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Fe absoluta — la base de la verdadera oración

[Original en español]

Del número de noviembre de 1975 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La oración de petición y la oración de afirmación y negación tienen, ambas, un lugar en la Ciencia Cristiana. En la primera, le pedimos a Dios que nos ayude — por ejemplo, le pedimos que nos muestre lo que tenemos que hacer para solucionar algún problema nuestro, como la falta de salud, falta de recursos, abandono, soledad, y así sucesivamente. En la segunda, afirmamos que Dios, el Espíritu eterno, el bien supremo, es la única realidad, y negamos el mal, reconociéndolo como irrealidad insubstancial, porque comprendemos que el bien es todo y no hay lugar para el mal.

La Sra. Eddy, en su inmenso amor por la humanidad, puso a nuestro alcance el conocimiento necesario para hacer de la oración una ayuda verdaderamente eficaz. Nos dice: “La oración que reforma al pecador y sana al enfermo es una fe absoluta en que para Dios todas las cosas son posibles, — un entendimiento espiritual de Él, un amor abnegado”.Ciencia y Salud, pág. 1;

En la oración necesitamos, no la fe ciega del fanático, sino la fe basada en la comprensión espiritual de la verdadera naturaleza de Dios y del hombre y de la relación que existe entre ambos. La fe absoluta requiere visión espiritual, cuyo alcance es mucho más amplio y profundo que la mera visión física. Esta visión más profunda manifiesta los hechos espirituales del ser. Nos ayuda a comprender que somos uno con Dios y que Él es todo poder, todo sabiduría, y la única presencia.

Cristo Jesús dijo: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Juan 8:31, 32; Los verdaderos discípulos de Jesús permanecen en la Palabra de Dios, la escuchan, la comprenden y la practican, es decir, adquieren conocimientos de las profundas ideas espirituales que el Maestro enseñó y demostró. El que Jesús hiciera esa precisa y segura afirmación, como todas sus afirmaciones, nos revela la confianza que él tenía en las cosas del Espíritu.

En el relato de la resurrección de Lázaro hay un bello ejemplo de la oración de conocimiento profundo y de su resultado inmediato: “Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes”. 11:41, 42; ¿Cómo podía Jesús declarar con anticipación, con esa certeza absoluta, que él en ese mismo momento era escuchado por Dios? ¿Cómo podía estar tan seguro de que la voluntad de Dios es la vida y no la muerte, la victoria y no la derrota? Porque conocía a Dios espiritualmente como el bien inmutable, la fuente de la armonía universal. Estaba consciente de que Él es el Amor omnipresente, siempre gobernando Su creación; sabía que Dios es el sostenedor único, eterno y perfecto, del hombre perfecto. Sin duda, ésta es una razón por la cual oraba con convicción y por qué la verdad de su oración destruía la aparente evidencia contraria.

Esto se ilustra en la construcción de una obra de ingeniería — un puente por ejemplo. El ingeniero obviamente tiene fe en la ingeniería porque comprende los conceptos de las matemáticas y la física en las cuales basa su proyecto. Ha estudiado metódicamente, y ha adquirido el conocimiento adecuado suficiente para poder imaginarse la obra completa en sus más mínimos detalles. Pero hay algo más. El ingeniero no sólo sabe que su obra va a ser completa y que cumplirá un fin determinado, sino que también tiene confianza en que la obra resistirá y durará según lo planeado. Así que, en cierto sentido, el puente está ya construido desde el momento en que el ingeniero lo proyecta.

Así es también con la fe cristiana: la fe llega a ser absoluta a medida que uno comprende a Dios como el Principio divino de la perfección — como Vida eterna y armoniosa, sin muerte; como Verdad inmutable, sin error; como Amor total, absoluto, omnipresente, el sostenedor afectuoso de toda la creación.

En la creación de Dios ha existido desde siempre todo lo que el hombre necesita. Al saber esto podemos demostrar que el bien está a nuestro alcance, que es natural y normal. Nuestro desafío consiste en saber cómo posesionarnos de la idea correcta del bien omnipresente. Oramos para ajustar nuestro pensamiento a la realidad acerca de Dios y del hombre, para alcanzar y sentir Su perfección y Su totalidad. Oramos para deshacernos de la ilusión que quisiera hacernos creer que la vida está en la materia; oramos para destruir la sugestión del temor, de la enfermedad y de la limitación. Cuando la oración se convierte en una afirmación inspirada de verdad, vence la creencia en la irrealidad, y sólo queda lo que ha existido por siempre: el Espíritu, Principio y Amor infinitos, y el universo y el hombre espirituales.

Otro punto importante en la oración se refiere al amor abnegado, que es una comprensión espiritual y demostración de la verdad de que “Dios es amor”. 1 Juan 4:16; Si aceptamos académica e intelectualmente lo que es el amor, si lo comprendemos de manera abstracta, o si formulamos meras teorías sobre él, ¿estamos orando científicamente? ¿Cómo podemos comprender el Amor a menos que amemos? El amor del Amor es la cálida consciencia de la presencia, poder y permanencia de Dios y de Su profundo e inconmensurable interés por el hombre.

Amamos verdaderamente cuando a pesar de la falsa evidencia material vemos a nuestro prójimo como una idea divina y perfecta. Este hombre verdadero no es visible a los sentidos, pero bajo el influjo del Amor podemos percibirlo. ¿Vio Jesús a un paralítico, o a uno poseído de “demonios”, o a un pecador condenado a un sufrimiento irremediable? Por el contrario, Jesús tiene que haber visto la amada creación de Dios, a Su amado hijo. Encauzando este profundo conocimiento en una sincera oración de amor, estableció la armonía.

Para tener la oración de fe, de comprensión y de amor, debemos seguir el camino que la Sra. Eddy nos señala: “Una renuncia absoluta a las cosas materiales tiene que preceder este entendimiento espiritual avanzado. La oración más elevada no es solamente la de la fe; es la demostración. Tal oración sana la enfermedad y tiene que destruir el pecado y la muerte. Distingue entre la Verdad, la cual es impecable, y la falsedad del sentido pecaminoso”.Ciencia y Salud, pág. 16.

La materialidad no tiene existencia verdadera; por tanto, no necesitamos intentar cambiarla. Quien lo pretenda sólo conseguirá frustración y amargura. Nuestro profundo esfuerzo mental tiene que dirigirse exclusivamente a cambiar los pensamientos de materialidad por los pensamientos e ideas que conducen a la espiritualidad. A medida que continuamos eliminando la falsa creencia de que la materia tiene poder, vamos posesionándonos cada vez más, por reflejo, del verdadero poder del Espíritu, hasta llegar a ese “entendimiento espiritual avanzado”.

El verdadero objetivo de nuestras oraciones no debiera ser el de los cambios materiales sino el reconocimiento con fe, comprensión y amor, de la eterna perfección de Dios, y de que Él es Todo. Con deseos sinceros y puros podemos poner nuestro caso particular bajo la ley del Principio divino. Así obtendremos resultados y haremos la demostración.

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