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¡Defienda su libertad!

Del número de julio de 1975 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En una ocasión pasé por un duro período de prueba. De repente sufrí dolores intensos que paralizaron la parte superior de mi cuerpo, a tal grado que apenas podía mover la cabeza y los hombros. Cuando llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara, le dije lamentándome: “Probablemente se deba a que conduzco mi automóvil con todas las ventanas abiertas. Siempre lo he hecho, pero tal vez he llegado a la edad en que debo cuidarme de las corrientes de aire y de cosas parecidas”.

“Ésa es la creencia humana”, me respondió el practicista, “pero usted no tiene por qué someterse a ella. ¿Por qué no defiende su libertad? El aire fresco es algo bueno y saludable, a usted le agrada mucho y ¿por qué va a permitir que la mente mortal la prive de él?”

Era una oportunidad, y decidí aceptarla. Vi claramente que el aire fresco no podía ser bueno y perjudicial a la vez. Aunque el malestar continuó, me resistí a ceder a la tentación de evitar las corrientes de aire. Medité sobre esta afirmación de la Sra. Eddy: “La ilusión de los sentidos materiales, no la ley divina, os ha atado, ha enredado vuestros miembros libres, paralizado vuestras aptitudes, debilitado vuestro cuerpo, y desfigurado la tabla de vuestra existencia”.Ciencia y Salud, pág. 227;

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