La Ciencia Cristiana explica que la salud es una cualidad que proviene de Dios, la Mente divina, y que se expresa por medio del hombre, es decir, la idea de la Mente. Por tanto, la salud es inherente al hombre. Es algo que el hombre nunca puede perder. Le es tan natural al hombre tener salud como le es al rayo de sol tener luz. En la Ciencia, la salud es un hecho espiritual, universal. Es sinónimo de integridad o santidad e implica la pureza incontaminada del ser que sólo la Mente divina puede impartir.
Al igual que todas las cualidades espirituales, la salud es manifestada por todos los hijos e hijas de Dios. No existe nadie que no tenga derecho a la máxima expresión de salud. Es reflejada constantemente por todos y, en consecuencia compartida por todos. Una idea de Dios no tiene salud a expensas de otra, ni una idea depende de otra para lograrla. La salud es una condición espiritual otorgada imparcialmente y sin medida por el único Padre-Madre Dios, el Amor universal, a todos Sus hijos. El Apóstol Juan escribe en una epístola: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios”. 1 Juan 3:1; Dios ama a Su hijo — el Creador ama a Su creación. La Mente divina mantiene su idea en un estado de pureza, armonía y perfección perpetuas.
Cristo Jesús probó que el entendimiento espiritual del amor del Padre celestial por Sus hijos es el remedio más potente para vencer el pecado, la enfermedad y la muerte. Sanó al enfermo y al pecador por estar consciente de su dominio y autoridad otorgados por Dios. Al restaurar la salud de sus pacientes, los redimió de los efectos paralizantes de la mente carnal o mortal. Jesús reconoció que la manera de pensar errónea afecta directamente nuestra salud y felicidad. Su trabajo sanador señala el hecho claramente establecido en la Ciencia Cristiana de que la supuesta causa de todo sufrimiento humano radica en la mente mortal errada, y no en la materia. Como lo explica la Sra. Eddy en Ciencia y Salud: “El odio, la envidia, la improbidad, el temor y otras propensiones similares enferman al hombre, y ni la medicina material ni la Mente pueden ayudarle de modo permanente, ni aun en el cuerpo, a no ser que le mejoren mentalmente, rescatándole así de sus destructores. El error básico es la mente mortal”.Ciencia y Salud, págs. 404–405;
En el quinto capítulo del Evangelio según San Juan Ver Juan 5:2–14; se describe una de las grandiosas curaciones del Maestro. Se nos narra que había un estanque en Jerusalén llamado Betesda. Se creía que cuando sus aguas eran agitadas por un supuesto poder sobrenatural, el enfermo y el impotente podían sanar. Allí junto al estanque hacía un hombre que había estado enfermo e imposibilitado por treinta y ocho años. Esperaba a que alguien lo bajara al estanque durante el preciso momento en que las aguas eran “agitadas”. Cuando Cristo Jesús pasó por dicho lugar y vio al hombre, le preguntó con compasión: “¿Quieres ser sano?” Luego, cuando el hombre comenzó a explicarle su dificultad y que nadie parecía estar dispuesto a ayudarlo, Jesús se dirigió a él nuevamente. Esta vez no hizo una pregunta al doliente sino que le dio una orden. Le dijo: “Levántate, toma tu lecho, y anda”. E inmediatamente aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo — no mediante el supuesto poder de las aguas del estanque, sino por la potencia de la Mente divina, cuyo poder siempre disponible había sido expresado o reflejado por el Maestro. Su claro entendimiento del poder y de la perfección de Dios, y de la perfección espiritual e integridad de la imagen y semejanza de Dios — el hombre — fue suficiente para destruir la enfermedad.
Poco después que se llevó a cabo esta curación, Jesús encontró a este mismo hombre en el templo y le dijo: “Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor”. No se nos dice cuál era el error específico que el doliente sostenía en el pensamiento y que aparentaba haberle causado la condición de enfermedad pero sabemos que la consciencia espiritualizada del Maestro le dio el poder y habilidad para reconocer el error, estar consciente de su irrealidad y eliminarlo. Al reflejar la Mente, que es Dios, Jesús pudo responder a la necesidad del hombre, y liberarlo de la condenación del pecado así como de la enfermedad.
La Ciencia Cristiana establece claramente que enfermedad enfermedad es la exteriorización de la falsa creencia mortal. Por lo tanto, si ha de efectuarse la curación, prescindiendo del nombre y naturaleza de la discordancia física, debe tomarse en consideración el estado mental del doliente y corregirse la creencia falsa mediante el entendimiento de la Mente divina y los hechos espirituales que esta Mente desarrolla. La curación espiritual necesariamente incluye el despertar espiritual, el arrepentimiento y la regeneración. En su obra Rudimentos de la Ciencia Divina la Sra. Eddy declara: “La curación practicada por Jesús fue espiritual en su naturaleza, su método y su propósito. El efectuó la curación de las enfermedades por medio de la Mente divina, la cual produce toda volición, todo impulso y toda acción verdaderos; y destruye el error mental que se manifiesta físicamente, y establece sobre el cuerpo la manifestación opuesta, la de la Verdad, en armonía y salud”.Rud., pág. 3;
En nuestro trabajo de curación, siempre necesitamos del discernimiento espiritual. Si nuestro pensamiento es iluminado por la luz del Cristo, la Verdad, el error predisponente, o tal vez latente, que ocasiona la enfermedad y la discordancia quedará al descubierto. Cualquiera que sea la creencia en que se base la condición de enfermedad manifestada en el cuerpo físico, será destruida en la medida en que permitamos que el Cristo siempre presente, la Verdad, transforme nuestro pensamiento; cuando despertemos a la realidad espiritual de que el hombre es el hijo amado de Dios, inseparable de la Vida infinita. Mediante el estudio de la Vid infinita. Mediante el estudio de la Ciencia Cristiana, todos pueden probar que el pecado y la enfermedad son irreales porque carecen de autoridad divina. La Sra. Eddy nos exhorta: “Insistid con vehemencia en la gran verdad, que es la realidad básica, de que Dios, el Espíritu, es todo, y que fuera de Él no hay otro. La enfermedad no existe”.Ciencia y Salud, pág. 421;
La razón de que toda enfermedad, cualquiera que sea su nombre y naturaleza, es irreal, se debe al hecho de que la salud es una realidad eterna y siempre presente. La Ciencia Cristiana nos capacita para percibir que la salud no es un estado físico, ni tampoco depende de las tales llamadas condiciones físicas. Nos ayuda a percibir que la salud es enteramente espiritual, un estado divino de consciencia eternamente individualizado en el hombre. Siendo una cualidad de la Mente divina omnipresente, la salud está siempre presente y, en consecuencia, la enfermedad nunca está presente. Debido a que es una condición de la Mente divina, la salud expresa la naturaleza infinita de la Mente y, por consiguiente, es universal. No hay nadie en el universo infinito de la Mente que no sea poseedor de completa salud, y por ende, a nadie le pertenece la enfermedad. Toda persona que esté dispuesta a identificarse como la imagen espiritual de Dios, como el hijo amado del Padre, y así dejar de lado la ilusión mortal de que es una personalidad física plagada de pecado y sufrimiento físico, puede obtener la salud.
Mediante la Ciencia Cristiana, podemos emplear hoy en día el método cristiano de curación presentado al mundo por Cristo Jesús. Podemos obtener el punto de vista perfecto acerca de Dios y del hombre, en razón de que todos tenemos la habilidad de comprender y demostrar el tierno amor sostenedor de Dios por Su creación. El Maestro estaba constantemente consciente de su unidad con Dios y del eterno amor del Padre por Su Hijo. Se refirió a esto como un aspecto de su “gloria” y oró para que los que le seguían compartieran con él este entendimiento. “Padre,” oró, “aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo”. Juan 17:24.
