Es natural que aquellos que han despertado al poder sanador de Dios revelado en la Ciencia Cristiana, quieran que toda la humanidad sea bendecida por este poder. Su deseo sincero se expresa en la “Oración Diaria” dada por la Sra. Eddy en el Manual de La Iglesia Madre. Una frase de esta oración es: “¡Y que Tu palabra fecunde los afectos de toda la humanidad, y la gobierne!”Man., Art. VIII, Sec. 4;
“Toda la humanidad” son muchas personas — aproximadamente unos cuatro mil millones de personas habitan este planeta en la actualidad. Cada una de ellas es un individuo que tiene una experiencia vital única, sus propios pensamientos y manera de expresarlos, sus propias alegrías y satisfacciones así como sus propias necesidades. Nuestra oración diaria para todos ellos, expresada en términos generales es, que la Palabra de Dios, el Amor divino, fecunde y gobierne sus afectos y vidas. Esta oración hará mucho para asegurar que los beneficios de la herencia de los hijos de Dios, a la cual tienen derecho, se desarrolle en su experiencia. Más aún, aunque no oramos por personas individuales, a menos que ellas pidan esa ayuda espiritual, o que estén en una emergencia, podemos ser útiles albergando en nuestro pensamiento las verdades que ayudarán a grupos de personas que son víctimas de formas específicas de discordancia.
La Sra. Eddy una vez escribió: “Tres veces al día me aparto en busca de la bendición divina para los enfermos y afligidos, poniendo mi rostro hacia la Jerusalén del Amor y la Verdad, en oración silenciosa al Padre que ‘ve en lo secreto’, y con la confianza a la manera de un niño que Él recompensará ‘en público’ ”.Miscellaneous Writings, pág. 133;
Si recorremos con el dedo un mapamundi, puede que nos detengamos en el contorno de ciertos países y que pensemos con compasión en la gente que vive allí. Tal vez recordemos sus problemas económicos y sociales, como también sus enfermedades y pesares, los desafíos de la inestabilidad gubernamental, la guerra, la enfermedad, las condiciones climáticas calamitosas, las malas cosechas y, en algunos casos, hasta el hambre que ocasiona la muerte de cientos de personas diariamente. Indudablemente, a medida que reflexionamos sobre estos cuadros de extrema necesidad y sufrimiento en muchos de los lugares en que vive la gran familia humana, nos damos cuenta de que nuestra oración por el mundo puede ir más allá de la mera repetición mecánica de una frase que pronunciamos todos los días de mañana. También podemos orar para satisfacer la necesidad de estas personas que, según la prensa, tienen problemas particularmente graves.
Veamos, por ejemplo, lo que ocurre en el estado de Maharashtra en la India, donde la sequía se extiende por meses y meses casi todos los años. Cuando no viene el monzón, los granjeros y sus familias se vuelcan a la ya superpoblada ciudad de Bombay, y, como consecuencia, aparece el hambre y la miseria en grado tal que despiertan la compasión del mundo, que se traduce en generosas donaciones de dinero y en el auxilio mediante provisión de víveres.
La experiencia muestra que se necesita más que auxilio temporal para combatir el hambre y la sed en una situación como ésta. Unos pocos cargamento de granos enviados precipitadamente a una ciudad azotada, un servicio de camiones cisterna en servicio continuo organizados para llevar agua a zonas agrícolas resecas, proyectos temporarios de empleo destinados a proporcionar un medio que asegure por lo menos un mínimo de subsistencia a los trabajadores desocupados, todos estos medios solamente ayudan a atender las necesidades inmediatas. Mas permanece la continua inquietud de que las condiciones que periódicamente producen el hambre, pronto se repetirán, mas esto será eliminado sólo cuando se comprenda que la Palabra de Dios, la inteligencia divina, está fecundando los afectos de las personas que atraviesan por esa situación. Entonces su comprensión de la presencia de la abundante substancia espiritual borrará para siempre la carencia de su experiencia humana.
Cuando Cristo Jesús se vio ante una multitud hambrienta rechazó la proposición de sus discípulos de despedir a la gente para que compraran alimentos en las aldeas cercanas. En cambio el Maestro dijo: “No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de comer”. Entonces hizo por todos lo que siempre hacía para sí mismo: oró, bendiciendo la situación humana por medio del entendimiento espiritual del Amor divino. De este modo, por su oración, el hambre de la multitud fue satisfecha: “Y comieron todos, y se saciaron”. Mateo 14:16, 20. Y todo el incidente fue tan convincente que ha inspirado a la humanidad en todas las generaciones hasta el día de hoy.
Está dentro de nuestras posibilidades ayudar a solucionar las necesidades de la humanidad por medio del Cristo, la verdadera idea de Dios, como Jesús lo hizo. Nosotros también podemos orar al Padre divino de todos, confiados no sólo en que Él ya ha satisfecho esas necesidades abundantemente, sino que el reconocimiento de este hecho divino abrirá el camino a las multitudes para que sean ellas satisfechas en su experiencia humana.
Si el desafío se presenta como una situación de hambre en India, o peligros ocasionados por un huracán en América, o en África, o por un cambio político y social, la Ciencia Cristiana, la Ciencia del ser verdadero y espiritual gobernado por Dios, el Principio divino, el Amor, puede ayudarnos a sanar la miseria de la humanidad. No hay motivo para que dejemos de escuchar o de leer las noticias sobre acontecimientos mundiales por temor a que éstas nos den más trabajo mental del que podemos realizar. Tengamos confianza en que nuestra oración diaria por la fecundación de “los afectos de toda la humanidad” hará mucho para elevar el pensamiento de las multitudes para contribuir a sanarlos.