En la economía del universo espiritual de Dios la oferta y la demanda reflejan la perfección y la armonía de la Mente divina. La igualdad que existe entre la oferta y la demanda es una ley divina. ¡Qué contraste con la economía del universo material, en donde la necesidad extrema a menudo reina en medio de la abundancia! ¿Hay dos creaciones — una espiritual y la otra material?
De acuerdo con la Ciencia Cristiana — la ley de Dios, que Cristo Jesús demostró tan cabalmente — el universo material no es otra creación sino una visión material y deformada del universo espiritual de Dios. Las leyes económicas basadas en la materia son creencias materiales que se originan en la creencia general de que la materia es substancia.
Al aceptar esta creencia equivocada, los mortales deducen que la oferta y la demanda tienen que ver esencialmente con los bienes y servicios materiales, mientras que la Ciencia Cristiana, razonando desde el punto de vista de que el Espíritu es substancia porque Dios es Todo-en-todo, deduce que la verdadera oferta y demanda son espirituales.
Las ideas espirituales constituyen la provisión verdadera del hombre, y Dios, la Mente, es el proveedor. Todas las demandas genuinas también vienen de Dios, que provee todo lo necesario para satisfacerlas. En la economía divina, la oferta y la demanda son iguales, inseparables y simultáneas. Así que, en realidad, toda necesidad ya está satisfecha. Sabiendo esto, Jesús dijo: “Vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis”. Mateo 6:8; Por lo tanto, no tenemos que especular sobre cómo vendrá la provisión para satisfacer nuestras necesidades diarias, o decirle a Dios cómo deberían ser satisfechas. Tenemos sólo que reconocer que la ley divina de la oferta y la demanda está ya actuando.
Cuando reconocemos el ser espiritual del hombre y la naturaleza espiritual de la oferta y la demanda, nos situamos bajo la actividad y la protección de la ley de Dios en donde los medios, las oportunidades, y las ideas que se necesitan para satisfacer todas las necesidades humanas legítimas, tales como comida, ropa, casa, transporte, y demás son satisfechas de la manera en que se necesitan y cuando se necesitan. “Confiad,” declara la Sra. Eddy, “que Aquél en quien reside toda vida, salud y santidad, proveerá a todas vuestras necesidades de acuerdo con Su riqueza en gloria”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 186;
Para valerse de la ley de Dios, uno debe elevarse por sobre el sentido material del hombre como un mortal sujeto a leyes económicas basadas en la materia, y reconocer el verdadero ser del hombre como idea espiritual de la Mente, controlada y gobernada por el Principio divino, Dios.
La ley divina de la oferta y la demanda reemplaza las creencias mortales que se asocian con la oferta y la demanda. Esta ley, cuando se la aplica adecuadamente, restaura la relación armoniosa entre la oferta y la demanda en cualquier situación humana.
El desequilibrio entre la oferta y la demanda, que tan a menudo aparece en el universo material, no tiene autoridad divina. El hombre de Dios nunca lo experimenta. En la medida en que aplicamos la comprensión de la ley perfecta de Dios de la oferta y la demanda a nuestros asuntos humanos, protegemos nuestro nivel de vida e inversiones de los efectos adversos de la inflación, la recesión, la depresión o de las crisis monetarias. Cuando se la entiende y utiliza, la ley de Dios nos permite administrar nuestras finanzas con sabiduría e inteligencia, contender con el alza de los costos y los precios, o mejorar toda nuestra situación económica, como lo requiera el caso.
La acción de la ley de Dios de la oferta y la demanda es universal, y provee abundantemente a las necesidades de todos. Su ley actúa para todos. Cuando reconocemos esto, no deberíamos sentirnos privados de ningún bien si, por ejemplo, otra persona es promovida al puesto que estábamos esperando, ni tampoco deberíamos preocuparnos pensando que otros pueden ser privados de algún bien porque nos están ayudando. En tales situaciones es importantísimo ver claramente que todo el bien viene de Dios, no de personas. La Sra. Eddy escribe: “Los ricos en espíritu ayudan a los pobres en una gran hermandad, teniendo todos el mismo Principio o Padre; y bendito es el hombre que ve la necesidad de su hermano y la satisface, buscando el bien propio en el ajeno”.Ciencia y Salud, pág. 518;
La carencia desaparece ante la gratitud — ante el reconocimiento gozoso de la afluencia universal de Dios, Su cuidado imparcial, y Su ley invariable de la oferta y la demanda. Con sólo unos pocos panes y peces para alimentar a la multitud, Jesús dio gracias y repartió lo que tenía a mano. “Y comieron, y se saciaron”. Marcos 8:8. Deberíamos recordar esto cada vez que las demandas financieras parezcan ser mayores que el saldo de nuestra cuenta bancaria.
En realidad, ¿puede una cuenta bancaria representar verdaderamente nuestros recursos? Nuestra cuenta verdadera está en Dios — una cuenta inagotable de recursos espirituales de la cual siempre podemos hacer retiros. Retirar esos recursos es expresarlos. La moneda de Dios — ideas, cualidades y bendiciones — nunca pierde su valor. La aplicación de esta comprensión para administrar nuestros asuntos financieros nos permite satisfacer nuestras obligaciones monetarias y proteger nuestro poder adquisitivo.
Nuestra comprensión de la ley divina de la oferta y la demanda nos guía a hacer inversiones sabias y productivas. Por otro lado, tratar de usar esta ley para justificar el juego o el despilfarro, sería igual que rechazarla. Estos intentos indican que se confía en el azar más bien que en Dios.
La ley divina de la oferta y la demanda gobierna no sólo el aspecto económico sino todo lo concerniente a la existencia y esfuerzo humanos. De acuerdo con esta ley, siempre hay verdades específicas disponibles para la curación de pretensiones específicas de la enfermedad y del pecado. Estas verdades no son fórmulas hechas por el hombre, y las curaciones que traen son de gran alcance y representan un desarrollo y despertar profundos y espirituales que provienen de la actividad del Cristo, la Verdad, en la consciencia humana. Para cada deseo sincero de progreso, inventiva, utilidad y satisfacción hay a la disposición una provisión abundante de ideas y energía espirituales para satisfacerlo totalmente.
A medida que la ley divina de la oferta y la demanda sea más generalmente comprendida, y esta comprensión sea utilizada por un mayor número de personas, el nivel de vida y la condición de la salud y la educación se elevarán tanto en las naciones como en las comunidades, y en las transacciones comerciales y monetarias se harán más evidentes una mayor estabilidad e integridad.
Se habrá dado un paso importante en la espiritualización del pensamiento que con el tiempo conducirá a la eliminación de la escasez, la enfermedad, el hambre, e iniquidades de todo tipo.