La mayoría de nosotros hemos sentido por lo menos algunos de los temores y dudas que acompañan los exámenes, aun cuando nos hayamos preparado diligentemente para ellos. Tal vez hayamos tenido la experiencia de leer mal una pregunta cuya respuesta sabíamos, o que se nos preguntara algo que no entendíamos en absoluto.
¿Es posible enfrentarse a los exámenes sin temor? ¿Existe una manera de lograr la paz mental y la confianza en sí mismo que se requieren para dar un buen examen? La Biblia contesta con un Sí resonante: “Jehová va delante de ti; él estará contigo, no te dejará, ni te desamparará; no temas ni te intimides”. Deut. 31:8;
La solución para la ansiedad, la duda y el desaliento la encontramos entendiendo a Dios. ¿Cómo podemos tú o yo lograr la convicción espiritual para vencer el temor? La Ciencia Cristiana enseña que se logra por medio de la oración. La oración antes, durante y después del examen.
¿Cuál es la esencia de una oración de esa índole? Es saber, como lo sabía Jesús, el Maestro, que: “Nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo”. Juan 8:28;
Jesús comprendía plenamente su unidad indestructible e incambiable con su Padre, Dios. Cuando recorría las colinas de Galilea enseñando y sanando, estaba consciente de su íntima relación con su Padre. Por eso actuó con convicción espiritual y seguro de la presencia y del poder de Dios. Cada uno de nosotros, por lo menos en cierta medida, puede comprobar en su propia experiencia las palabras de Jesús mencionadas anteriormente.
Orar es reconocer que somos la imagen de Dios; es ver al hombre como Dios lo creó. Es saber conscientemente algo de la naturaleza de Dios — de la Mente que se manifiesta a sí misma en inteligencia, de la Vida que se expresa a sí misma en actividad, de la Verdad que se refleja a sí misma en exactitud, del Amor que se expresa a sí mismo en valentía, del Espíritu que se representa a sí mismo en inspiración. Como idea espiritual de la Mente, el hombre verdadero expresa así constantemente inteligencia, actividad, exactitud, valentía e inspiración.
Estas cualidades son inherentes a tu ser y al mío, no como posesiones personales sino como dones que recibimos directamente de Dios, cualidades que reflejamos y que provienen de su fuente infinita. Todos podemos enfocar los exámenes a través de la oración, identificándonos a nosotros mismos claramente con las cualidades espirituales. En la medida en que lo hacemos, podemos vencer el temor, la falta de memoria, las limitaciones de tiempo, la presión y todo lo demás.
Esto contrasta claramente con la forma en que se toman los exámenes cuando creemos que todo depende de nosotros, que estamos solos y sometidos a una prueba, o que está en juego el azar. O quizá cuando abrigamos el sentimiento egotista de que la inteligencia es una posesión personal asignada con abundancia a unos y sólo escasamente a otros. O que los exámenes son un período para sobresalir entre los compañeros — para glorificarse a sí mismo, para lucirse frente a los demás. Esta manera de pensar cierra la puerta a la demostración de las habilidades dadas por Dios.
Por otra parte, encarar un examen sobre la base de la oración, reconociendo nuestro parentesco perfecto con Dios, elimina la ansiedad si pensamos que nos va a ir mal, o cualquier tendencia al egotismo si pensamos que nos va a ir bien.
Al ingresar en la universidad aprendí muy pronto la importancia de prepararme cuidadosamente para los exámenes. Estudiaba muchísimo, repasando concienzudamente todo lo asignado. Hice todos los esfuerzos por mantenerme al día con mis tareas, a medida que avanzaban los cursos para no tener que estudiar de prisa para los exámenes. Pero esto era sólo parte de la preparación para dar el examen escrito.
La parte más importante fue la oración. Cuando estudiaba, a menudo tornaba mi pensamiento a Dios, la fuente de toda inteligencia y habilidad. Como Su hijo, reclamaba mi herencia de sabiduría, comprensión, exactitud y agudeza. Sabía que no estaba haciendo nada valiéndome de un poder propio sino que estaba reflejando el poder de Dios. Esto me liberaba de la presión o del temor de estudiar lo que no debía. Como resultado, con frecuencia fui guiado a concentrarme precisamente en aquellos temas que más tarde aparecieron en el examen.
También, durante el examen escrito, periódicamente recurría a la fuente divina de la inteligencia. Esto erradicaba cualquier posible confusión o temor a no recordar. Después que entregaba mi escrito, para sentirme seguro de que sería avaluado correctamente, reconocía y agradecía la omnipresencia de la inteligencia, la exactitud y la justicia divinas.
Me preparé para cierto examen de química de una manera similar a la que acabo de describir. Me sentía confiado. Estudié cuidadosamente y oré. Entramos al aula y se distribuyeron los escritos. Empecé a escribir rápidamente, pero cuando llegué a la cuarta página me sentí turbado por una pregunta que no entendía en lo más mínimo. Iba a ser considerada como el cincuenta por ciento del examen, la leí y la volví a leer, pero sin ninguna vislumbre de comprensión. La fórmula química con la que tenía que trabajar no me era familiar.
A esta altura recordé el trabajo de oración que había realizado antes del examen y bajé la cabeza sobre el escritorio y reclamé vigorosamente mi unidad con la fuente de la inteligencia. Esto me llevó cinco minutos o menos, pero obtuve un gran sentido de paz y de seguridad. Cuando abrí los ojos y releí la pregunta pude contestarla. Luego supe que había hecho un examen perfecto. Tuve este tipo de experiencia varias veces a lo largo de mi carrera en la universidad.
A veces, sin embargo (porque me había ido bien tan a menudo), me olvidaba de la preparación espiritual. Una de esas veces fue en el examen final de un curso de ciencias políticas. En pruebas anteriores había sacado la máxima calificación y pensé que conocía bien todo el material. No dediqué tiempo para orar. Entré al aula pensando de mí mismo como que estaba obrando por mis propios recursos — y satisfecho conmigo mismo por lo mucho que había rendido en el curso. ¡Qué fáciles parecían las preguntas! Fui el primero en entregar mi examen y salir del aula; me sentía muy orgulloso de mí mismo.
Sin embargo, una semana más tarde era otro el panorama, porque saqué un deficiente — y esto fue en la escuela de postgraduados, ¡cuando estaba haciendo el doctorado! ¡No podía creerlo! Así que fui a ver al profesor. Lo que había sucedido era simplemente que había leído mal dos de las tres preguntas y como consecuencia di respuestas totalmente equivocadas. Ahora bien, teniendo en cuenta mi trabajo anterior me pusieron un “bueno” en el curso, en lugar de un “regular” que probablemente era lo que merecía. Pero aprendí una lección importante.
Toda situación que implica una prueba necesita el apoyo de la oración. Se hace necesaria la comprensión de que la fuente de la inteligencia y habilidad es Dios. Sólo de esta forma se puede vencer la falta de confianza o el exceso de confianza, el temor o el egotismo.
En Ciencia y Salud la Sra. Eddy escribe: “El Espíritu, Dios, reune los pensamientos aun informes en sus cauces adecuados, y los desarrolla, al igual que abre los pétalos de un propósito sagrado, con el fin de que ese propósito pueda manifestarse”.Ciencia y Salud, pág. 506; El saber que Dios gobierna y que podemos confiar en Él reduce el temor — en realidad lo destruye. Dios, la Mente, nunca se confunde, ni le falta tiempo o se siente presionado. La Mente divina continúa siendo inteligente y armoniosa y, en verdad, siempre continuamos expresando la Mente perfectamente.
Todas las aptitudes le pertenecen a Dios. No están en el hombre sino que son reflejadas por el hombre. Como Cristo Jesús lo dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”. Juan 5:17. Cuando oramos científicamente y con inspiración, la habilidad que demostramos, la capacidad intelectual que expresamos, el talento que manifestamos, son evidencias de que Dios está resplandeciendo a través de nosotros — el Padre trabajando “hasta ahora”.
Nuestra labor consiste en continuar expresando la percepción y la sabiduría divinas, viéndonos a nosotros mismos como incluyéndolas. Entonces, cualquiera que sea la prueba, traerá a la luz inteligencia y no temor. Ya se trate de un examen, de una entrevista para conseguir un empleo, o hasta para llenar el formulario de los impuestos, podemos reclamar nuestra unidad con la Mente divina y así demostrar que estamos libres de las equivocaciones, de los falsos conceptos, y del temor.