He conocido la Ciencia Cristiana desde mi infancia, la que transcurrió libre de dificultades. Siempre feliz y alegre, fui mimada por los que me rodeaban. Esto no cambió cuando me casé. Si tenía alguna duda, me ponía en comunicación con un practicista de la Ciencia Cristiana, quien contestaba mis preguntas y me señalaba pasajes útiles de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. A pesar de que leía algo de la literatura de la Ciencia Cristiana y el practicista me alentaba a estudiar, no comprendía mucho. Sin embargo, estaba convencida de que el bien es omnipotente y que la Ciencia Cristiana cura. De cómo ocurría esto, no tenía ni idea. Lo importante para mí era que con la ayuda del practicista todo siempre resultaba armonioso.
Es así que cuando nacieron nuestros hijos, los alumbramientos fueron siempre normales y sin dolor, a pesar de que los médicos anticipaban lo contrario. En un caso grave de envenenamiento de la sangre, la curación llevó un poco más de tiempo. También fuimos maravillosamente protegidos en dos accidentes. Ninguno sufrió la más leve lesión. En ningún momento tuve miedo. En lo más profundo de mi ser una voz me decía que uno no tiene que temer.
Luego mi marido se enfermó. El veredicto médico era inaceptable. Todo en mí se oponía al diagnóstico. En ese entonces me encontré con un antiguo conocido quien me sugirió seriamente que no me apoyara todo el tiempo en el practicista, que yo misma hiciera algo también. A partir de ese momento comencé el estudio de la Biblia y de las obras de la Sra. Eddy en forma regular y a asistir a los servicios de la iglesia y a las reuniones testimoniales.
Con la ayuda del practicista y de mi escasa comprensión, mi esposo recuperó su salud y su fortaleza física completamente. Él también empezó a interesarse en la Ciencia Cristiana.
Mediante mi afiliación a nuestra Sociedad de la Ciencia Cristiana, tuve la oportunidad de participar en la actividad de la iglesia. Más adelante tuve el privilegio de hacerme miembro de La Iglesia Madre.
Años más tarde, después del fallecimiento de mi esposo, parecía que las pruebas de mi habilidad de demostrar la Ciencia Cristiana, no iban a tener fin.
Tomé instrucción en clase. Veo ahora, que a través de los años se fue operando una transformación en mi modo de pensar. Tuve que abandonar viejos conceptos. Durante mucho tiempo la crítica, la fuerza de voluntad, y la vanidad personal me tentaban a analizar las debilidades de carácter en los demás y a juzgarlos. Tuve que renunciar al deseo de cambiar al mundo de acuerdo con lo que yo suponía que era el bien. Progresé al punto de confiar en las siguientes palabras del libro de texto (Ciencia y Salud, pág. 505): “El Espíritu imparte el entendimiento que eleva la consciencia y conduce a toda la verdad” y (pág. 538): “La Verdad debiera privar, y en efecto priva, al error de toda entidad”. He aprendido que el progreso no es un mérito personal sino la acción de la Verdad.
La Ciencia Cristiana ha llegado a ser una fuente de felicidad y satisfacción para mí a medida que he viso que el reflejo de cualidades divinas constituye nuestro verdadero ser. “Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas” (Deut. 30:14).
Joinville, Brasil
