Betina, a los nueve años, empezaba a aprender a montar su nueva bicicleta. Su mamá y su hermana sostenían la parte trasera de la bicicleta para que Betina pudiera montarla mientras adquiría el sentido de equilibrio. Luego la soltaban y la dejaban pedalear sola unos pocos metros. Esto lo hicieron varios días hasta que finalmente Betina pescó el tino. Quería montar sola y lo logró. Logró largarse dos veces sola un buen trecho. ¡Qué feliz se ponía al poder montar su bicicleta sin ayuda! Y se puso a dar otra vuelta mientras que su mamá y su hermana conversaban con una amiga.
De pronto escucharon un grito. Betina había soltado los pedales en vez de haber frenado. Salió por encima de la bicicleta y dio con fuerza contra la pared.
Inmediatamente su hermana y su mamá fueron a su lado diciéndole que ella era la hija de Dios y que siempre estaba bajo Su cuidado. Cuando la ayudaron a pararse y volver a casa notaron una profunda herida en la frente de Betina. Pero ellas sabían que Dios curaba y entonces llamaron a una practicista de la Ciencia Cristiana para que les ayudara por medio de la oración.
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