es un practicista de la Ciencia Cristiana y pude llamarlo, sin tardanza, para pedirle ayuda.
En el camino hacia el hospital repetí en voz alta muchas declaraciones de verdad, sabiendo que Dios está presente con cada una de Sus ideas en todo momento y en toda circunstancia, y sentí calma y paz. Cuando llegué al hospital me recibieron dos policías de la Patrulla del Estado que me tomaron de los brazos para sostenerme. Se me dijo que mi esposo estaba inconsciente y que no podía verlo porque le estaban haciendo análisis. Oré en silencio sabiendo que Dios es la Vida del hombre y que sólo podía descubrirse lo bueno. Poco después de que lo sacaron en la camilla, mi esposo recuperó el conocimiento, y poco después, la vista. El médico diagnosticó una concusión, fracturas y lesiones internas. Aunque estábamos en una sala de emergencia colmada de gente yo afirmé declaraciones de verdad, que incluían la verdad sobre la perfección del hombre.
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