La democracia, tal como se la practica en cualquier filial de la Iglesia de Cristo, Científico, establece exigencias especiales para sus miembros. La regla más importante de los procedimientos democráticos permite que la mayoría tome decisiones para que se pongan en vigor, e implica que la minoría apoye el propósito de esas decisiones. Los Científicos Cristianos acatan esta regla, pero aceptan requisitos que la superan.
La Sra. Eddy escribe cuando habla de lo que ella llama “la Carta Magna de la Ciencia Cristiana”: “Esencialmente democrático, su gobierno está administrado por el consentimiento común de los gobernados, en el cual y por el cual el hombre, gobernado por su creador, se gobierna a sí mismo”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 247;
Cristo Jesús dio el ejemplo perfecto de este gobierno de sí mismo, gobernado por Dios. Refiriéndose a su relación con el Padre, dijo: “Yo hago siempre lo que le agrada”, Juan 8:29; y “No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre”. 5:30; Para oír la voz de su Padre, Jesús tuvo que haberla escuchado para luego actuar en consecuencia. Escuchar lo que el Creador está diciendo constantemente a Su creación, es la llave del éxito para el trabajo eficaz en la iglesia.
Los números, por sí solos, no aseguran que las decisiones de la mayoría sean siempre correctas. Por cierto que pueden estar equivocadas. Por lo tanto, los miembros de las iglesias se esfuerzan por poner en práctica, en los asuntos de la iglesia, como también en los de ellos mismos, la mejor de todas las protecciones contra las decisiones equivocadas: la oración eficaz. Esto significa constante reconocimiento y comprensión de que el gobierno está en manos de Dios; que todo el ser, toda la sabiduría, todas las ideas correctas y toda acción provienen de Él.
Necesitamos mantener en nuestro pensamiento estas verdades que nos consuelan, nos fortalecen e iluminan hasta hacerlas nuestras. Entonces no experimentamos la mera repetición de frases trilladas, sino ese vívido manantial de inspiración que no necesita de palabras para hablar de la maravilla de la presencia de Dios y del poder de Su amor desbordante y omnímodo. Empezamos a ver al hombre — ese hombre que nosotros mismos somos — mucho más claramente, empezamos a verlo como realmente es, la expresión perfecta de la voluntad de su Padre, actuando únicamente de acuerdo con Su sabiduría que lo comprende todo. Nuestra necesidad humana de tomar decisiones correctas percibe la luz de este esplendor reflejado y es bendecido en la misma proporción.
Una iglesia filial cuyos miembros supieran poco sobre cómo orar, inevitablemente carecería de decisiones correctas, de progreso y de vitalidad — por muchas reuniones que organizara o por muchos comités que tuviera. Se asemejaría, por cierto, a un ómnibus sin motor, cuyos pasajeros trataran de empujarlo mediante el esfuerzo físico.
Si bien es útil tener años de experiencia, no es de primordial importancia en el trabajo eficaz para el progreso de una iglesia filial. Si así fuera, ¿cómo se explicaría entonces el establecimiento de muchas filiales de nuestra Iglesia? Es el estar dispuesto a orar y la habilidad de hacerlo, es decir, de poner todo nuestro corazón y pensamiento de acuerdo con la voluntad divina, lo que verdaderamente cuenta.
Ni los jóvenes ni los adultos pueden monopolizar la oración. El miembro más nuevo puede orar tan eficazmente como cualquier otro. Todos pueden descubrir que es la inspiración de hoy, no la del año pasado ni aun la de ayer, la que contiene soluciones efectivas para los problemas actuales.
Los medios y arbitrios democráticos en cada iglesia filial se valen de la inspiración y la ponen en práctica, trayendo nuevas perspectivas. Trabajando juntos bajo el gobierno de Dios, los miembros encuentran nuevos medios de demostrar el Consolador a la humanidad. Ven su amor renovado en propósito que comparten colectivamente, y sienten esa abundante alegría espiritual que sólo puede experimentarse al ocuparse en los negocios del Padre.
La voluntad humana que nos apremia diciendo: “¿Por qué no hacerlo a mi manera?” o, hablando metafóricamente, se atranca con el: “Siempre lo hemos hecho así”, es derrotada cuando anteponemos la oración. Las opiniones obstinadas no pueden prevalecer cuando la mayoría de los miembros de cada iglesia filial se resuelve a dejar la voluntad y los planes humanos en el altar y a orar para que se haga la voluntad de Dios. Entonces no se forman camarillas, y el cabildeo de miembros en procura de votos para cualquier asunto, sería algo en que nadie siquiera soñaría.
Muchos otros beneficios resultan del actuar de acuerdo con esta conducta. Uno de ellos, y no el menos importante, es que elimina la carga que pesa sobre los miembros. A veces algún comité pide un apoyo especial a todos los miembros de la iglesia. Mas cuando uno piensa en ello, ¿no cabe la posibilidad de que tal solicitud de apoyo — a menos que esté verdaderamente dirigida por Dios — comience a destruir todo el propósito de tener comités que sean responsables de distintas actividades de la iglesia?
Cada función de los comités requiere oración específica y devota para que esa función se lleve a cabo adecuadamente. Si todos los miembros trataran de intentar apoyar a todos o a algunos de los comités, cada miembro pronto estaría sobrecargado y el propósito de la iglesia filial fracasaría. Cuando cada miembro ora primero para sí mismo, luego para su iglesia y por último, en particular, para sus propias obligaciones en la iglesia — sean cuales fueren — cada comité estará mejor capacitado para cumplir con el trabajo que se le haya asignado.
Los miembros que están espiritualmente alerta, que apoyan los servicios de su iglesia, que trabajan devotamente por sus comités, que escuchan la voz del Padre y la obedecen, no sobrecargan a la comisión directiva con infinidad de detalles. Tampoco caen bajo el dominio de la comisión directiva que, por estar sobrecargada, podría acostumbrarse a hacer el trabajo que no le corresponde. Los miembros que están alerta no alientan a la comisión directiva a creer que si ella no le dice a la iglesia lo que hay que hacer, no habrá progreso y que la iglesia fracasará por no estar conducida eficazmente. El elemento actuante en cada iglesia filial debe ser el miembro y no la comisión directiva, de lo contrario, la “democracia esencial” llega a ser una expresión sin sentido.
Al este del templo de Salomón — en la entrada — había dos columnas grandes que se llamaban Jaquín y Boaz. Se ha dicho que estos nombres pueden significar “Dios establece” y “En Él está la fuerza”. Ver The Abingdon Bible Commentary, pág. 419; Al pasar por la puerta de nuestra iglesia para concurrir a una reunión de miembros, quizás sintamos un poco la responsabilidad de las decisiones que sabemos debemos ayudar a tomar; sin embargo, mediante el discernimiento de la realidad espiritual que nuestra religión nos da tan abundantemente, podemos alcanzar y asirnos de las columnas eternas de la Verdad. En realidad, Dios gobierna, y en Él está la fuerza.
Al finalizar la reunión, con la voluntad humana felizmente dominada y la voluntad de Dios hecha realidad, no deben realizarse, a continuación, reuniones informales en el hall, y el pensamiento de cada uno deberá dirigirse hacia afuera, hacia la comunidad, a quienes estamos dedicando nuestros esfuerzos para beneficiarlos. En este amoroso deseo de ayudar podemos recordar las palabras de Juan, en el capítulo final del Apocalipsis: “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”. Apoc. 22:17.
